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Un mundo islámico

Un mundo islámico

domingo 06 de enero de 2008, 05:32h
El pasado nos enseñó cosas horribles que mayorías pacíficas han permitido que ocurran ...

Espero que todos mis lectores y amigos hayan comenzado este nuevo año con salud y felicidad, pero las fiestas pasan y debemos volver a la realidad y la realidad no es exactamente de color rosa. Por el contrario, este año aparenta ser oscuro y peligroso. Nos dicen que Irán ya no es un peligro, que abandonó sus planes nucleares, pero si los abandonó, ¿para qué necesitan tanto combustible nuclear qué Rusia gustosamente les vende?

Ahmadinejad, el presidente de Irán, es un vil bellaco, pero no lo oí mentir con frecuencia y él declara abiertamente que este año tendrá armas nucleares, ¿por qué no le creemos? Creo que fue Edmund Burke quien dijo que: ''para que el mal triunfe, sólo hace falta que la gente buena haga nada''; y si los Estados Unidos hace nada, por lo menos nosotros, sus ciudadanos, debemos recordar el pasado.

En el comienzo, durante la segunda década del siglo pasado, la mayoría de los alemanes no eran nazis, pero el nazismo a algunos les traía el viejo orgullo gemánico, después de haber perdido la Primera Guerra Mundial. Otros se beneficiaron con los nazis en el poder, otros estaban demasiado ocupados para interesarse en política y aun otros creían que Hitler y el nazismo eran unos estúpidos y que no iban a lograr nada, así que la mayoría quedó callada y rápidamente esa mayoría perdió el control e Hitler hizo lo que quería. La Segunda Guerra Mundial y el Holocausto fueron muy costosos para muchos, incluso para esa mayoría de alemanes silenciosos.

La Unión Soviética estaba llena de rusos pacíficos, pero los comunistas rusos llevaron a la muerte a decenas de millones de seres humanos. Los chinos en general son pacíficos, pero los comunistas chinos lograron matar a 70 millones de personas. Los japoneses eran gente pacífica, pero no por eso dejaron de matar a 12 millones de civiles chinos, la mayoría pasados a cuchillo, con palas, palos y bayonetazos. ¿Quién puede olvidar las matanzas en Cambodia, Biafra y Rwanda? Y, sin embargo, la mayoría de ellos eran pacíficos y pacifistas.

Ahora nos dicen los ''expertos'' que el islam es una religión de paz y amor y que la mayoría de los musulmanes quisiera vivir en paz y, a lo mejor, eso es verdad. Pero ¿de qué sirve que quieran vivir en paz si permiten que una minoría de fanáticos extremistas se adueñe del poder, maten cristianos y eliminen pueblos enteros en el Africa en forma sistemática y nadie diga o haga algo?

La mayoría perdió el control del mundo islámico y nos encontramos en pendiente abajo hacia una terrible guerra. El asesinato de la señora Bhuto lo demuestra. Los fanáticos del islam no podían soportar que se imponga justicia y democracia en uno de los países musulmanes y menos aún que lo haga una mujer y la asesinaron. Son los fanáticos, los islamofascistas, que en estos momentos mandan en el islam, son los que ordenan los degüellos, las bombas, los asesinatos en masa por suicidas, las matanzas de sus propias hijas y hermanas, las lapidaciones o la horca para las mujeres víctimas de violaciónes y para los homosexuales. Si la mayoría quiere paz, lo saben solamente ellos, porque están demasiado silenciosos y se volvieron irrelevantes.

El pasado nos enseñó cosas horribles que mayorías pacíficas han permitido que ocurran y esperemos que el futuro no permita tener que incluir a los musulmanes entre los grandes asesinos, ya que dicen tener una religión de amor y paz... La culpa cae sobre esa mayoría silenciosa por haber permitido que una minoría fundamentalista y extremista haya tomado el comando de un grupo étnico tan grande como lo es el grupo islamita.

Recordemos siempre a los alemanes, japoneses, chinos, rusos, serbios, afganos, iraquíes, somalíes, nigerianos, palestinos y muchos otros grupos mayormente pacíficos, que no hablaron cuando podían, hasta que se les hizo tarde y ya no pudieron hablar.

Y nosotros debemos aprender de ellos, para asegurarnos que tengamos paz, justicia, libertad y democracia. ¡Amén!

Jaime S. Dromi
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