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El pésame

miércoles 16 de septiembre de 2020, 10:12h

La compasión es una de las actitudes más nobles del ser humano. Acercarse a quien sufre y condolerse con esa persona es más que una muestra de empatía y va más allá de un acto de compresión intelectual, porque pone en contacto dos espiritualidades, que se hacen solidarias ante la tragedia, o la muerte.

Cuando se desnaturaliza, dar el pésame es un ritual, un acto social de apariencias hueras, pura fórmula convencional que no revela nada más que buenas maneras.

Antes, cuando el velatorio era doméstico, la presencia inmediata del cadáver propiciaba sollozos de los deudos y obligaba a mantener un cierto respeto ante el dolor. La compañía era de silencio y temor al contagio de la tristeza; porque ésta, como emoción necesaria para la salud psíquica, la empatía la hace contagiosa.

Hoy, la muerte se aloja tras los cristales y el maquillaje, rodeada de oropeles y luces. En esta sociedad de altos y cuantiosos consumos y escasas y fútiles vivencias, la tristeza tiene mala prensa, no está bien considerada. Por eso, la muerte se camufla bajo coronas espléndidas de flores exóticas, con cintas que hablan ostentosamente de los oferentes, muchos de ellos institucionales y corporativos, que no reflejan dolor alguno, sino un convenio sindical.

Recientemente, el Dr. Sánchez, desde la tribuna del Congreso, el lugar de su investidura, dio el pésame a Bildu, tras el suicidio en prisión de un terrorista. En ese momento, el protagonista seguía la instrucción del navarro Enrique IV de Francia, de filiación protestante, para quien París bien valía una misa y se bautizó católico. En éste caso, son cinco votos la cuantía del valor del pésame y el personaje aspira a conseguir unanimidad para presentar en Bruselas unos presupuestos contundentes, irrevocables, de afirmación soberana frente a los críticos del Norte.

Toda muerte es lamentable. El etarra que se suicidó, posiblemente lleno de asco, culpa y angustia, agónico en su depresión, podía haber espiado sus errores anteriores, colaborando con la Justicia para aclarar los más de 360 casos de asesinados por ETA, que el Estado que preside el Dr. Sánchez ha sido incapaz de esclarecer y, no obstante, siguen reclamando Justicia. Pero, no; él sólo lamenta la decisión del suicidio del terrorista, con tal de congraciarse con sus deudos de Bildu.

Ese pésame, emitido desde la tribuna del Congreso, cuando se representa a la totalidad del pueblo español, es lacerante para las víctimas y execrable para cualquiera que tenga un mínimo de conciencia crítica. Es seguro que los militantes de Bildu no han “vendido” sus votos por tan despreciable y falsa mercadería y aprovechan la mano tendida con el convencionalismo para exigir más y más. Ya que ellos eran quienes movían el nogal, no va a ser el PNV quien recoja las nueces en exclusiva.

El pésame del Dr. Sánchez es un símbolo. La Jefatura del Gobierno lamenta el suicidio de un etarra, víctima de sus obsesiones. De igual modo, las obsesiones del Jefe del Gobierno lo llevan a enterrar la Ley de Amnistía, que promovieron Carrillo y La Pasionaria y, de paso, sepultar también la libertad de expresión, consagrada por el Artículo 20 de la Constitución en vigor. La corona de pésame se llama “Ley de la Memoria Democrática”, que empieza sus trámites.

Igual que hubo, entonces, un Tribunal de Orden Público, que se entrometía en las aulas universitarias, ahora se establecerá un Fiscal especial destinado a perseguir delitos prescritos o amnistiados y acorralar ideas, juicios y valoraciones que sean contrarias al pensamiento oficial. Lo de menor importancia es la materia sobre la cual se viertan.

Quedará prohibido discrepar de la verdad establecida por el gabinete ministerial de turno, que dictará lo que han de aprender los maestros y, a su vez, han de transmitir a sus alumnos. Esto, allí y entonces, se llamaba “Formación del Espíritu Nacional”; tal, cual. Es una regresión a 1940, le guste o no al Dr. Sánchez y a su cuadrilla.

El poder coercitivo se dispone a infringir multas de hasta 150.000€ por delitos de opinión. Es de esperar que las cárceles vuelvan a llenarse de presos políticos, de quienes no podremos pagar semejantes sanciones. Así pues, hemos de aprovechar, antes que la ley aparezca en el BOE.

La obsesión presidencial es la guerra civil del siglo XX, como si en el XIX no hubiéramos tenido otras cinco, y en el XVIII la de Sucesión, y en el XVII la de secesión de Cataluña (que el afán rupturista de los catalanes arrancó en el Compromiso de Caspe) y en el XVI la de las Alpujarras y los Comuneros y así, sucesivamente, hasta Viriato. Pero, al Presidente, amigo de la ambigüedad, sólo le interesa desempolvar la última guerra, para agitar el caleidoscopio y construir nuevos relatos que asusten al electorado, pusilánime en su ignorancia y devoto de la palabra democracia, tal como la entiende esta izquierda, que nada tiene que ver con la cultura del ágora griego, ni con el clima de encuentro y concordia que reinó durante la Transición.

España está de duelo por los 50.000 muertos del coronavirus, por la muerte de los valores políticos que han estado vigentes durante los últimos 40 años y por el resurgimiento del clima fratricida que imperó durante la II República. El sectarismo intolerante, excluyente y totalitario siempre es asesino.

Los antiguos romanos decían “similes similibus curantur”. ¿Sería aplicable en nuestra circunstancia histórica?

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