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Ceder el paso

viernes 25 de septiembre de 2020, 09:04h

La compostura, las formas, los principios éticos, el saber y el razonamiento corresponden a la persona individual, bien que esté acomodada en la civilización, bien que ejerza ésta con tal naturalidad que su conducta incluso parezca espontánea, un gesto de coherencia.

En contraposición, la multitud, que es anónima, se rige por la emoción sin cauces, el salvajismo y conductas de entropía. Un ejemplo, aunque ritual y civilizado, corresponde al ditirambo de los ritos dionisiacos, cuando el tíaso entraba en su orgía desencadenando el desmadre.

Entre la persona civilizada y la horda multitudinaria quedan las instituciones, los referentes de la cultura, las autoridades que adquieren fuerza de su conducta intachable y su identificación con los valores que amparan a la sociedad en general. Las autoridades cuentan además con la potestad que les otorga la sociedad, el poder coercitivo de la policía y el ejército y el sancionador, que administra la Justicia aplicando las leyes penales.

Recientemente, Diego Méntrida, un triatleta de Alcobendas que, por su esfuerzo, iba cuarto en la carrera de los 10 kilómetros, tras un error de quien le precedía, se puso tercero, iba a conseguir podio y premio. Sin embargo, entre sus valores no está el oportunismo, sino la competición; reconocer el mérito ajeno y no andar al asalto de sus errores; jugar limpio y hacer prevalecer la justicia sobre lo que está en juego. En consecuencia, esperó a su contrincante, antes de cruzar la meta, le dio la mano y entró el cuarto, el puesto que le otorgaban sus músculos, su entrenamiento y esfuerzo. Todo un ejemplo a seguir.

En las alturas, S.M. Felipe VI que, a mi juicio, ya ha demostrado que es el mejor rey de la saga de los Borbón, habitualmente, cede el paso a sus visitas, como haría cualquier anfitrión de una casa particular, pese a que, por cuanto simboliza, no tendría por qué hacerlo. Su padre no lo hacía. Este gesto, de condescendencia y generosidad, también es un símbolo.

Al parecer, Rufián le ha hecho chantaje al Dr. Sánchez (el que copió, sin decirlo, el 20% de su tesis doctoral): “si dejáis que el Rey asista, en Barcelona, a la entrega de despachos a los nuevos jueces, no os voto los presupuestos”. Esto pasa, primero, por haber trasladado la Escuela Judicial de Alcalá de Henares a Barcelona, para complacer a los insaciables nacionalistas y por convertir el gobierno en una chirlata. Quien cede a un chantaje, habrá de ceder a ciento.

Vaya por delante que Rufián no le llega a la altura del talón a Méntrida, ni a Felipe VI, con quien no quiere reunirse ni por imperativo legal. Y tampoco voy a dedicarle la columna a Rufián, el catalán hijo de padres andaluces, que también sabe inflar su curriculum.

Felipe VI no está aislado, es un referente por su exquisito respeto a la legislación y por ir más allá. Tiene mesa de despacho, en cuyo respaldo figura un retrato de Carlos III, el rey ilustrado, de “color chocolate”, que supo hacer de la necesidad virtud. Es otro símbolo, y hoy no me voy a entretener en él. Sin embargo, Su Majestad despacha sobre una pequeña mesa circular, como si fuera un ejecutivo medio de cualquier empresa. Sin duda, un significante con significado encomiable. La mesa redonda no destaca presidencia, sino equiparación entre los reunidos que, en ese acto, son iguales, por eso se sientan más juntos y sin barreras intermedias, ante el asunto que les concierne resolver.

Por si no fueran suficientes los símbolos y gestos, Felipe VI practica, escrupulosamente, la transparencia informativa sin ningún recoveco, ni restricciones mentales. Toda una lección de pundonor, honestidad y lealtad al pueblo que sirve, que debieran secundar las figuras siguientes del Estado, que ocultan hasta los desplazamientos a capricho del Falcon, a razón de 5.000€/hora, que para eso debemos más que lo que supone nuestro PIB.

La bonhomía no es un regalo de la Divina Providencia, sino una esencia de carácter, resultante de cientos de miles de constructos. Un constructo es la percepción de una diferencia; y a esa labor se dedican constantemente niños y adolescentes. Tras captar una diferencia, el niño se adueña y hace propia aquella parte que le resulta más confortable, o encuentra coherente con el modelo, paterno o materno, que haya adoptado como referente.

El sufrimiento es un crisol, que lleva a rechazar todo cuanto se parezca a la fuente del dolor, e induce la elección de valores, hábitos y modales de la parte que otorga protección, consuelo y afecto. Es decir, el modelo de referencia ha de estar lleno de energía y atracción. De no ser así, el referente puede ser el modelo socio o psicopático.

Una vez hecha la digresión y parafraseando el poema del Mio Cid, dijera: “Qué buen Señor, si tuviera vasallos a su tenor”. Es un pareado, que espero me perdonen.

Si el republicano plutocrático y plurinacional Iglesias, de no decidirlo por sí mismo, sometiera a referéndum la disyuntiva Monarquía/República, yo, una vez percibida la diferencia, votaría República, a condición que el Presidente vitalicio sea Felipe VI, y el jefe de protocolo, por lo menos, Diego Méntrida.

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