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Arqueología forense y turno para Frédéric Chopin

sábado 26 de septiembre de 2020, 17:31h

Desde que a final del siglo XIX el bostoniano Thomas Dwight, profesor de anatomía en la Universidad de Harvard, sentara las bases de la arqueología y antropología forense, ésta peculiar disciplina, entre una infinidad de logros, ha ido aportando curiosos e interesantísimos datos sobre los motivos del final de grandes figuras históricas. Hoy, por ejemplo, sabemos que Ludwing van Beethoven, más allá de las dolencias que padeciera a lo largo de su vida, falleció como consecuencia del exceso de plomo que contenían los medicamentos que le prescribieron para tratar una pulmonía. Si la dosis letal fue suministrada intencionadamente sigue siendo un misterio.

También se ha avanzado en la hipótesis sobre el fin del faraón Tutankamón, y respecto a la que siempre se supuso que habría sido el resultado del fuerte golpe que la momia presenta en el cráneo, pero que tras otros minuciosos análisis apunta a una epilepsia generada por el hecho de ser hijo de hermanos a su vez lastrados genéticamente por una gran consanguinidad familiar, situando la rotura craneal en un momento posterior debido con toda probabilidad a un traslado poco cuidadoso.

El caso de Napoleón, emperador de Francia, es uno de los más complejos. A su muerte en la isla de Santa Elena, se dio por cierto que había finado a causa de un cáncer de estómago, como su padre, pero cuando sus restos fueron trasladado a Francia en 1840 se empezó a correr el rumor de que había sido envenenado con arsénico, una hipótesis que pareció ser confirmada casi siglo y cuatro después, en 1961, por un prestigioso científico sueco que apuntó sin dudar al elemento químico. En 2002 tres científicos expertos analizaron muestras de cabello del Sire y llegaron a la misma conclusión y el doctor Pascal Kintz, del Instituto de Medicina Forense de Estrasburgo, especificó que un análisis de cabello tomado de la cabeza de Napoleón reveló: “… concentraciones de arsénico entre 7 y 38 veces superior a lo normal, lo que sin lugar a dudas es característico de envenenamiento”, pero héteme aquí que en 2004 otra investigación realizada con medios sustancialmente más sofisticados y finalmente publicada en la prestigiosa revista New Scientist concluyó que la muerte de Napoleón fue consecuencia del exceso de celo de sus doctores que le suministraron una combinación de enemas y tartrato de antinomio de potasio, que en lugar del vómito que pretendían le ocasionó una arritmia cardiaca denominada “Torsades de pointes” o taquicardia ventricular polimorfa en entorchado, que le llevó a la tumba.

La peripecia al respecto del compositor, profesor y virtuoso pianista polaco Frédéric François Chopin merece capítulo aparte tanto por las recientes novedades como por su imbricación en el centenario del nacimiento del grandísimo escritor y periodista Juan Perucho.

Que la salud de Chopin siempre fue desastrosa es algo de sobra conocido, pero no fue hasta abril de 2004 cuando un extenso equipo científico del Servicio de la Clínica Médica del Hospital Británico de Buenos Aires y la Unidad de Neurología de la Clínica Las Condes de Santiago de Chile llevó a cabo un detalladísimo análisis de la historia clínica del personaje. En el informe, publicado en la Revista Médica de Chile, se indica que Chopin presentó síntomas respiratorios recurrentes, como tos, disnea, hemoptisis y cianosis, desde la adolescencia; tuvo problemas sistémicos como escasa tolerancia al ejercicio físico, dificultad para ganar peso, palidez cadavérica, edema periférico y perdida habitual de masa muscular; refirió varios síntomas gastrointestinales como diarrea, intolerancia a los alimentos grasos, fobia al ajo, y hematemesis, vómitos de sangre desde el aparato digestivo; un continuo componente de dificultades respiratorias severas y una probable incapacidad reproductiva, aunque tal debería ponerse en solfa tras el hallazgo de una carta de Aurore Dupin/George Sand, con quien convivió maritalmente durante ocho años, que dice: “… por siete años he vivido como una virgen con él”.

Durante mucho tiempo, la ciencia dio por hecho que Chopin habría muerto como consecuencia de una fibrosis quística, pero en 1917 un equipo de la Academia de Ciencias de Varsovia, tras estudiar durante años la telilla que recubre el corazón del compositor, conservado en un frasco cilíndrico de alcohol y embutido en una columna de la iglesia de la Santa Cruz de Varsovia, convino en que el fallecimiento de Chopin se debió a una pericarditis directamente asociada a la tuberculosis.

Sin embargo, a nuestros efectos es más interesante acercarse a otra dolencia diagnosticada por un amplio grupo de investigadores en un estudio publicado en la revista Medical Humannities. Según está científica pesquisa Chopin padeció episodios epilépticos temporales con alucinaciones que podrían estar asociados a la esquizofrenia o más probablemente al consumo inmoderado de láudano, preparación farmacéutica muy popular en su tiempo entre la bohemia artística y compuesta de opio, azafrán, vino blanco y otras sustancias que se utilizaba como analgésico.

Eso explicaría, entre otros muchos acaecimientos y anécdotas, que durante su estancia en Valldemossa, Mallorca sintiera el lugar como lleno de horrores y fantasmas y que con frecuencia se presentara a la mesa pálido como un muerto y con los cabellos de punta, aunque a esto Juan Perucho podría darle una explicación vampírica derivada de su horror pánico ante el ajo.

En su libro Las historias naturales relata un episodio en el que George Sand y Chopin tras llegar a Barcelona a finales de 1838 y: “… envueltos en una nube de polvo, procedentes de Arenys de Mar, en la diligencia de Mataró”, fueron invitados por un grupo de notables barceloneses al Café del Perú para merendar. Relata Perucho que: “Se sirvieron unos platos de crema, al estilo del país, bizcochos de Vendrell, pastelitos de Tortosa y una horchata de chufa valenciana que, de tan espesa, se podía cortar”, aunque añade a continuación: “Asistió únicamente mademoiselle Dupin, ya que Chopin -según dijo- no se encontraba bien”. Siempre nos quedará la duda de si la indisposición se debía a las alucinaciones epilépticas apuntadas por la ciencia, pero el caso es que su amante: “… manifestó su entusiasmo por la horchata de chufa del país valenciano”, y eso que la Dupin/Sand no era mucho de entusiasmarse.

Miguel Ángel Almodóvar

Sociólogo y comunicador. Investigador en el CSIC y el CIEMAT. Autor de 21 libros de historia, nutrición y gastronomía. Profesor de sociología en el Grado de Criminología.

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