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Europa, la solución

domingo 18 de octubre de 2020, 10:18h

Cada persona tiene varios seres sociales, tantos como grupos de pertenencia, y cada una los vive de acuerdo a patrones ajenos, que la propia persona ha determinado como ejemplares. Cada ser social no es sólo un papel que desarrollamos para sobrevivir, es un carácter que trasciende al individuo y pertenece al colectivo en el que se ha integrado.

Como carácter, el ser social está compuesto por creencias e ideas compartidas, convenciones, expectativas y aspiraciones comunes, valores que son de todos porque corresponden a cada uno de los otros miembros del grupo de pertenencia. Y, naturalmente, la identidad de los grupos practica ritos, respeta símbolos y expresa sus emociones, de forma ordenada mediante algún tipo de arte y, a lo loco, en los ditirambos de las multitudes.

Cualquier sociedad, en cuanto esté mínimamente organizada para realizar una tarea, requiere la intervención de un líder. Éste no es el amo del poder, sino su administrador. Las circunstancias y las gentes lo decantan para ese papel, en atención a otras características de su persona: inteligencia, habilidades, sentido práctico, intuición, experiencia acumulada, etc.; pero su función es de servicio.

La sociedad delega poder en sus líderes, para que estos le devuelvan orden, eficacia, economía de esfuerzos, logros, autoestima, afán de superación, desarrollo y proyectos de futuro. La falta de proyecto, tanto en el plano individual como en el social, es antesala de la muerte.

El liderazgo, dice el profesor F. Morales, “tiene una función importante de identidad, porque las personas miran a sus líderes para expresar, forjar y consolidar su propia identidad”. El líder es un espejo en el que el grupo se reconoce. Por tanto, el líder ha de encarnar los valores, actitudes y normas del grupo, con mayor precisión que cualquier otro miembro del grupo, por ser su punto de referencia. De no ser así, el líder perdería su legitimidad.

Desgraciadamente, en nuestra circunstancia actual, la convergencia de manipulaciones variopintas, la falta de criterio multitudinaria, la abigarrada confusión de los existentes y las mentiras, nos han llevado a un liderazgo más que bicéfalo esquizoide, dividido en sí mismo, escindido de la propia sociedad española y disonante en el concierto de la Unión Europea.

La esquizotimia del Gobierno se hace ver en la duración, de hasta siete horas, del Consejo de Ministros. Parece demasiado tiempo para llegar a algún acuerdo, máxime cuando toda reunión ministerial está precedida de otra de Secretarios de Estado y Subsecretarios, que dejan los asuntos a punto de decisión.

Por si la dilatación del tiempo para conseguir acuerdos no fuera un síntoma suficiente, tenemos, a diario, las discrepancias flagrantes, en las que un líder, o su portavoz, dice algo y, a continuación, el contra-líder dice lo contrario. Esto, es esquizofrenia en sentido estricto.

Coinciden en algo: la trinidad de los poderes del Estado es un trastorno que les resulta insufrible y les urge remediar. Son tres poderes distintos, pero sólo uno puede ser el verdadero, único y excluyente.

Si tal pretensión absolutista fuera idea de un líder narcisista, la sociedad estaría perdida, porque el narcisista sería cada vez más engreído y fatuo; se consideraría amo de todo; nadie osaría replicar a sus propuestas, ni disentir de sus planteamientos. La sociedad estaría condenada a ser un erial de ideas, un inmenso hato de siervos a sus órdenes. Este sería el mal menor.

En el caso que el propósito acaparador fuera el plan de un estalinista, ciego de ideología maximalista y resentimientos arcaicos, bisoño como Adán y de ambición transoceánica, no sólo la sociedad quedaría encarcelada, estaría en revisión el concepto antropológico del ser humano, reducido a “res mancipi”. Un cataclismo existencial.

Evidentemente, tales figuraciones son sendas distopías, porque nuestro ser social cuenta con más de 3000 años de acumular cultura y un inmenso proceso de humanización anterior.

La escisión entre el liderazgo bicéfalo y la sociedad consiste en que aquel trabaja en contra de los intereses de la sociedad a la que debiera servir.

¿Cómo?

Vayan algunos ejemplos: decreta que se puede conseguir titulaciones, suspendiendo asignaturas sin límite; pretende derogar la Reforma Laboral, que ha permitido los ERTE, que no son una solución, sino un alivio ante las crisis; hace compras multimillonarias de material sanitario inservible, condenando a la muerte a quienes lo usaran; confinan a la población, como si tratasen de estabular un ganado y cierran la vida económica, convocando al hambre; autorizan incrementar el gasto público un 153%, condicionando el empobrecimiento futuro de nuestros hijos, nietos y bisnietos, que vivirán asfixiados por las deudas; se niegan a considerar las mascarillas artículo de primera necesidad, que implicaría un 4% de IVA y siguen grabándolo con el 21%, como artículo de lujo…; intencionalmente, pretenden subir impuestos que colapsarán, aún más, la economía; con tal de recolectar unos votos, no dudan en deshacer la Nación y congraciarse con terroristas; atacan a la Monarquía actual, que funciona de excelencia, como si añadir otro problema más fuera inteligente; etc..

Los líderes que evacúan tales despachos no se corresponden con las definiciones que da el Prof. Morales. Estos que sufrimos, pareciese que anhelaran que cuanto peor marche todo, antes llegará la hecatombe.

Antes que alumbrara el fascismo, dejó dicho Ortega y Gasset que “España era el problema y Europa la solución”. Eran sus tiempos de joven estudiante.

Hoy, la frase orteguiana vuelve a cobrar sentido pleno y alentar nuestra esperanza. Es cierto que la Unión Europea, prioritariamente, sirve a intereses económicos, pero el germen político también existe y está en consonancia con nuestro ser social: sometimiento a la Ley, democracia, separación e independencia de los poderes del Estado, libertad de movimientos, de empresa y de opinión, garantía de la cobertura de derechos básicos, etc.

Así como la Transición dio pie a consolidar el sintagma “milagro español”, por el paso ejemplar de la dictadura a la democracia y la prosperidad que permitió aquella estabilidad política, ahora, andamos de boca en boca, por la ineptitud de nuestros gobernantes, su afán desestabilizador, las luchas internas entre ellos y su carácter errático, que sólo anticipa un acontecer incierto, más desgraciado aún que el presente.

Miremos a Europa con esperanza, porque simboliza y encarna el yo social al que pertenecemos; pero, el problema es nuestro, de todos y cada uno de nosotros mismos, que no podemos dejarnos atenazar por este despotismo esquizoide. Sería una regresión imperdonable.

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