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Temporada otoño-invierno

jueves 22 de octubre de 2020, 09:02h

Llega la gripe y sus síntomas se confundirán con los del coronavirus. La complejidad y la confusión aumentarán.

Únase a lo antedicho, que el frío nos encerrará en oficinas y hogares, aumentando los contagios.

Y pese a todo, hemos de convivir con la pandemia, de lo contrario, colapsaremos. Precisamos de ilusión y esperanza, no confundir con un bobalicón optimismo o una dolosa irresponsabilidad de ciudadanos y de políticos.

Una sociedad infantilizada ha de asumir la dura realidad, afrontarla y actuar en consecuencia. La esperada vacuna no tiene ni fecha de entrega, ni compromiso de éxito total.

Ya sabemos del virus, no podemos ahora alegar sorpresa o desconocimiento. Es hora de imponerse conductas de prevención, precisamos de cortafuegos en la propagación, o no alcanzaremos a hacer todas las PCR requeridas.

Los recursos humanos demandados para la atención primaria, para la salud pública no pueden esperar, ni los apoyos sociales a los más desfavorecidos.

Bien está el dotar de más plazas de Unidades de Cuidados Intensivos los hospitales, incluso adoptar espacios para utilizar como hospitales de campaña. Pero lo esencial es controlar la transmisión de los casos detectados. Criterio, rapidez, contundencia, son exigibles en quienes han asumido cargos de liderazgo.

La catástrofe sanitaria / económica exige un compromiso individual, y de las competentes administraciones.

Equidad y justicia social son irrenunciables. Hay zonas donde se vive al día, los espacios son muy pequeños, los trabajos inestables. Es dolorosamente nítido que precisan ayuda por decencia cívica y en segundo lugar porque agravan y contribuyen a la extensión de la pandemia.

El virus, empieza a ser previsible, es muy transmisible, aprovecha cualquier ocasión. Somos los humanos los que hemos de cambiar de hábitos para modificar las circunstancias y dificultar la transmisión, por poner un ejemplo esencial, allí donde pasamos largas jornadas, precisaremos de una buena y continuada ventilación.

Nos preocupan los ingresos en hospitalización, en UCI y los fallecimientos. Pero nos ha de ocupar minimizar la cifra de contagios.

El virus no piensa, pero actúa ¿y nosotros?

Apreciamos un grave daño emocional en muchas personas, no siempre explicitado, entre ellas el personal sanitario.

Hay que tener un importante retén de sanitarios ante el riesgo de infección de los titulares de los distintos servicios. Y hay que conveniar con el Consejo General de la Psicología para que psicólogos clínicos, apoyen junto a los psiquiatras emocionalmente a los sanitarios.

Me preocupa que los desajustes, los desequilibrios se reconviertan en ira, en cólera contra uno mismo y contra otros, aumentando exponencialmente el número de agresiones, de asaltos y de suicidios.

No terminamos de saber a ciencia cierta de dónde y porqué apareció este virus, pero sabemos que ha venido para quedarse, y que hemos de combatirlo como individuos y como especie, aumentando la prevención, eludiendo el miedo irracional y paralizante que deviene en pánico.

Claro que se precisa una campaña explicativa, no solo de cuantificación numérica, sino de comprensión situacional, explicando pedagógicamente lo que podemos, lo que debemos hacer. Somos actores, no espectadores de una obra donde van muriendo los asistentes.

Esta pandemia radiografía la sociedad, sus vulnerabilidades, sus castillos de naipes, sus miedos atávicos, su generosidad, su dificultad para comprender, asumir, orientarse y actuar.

Nos movemos en un equilibrio inestable, entre los comportamientos irresponsables, los mensajes contradictorios, los recursos limitados.

Es muy importante la actitud, seamos esperanzados, propiciemos el futuro, dejemos el pesimismo para tiempos mejores. No permitamos que el silencio nos acalle.

Precisamos un crédito económico extraordinario para dotarnos de medios humanos y materiales, resulta costoso, sí, pero no hacerlo es mucho más costoso y doloroso.

Seamos creativos, y suficientemente atrevidos, un hospital como el de IFEMA dedicado al Covid 19, supone dotarnos de 4.500 camas de hospitalización y 500 de UCI, liberando el resto de hospitales, pudiendo atender a otros enfermos de muy distintas dolencias. Este señalamiento en la Comunidad de Madrid es generalizable al resto de CCAA (siempre adaptado a sus singularidades), y claro atendido por profesionales de las distintas categorías, para no restar recursos humanos al resto de hospitales o centros de salud.

En cuanto a la percepción del contagio y de la transmisión comunitaria, bien haremos en mejorar la movilidad de los transportes públicos, aumentar el número de trenes de cercanías, de suburbanos; de autobuses, disminuyendo el tiempo de espera y posibilitando viajar más separados.

Con respecto a las empresas, es exigible que se fomenten en lo posible, turnos y horarios diferenciados, evitando contactos a las entradas y las salidas y aglomeraciones en los transportes.

Es más fácil dictar normas restrictivas que elaborar planes de actuación. Pero es esencial concienciar a quienes componemos la sociedad, de que hay alguien al timón, y que todos y cada uno, tenemos una misión etimológicamente vital.

Javier Urra

Primer Defensor del Menor

Javier Urra fue el primer Defensor del Menor. Es doctor en Psicología y en Ciencias de la Salud. Es Académico de Número de la Academia de Psicología de España y Director clínico de Recurra Ginso. Además, es experto Psicólogo Forense y trabajó para el Tribunal Superior de Justicia de Madrid

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