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Centenario de Miguel Hernández y nostalgia de Tetuán

viernes 30 de octubre de 2020, 09:40h

Hoy hace 110 años que Miguel Hernández vio la luz entre los naranjos, las higueras y los limoneros de Orihuela. Fue la primera de sus tres patrias. Porque después y para siempre aquella sería la poesía; pero también lo fue Madrid, ciudad que visitó dieciséis veces y en periodos de diferente duración en el transcurso de su corta vida, y a la que se referiría así: “Eres mi casa, Madrid: mi existencia”. Otrosí, en ese tercer linaje nace otra estirpe colateral, la del barrio/distrito de Tetuán de las Victorias, donde vivió días gozosos que el alfoz recuerda con nostalgia.

Miguel llegó a Madrid en 2 de diciembre de 1931, autoproclamado pastor y poeta, lo que al vanguardista Ernesto Giménez Caballero, pornógrafo del discurso al decir de Federico Jiménez Losantos, animó a la definición caricaturesca: “… simpático pastorcillo caído esta Navidad por este nacimiento madrileño”.

Al poeta oriolano le costó adaptarse a la urbe y a sus hábitos manducarios. Sus amigos Pablo Neruda y José María de Cossio le llevaban a comer a restaurantes de bastante lustroso pelo e incluso al lujoso Lhardy, pero invariablemente aparecía el cocido en el menú y él le escribía a su Josefina amada: “… he comido y sigo comiendo bastante bien, aunque echo de menos las patatas, que me gustan más que esos garbanzos que me dan de la mañana a la noche y que me tienen siempre con el aire en el pantalón”.

De aquella incómoda monodieta le alejaban las meriendas-cenas de abundantes ensaladas que le regalaba su hermana Elvira, en compaña de su cuñado Paco y su sobrina Elvirita, en los ventorrillos de la Dehesa de la Villa por donde hizo el poeta su entrada al extrarradio de Tetuán, el barrial surgido en la dehesa de Amaniel como resultado de la muy larga acampada de las tropas que regresaban victoriosas de la Guerra de África de 1860 y que se quedaron allí a la espera del desfile triunfal por la capital que nunca tuvo lugar… “¡La plaza de Tánger la van a tomar, también han tomado la de Tetuán!”, y luego no hubo nada.

No obstante, la entrada de Miguel con pompa y circunstancia a la barriada madrileño-tetuanera tuvo lugar el 4 de mayo de 1935, cuando su ya entrañable amigo Vicente Aleixandre le invitó al banquete que se le ofrecía con motivo del Premio Nacional de Literatura con el que había sido distinguido por su libro La destrucción o el amor.

Se celebró el ágape en el restaurante Buenos Aires, sito en el número 50 de la calle Almansa, un lugar de solera y abolengo castizo fundado por Tomás Rueda en 1910.

De aquel acontecimiento queda hermoso testimonio gráfico en el que Miguel ocupa el extremo superior derecho, cohibido y como gallo en corral ajeno, seguido de Juan Panero, Luis Rosales, Raúl González Tuñón, Luis Felipe Vivanco, J. F. Montesinos, Arturo Serrano Plaja, Pablo Neruda y Leopoldo Panero, mientras que sentados y de izquierda a derecha posan Pedro Salinas, María Zambrano, Enrique Diez-Canedo, Concha Albornoz, Vicente Aleixandre, Delia del Carril y José Bergamín. Sentado en el suelo, Gerardo Diego.

Todo hace suponer que entre los primorosos platos que se posaron en la mesa figuraban los muy afamados entonces Huevos a la Bella Otero, Ensalada Excélsior y Arroz a la Bolívar.

Un año después se produjo el Golpe de Estado y Miguel se movilizó, pasando a integrarse en el Quinto Regimiento de Milicias Populares del que formaban parte personajes de las letras como Rafael Alberti, María Teresa León, Luis Cernuda, León Felipe o Pablo Neruda. El contingente se instaló en el colegio-convento de los Salesianos, en el número 5 de la calle Francos Rodríguez, ocupado por la milicia como centro de operaciones y de instrucción militar a obreros y campesinos, para intervenir casi siempre en vanguardia, especialmente tratando y consiguiendo evitar la caída de la capital republicana, y que tuvo un papel destacadísimo en la evacuación de las obras del Museo del Prado a Valencia. Miguel Hernández regresaba al barrio de Tetuán y de ese momento queda otra fotografía testimonial en la que posa en cuclillas flanqueado por tres camaradas en pie.

Imposible saber sin embargo si el poeta conoció personalmente a la bella miliciana que fue portada de la revista gráfica Estampa del 8 de agosto de 1936.

No fue la última vez que Miguel volvió a Madrid, pero no exactamente a Tetuán, sino a la barriada situada justo frente a sus limes, hoy Vallehermoso en el distrito de Chamberí, donde se ubicaba el chalecito de Vicente Aleixandre, en la entonces calle Velintonia Vicente Aleixandre en nuestros días.

El Premio Nobel de Literatura de 1977 recordaba así aquellos encuentros: “… cuando venía a Madrid por destino que le tocaba en la guerra y del trabajo que tenía, siempre venía con una carga, con un saco de naranjas esplendorosas, que en aquel tiempo era como si fueran de oro. Abría el saco de una carcajada feliz y me arrojaba encima de la cama aquel montón de naranjas que era alimento y vida para mi, y necesidad. Y me las daba privándose de ellas y privando a los suyos para darme a mí, para no morir”.

Tetuán fue casi casa de Miguel. Pintada, no vacía. Pintada del color de las grandes pasiones y desgracias.

Y en casa se le echa mucho de menos.

Miguel Ángel Almodóvar

Sociólogo y comunicador. Investigador en el CSIC y el CIEMAT. Autor de 21 libros de historia, nutrición y gastronomía. Profesor de sociología en el Grado de Criminología.

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