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Debilitamiento

martes 03 de noviembre de 2020, 16:48h

Percibimos decaimiento del ánimo individual, y del cuerpo social. El agotamiento emocional, la carencia de certidumbres, el inescrutable futuro nos entristece.
Cunde la melancolía por lo que fue, el desasosiego por lo que debiera ser, la capitulación ante lo que nos viene impuesto.

Nuestros deseos chocan contra la realidad, la mirada planetaria, no concede respuestas, la esperanza queda lastimada. Fue Martín Seligman el que popularizó la denominada indefensión aprendida, que acontece cuando al percibir subjetivamente que no podemos variar la situación aversiva y no tener la capacidad de hacer nada, nos comportamos pasivamente.

Clínicamente es erróneo el diagnóstico que describe lo que nos acontece como indefensión aprendida, pues vivimos, o mejor dicho, padecemos una situación excepcional, objetiva, dañina y perturbadora. A cada uno de nosotros nos cabe el difícil reto del afrontamiento emocional, sin caer en un absurdo y ficticio positivismo, sin escapismos de la realidad, sin sobreactuar, o reflejarnos en espejismos de felicidad. El miedo; la tristeza; el sentimiento de distanciamiento, de pérdida, de impotencia es normal, es lo normal.

Y ante tanta incertidumbre, enfermos, muertos, negocios que cierran, personas en paro, nos cabe no solo compartir sensaciones, inquietudes, desalientos, penurias. Sino analizar la sobreinformación que nos invade, y limitarla. Focalizarnos en lo que está en nuestras posibilidades, desde la prevención, al mantenimiento de relaciones, sociales, la práctica de actividades gustosas, de deporte.

La gestión emocional correcta, debe conducirnos a valorar lo que tenemos, a relativizar, a tomar perspectiva, a recordar desde nuestra psicohistoria lo que hemos superado en nuestra vida, confirmando la resiliencia de la que disponemos. En una situación tan problemática, hemos de posibilitar el buen humor, practicar el agradecimiento, sabernos útiles para otros congéneres, valorar el estar vivos, aprovechar el presente, disfrutar de las pequeñas cosas, que ahora sí, apreciamos.
Prioricemos lo esencial, la relación con los amigos, los familiares, uno mismo. Organicemos los tiempos, cuidemos la imagen, mostremos lo mejor de nosotros, aprovechemos para mejorar los hábitos de sueño, alimentación, aseo.

Démonos momentos satisfactorios. No nos instalemos en un pasado que ya fue, ni en un futuro que no sabemos si será. Percibamos lo que siempre es cierto, que nos necesitamos unos a otros, que estamos irrenunciablemente incardinados, que somos comunidad. Esta situación prolongada en el tiempo afecta a la vida cotidiana, derrama sensación de embotamiento y desesperanza.

El impacto psicológico es severo y por ello hemos de potenciar las fortalezas personales, aceptar el cambio, reconquistar la percepción de control, normalizar el sufrimiento. El afrontamiento funcional, adaptativo, nos dotará de compromiso y solidaridad, de capacidad de resistencia. En esta transacción biográfica con el contexto en que habitamos, hemos de impedir caer en conductas de evitación.

Sigamos el principio estoico de aceptar el miedo, la tristeza, como parte de esta vida, pero no admitamos que nos gobierne. Hemos de actuar para sentirnos bien (no al revés), y hacerlo según lo que estimamos importante, lo que nos indican nuestros valores. Para erradicar la percepción de incontrolabilidad, nos comprometeremos con persistencia en la acción, pues los actos, no son tanto consecuencia de nuestras emociones, sino de las decisiones que tomamos.

Javier Urra

Primer Defensor del Menor

Javier Urra fue el primer Defensor del Menor. Es doctor en Psicología y en Ciencias de la Salud. Es Académico de Número de la Academia de Psicología de España y Director clínico de Recurra Ginso. Además, es experto Psicólogo Forense y trabajó para el Tribunal Superior de Justicia de Madrid

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