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Familiares y allegados

lunes 07 de diciembre de 2020, 17:20h

La familia es un útero donde fragua la humanización, o la deshumanización, del hombre, a tenor de cuáles y cómo sean las ligaduras de la pareja que le da origen. Su entramado son los servicios mutuos que, antes o después, se prestan los componentes de tres, a veces cuatro y hasta cinco, generaciones, ya que hay familias de gran longevidad, si no media la eutanasia.

Hay quien considera la familia una “institución neurótica”. Y lo es, en tanto que, desde el Neolítico, cuando la horda se hizo sedentaria, forma parte del proceso de adaptación general; y la neurosis es un síndrome general de adaptación, que viene a ser una excrecencia patológica, que ahoga a la persona en el esfuerzo en pro de la adaptación. Nunca es bueno el exceso de nada.

Lingüísticamente, la palabra familia proviene de “famulus”, el que sirve y, en la Roma de los patricios, se utilizaba para referirse al conjunto de personas que vivían bajo la autoridad del “pater familias”: hijos propios, reconocidos por él, los adoptados, los libertos y sus hijos, siempre que se acogieran a la confianza familiar. Esto es, que estuvieran dispuestos a acatar la patria potestad del jefe de la familia, que era juez en los litigios internos, sacerdote ante el altar de los lares y un referente moral para todos los miembros de su familia.

Ciertamente, hay familias sin padre, o sin madre, que malviven desestructuradas por causa del alcoholismo u otras dependencias y la delincuencia, sea ésta juzgada y castigada por la sociedad, sea oculta y mal ejemplo para los hijos. Ahí, florecen hijos tarados psicológicamente, que no logran la maduración del proceso de humanización.

“Allegar” era una orden que daba el mayoral de las mulas en las eras, cuando comprobaba que la parva estaba trillada, el grano separado de la espiga, la paja bien molida y el granzón menudo. La allegadora se enganchaba a un par de mulas para rastrillar la parva; y allá iba todo revuelto: grano, paja, granzas y miles de simientes de mala hierba, un mogollón de realidades mezcladas, a formar el pez de mies, en espera del viento propicio para aventar. ¡Cuánto trabajo de sudor acre, para simple alivio del hambre!

La ínclita y Excelentísima Sra. Vicepresidenta del Gobierno, aquella que promulgó que “el dinero público no es nadie”, ahora ha venido a confesar que “la palabra –allegados- no requiere una exégesis lingüística”. De esa manera tan sencilla, ha venido a descubrir que también desconoce el significado de la palabra –exégesis- que es un proceso sesudo, no apto para progresistas urgentes, que se efectúa sobre los textos de la Biblia, el Talmud, o el Corán, para extraer enseñanzas aplicables en la actualidad. ¡Qué cosas! Eso no sirve para hacer ingeniería social de progreso.

A continuación, la eximia Vicepresidenta explicó el morfema -allegados-, como “los que están en nuestra vida”, o sea un gentío de advenedizos ocasionales, paniaguados de partido en busca de medro, parejas de hecho con o sin chalet en Galapagar, “troncos” y colegas de porro, rayitas y “tripis”. Cada uno, sin atender al grado de proximidad, ni a la calidad del vínculo, tenemos en nuestra vida un mogollón de personas allegadas, similar al de la parva trillada, no en vano, allegado es el participio pasado de allegar.

¿Por qué hacer equivalentes a los familiares con los allegados?, ¿es casual tal parangón?. A mi juicio, en modo alguno. Si no hubiera intencionalidad, les traicionó el subconsciente, eso que se cocina, según Teresa de Cepeda, en el retrete del alma. Ella lo dejó dicho sin sentido escatológico; el lector verá.

En la actualidad, la institución familiar no es ni la sombra del órgano social que fue en Roma; pero, conserva algún ápice de su espíritu: la mayoría de los padres se desviven por sus hijos, los quieren incondicionalmente, comparten con ellos sus bienes, su saber y su tiempo, mientras los hijos se dejan ser receptores. Los abuelos, viejos y limitados, hacen otro tanto con sus nietos. Y la actitud de servicio se mantiene tácita siempre. Cuando llegan los apuros del ere, o de los ertes, la solidaridad familiar renace ante necesidades perentorias. Ello quiere decir que la familia es una célula autónoma de la sociedad, que da la vida, educa, apoya cuanto es preciso, presta asistencia, corrige si hay motivo y promociona el desarrollo de sus miembros. ¿Tiene la familia algún competidor que le dispute la titularidad de esas funciones?

Efectivamente, el Estado es el contrapoder de la familia. Lo ha preconizado Celaá, otra Excelencia, al decir que “los hijos no son de los padres, sino del Estado”…(sic) Cuando haya fábricas de gametos, ya no será precisa la familia. Por eso, el Estado, especialmente si está regido por totalitarios, tiene mucho interés en menguar la relevancia del núcleo familiar, degradar su significación y establecer la equivalencia, aunque sea con simples “allegados”.

Sé que este análisis es sutil, un descenso a la “estructura profunda de representación del mundo, desde la estructura de superficie”. En puridad, Bandler y Grinder redivivos, dada la malformación semántica.

Si nos quedáramos en la estructura de superficie, el Estado se comporta con la ciudadanía como una institutriz antigua, dominadora, con fusta en la mano, que se entromete en las casas, para determinar el número de personas que han de reunirse para celebrar los ritos de identidad próximos y la duración de los mismos. Incongruentemente, el Estado, con o sin pandemia, no tiene el mismo comportamiento ante la fiesta musulmana del cordero.

El virus y la pandemia está cercándonos; cierto. Y también cada vecino tiene su inteligencia, su sentido lógico, su criterio y su responsabilidad; puede prevenir riesgos y proteger su salud. Los expertos tienen el deber de informar, hacer supuestos, formular propuestas y respetar el sentido del deber individual. Al Estado le corresponde acatar la libertad del soberano y, si comprueba que tiene una ciudadanía “ligera de cascos”, que revise su proceso educativo, porque habrá cosechado lo sembrado con antelación.

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