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Ego inflado

viernes 11 de diciembre de 2020, 14:11h

La egolatría es una enfermedad psíquica, un exceso de narcisismo, un aparatoso engreimiento, un globo orondo que se infla hasta explotar. Su desmesura es de tal calibre que ignora sus límites e incluso desconoce, en muchos casos, su pobre realidad, minúscula, casi irrelevante, que llega a ser prescindible.

En el panorama político español, a la derecha del Frente Popular, oficia un aspirante y dos acólitos fatuos, pertrechados con sendas guadañas, que le van segando la hierba bajo sus pies y le amenazan con seguir troceándolo.

Ante esa estratagema, tan inteligente y sagaz, el inefable vecino de Galapagar ha dicho, en sede parlamentaria, que “pasarán décadas hasta que el centro derecha pueda llegar al poder”. No era una amenaza, como la de Pasionaria en relación a Calvo Sotelo en 1936, porque los comunistas de hoy disimulan mejor.

Al respecto, es obligado considerar que los bolivarianos cuentan ya con 17.000 muertos políticos, en la Venezuela actual… La inmensa corrupción de Carlos Andrés Pérez, socialista y amigo de Felipe González, dio lugar a los desmanes de Chávez y Maduro, cuya corrupción no va a la zaga de aquella, ha expulsado del país a cinco millones de venezolanos, ha importado a policías cubanos y tiene a Zapatero de Ministro sin cartera.

Pero llevaba razón el Excelentísimo vecino de Galapagar, que tiene a su allegada enchufada en el Consejo de Ministros: ante el Frente Popular, los oficiantes desde el centro a la derecha, divididos y maltrechos como el ejército de antaño, nada, o muy poco, tienen por hacer.

Doña Inés, triunfadora en las últimas elecciones catalanas, no sólo no supo gestionar su victoria, tampoco se atrevió a defender su programa ante el Parlamento catalán, se refugió en el burladero –no sumo-, no hizo nada, abandonó a sus electores y se vino al centro peninsular, a ejercer de musa de Rivera. Con ese palmarés, se presentó ante la Nación. Y ésta, la situó en el mismo antro que puso a los restos de UCD, y a las pretensiones presuntuosas del CDS: el limbo de la política.

Sin embargo, Arrimadas, en primera persona, ha llegado a reeditar la escena del sofá con el Dr. Sánchez, cuyas zalagardas y engaños son harto conocidos. Y le ha ido de pena. Por persona interpuesta, la del chico Aguado, está haciendo cuanto puede por socavar la estabilidad del Gobierno de Madrid. ¡Todo un portento político!

Dado que está en sus postrimerías, a mi modesto juicio, la Sra. Arrimadas, con negociación previa, o sin ella, debiera convocar un congreso de disolución del partido y dejar a sus ciudadanos libres para vincularse aquí o allí, donde les pete. Las urgencias de Rivera por estrellarse pronto, no les permitió saber si eran liberales de centro derecha o socialdemócratas de centro izquierda; por tanto, que cada quien se ingenie dónde estará más cómodo. Ese gesto, generoso y honesto, despejaría el camino de los votos. Si no, su ego hipertrofiado le habrá impedido ver dónde está su sitio.

El otro acólito viene apadrinado por Trump y Le Pen, sin duda una pareja insólita. Uno ya periclitado en su país y la otra empantanada desde hace años. El Sr. Abascal, gran caballista, se ha pasado por Clavijo y pretende reconquistar a España de sí misma, construyéndose un Catalañazor, para volver a liquidar algún Almanzor que se le cruce: quiere sacarnos de Europa, donde están nuestra esperanza de hoy y nuestro futuro; fundir las autonomías, pese al empleo que promueven; quitar chiringuitos políticos, que son como las marmitas del presupuesto; abolir la ley del matrimonio homosexual, para incrementar el contingente de allegados; tampoco le gusta la ley del aborto, porque prefiere a los autóctonos, mejor que a los inmigrantes.

En fin, viene de ser un paniaguado de Aguirre y, tras un noviciado de quince años en el PP, está dispuesto a hacer una limpieza a saco, como un toro desmandado, barriendo a Casado y cuanto se tercie. ¡Todo un caudillo en esencia, presencia y potencia, para echarse a temblar! La razón que tenga en algunas cosas la pierde estrepitosamente con lo demás, con sus modales y sus ínfulas.

Lo más probable es que Abascal no vaya a pasar de sus 50 escaños de ahora, porque la sociedad, en su conjunto, es sensata, madura y realista. Pero, esos 50 escaños suponen el triunfo renovado del Dr. Sánchez y su cuadrilla. Por tanto, Abascal habrá pinchado su propia grandiosidad egocéntrica.

Casado, en el rol de oficiante mayor, tiene el reto de integrar, si quiere llegar a ser. En el PP, hay democristianos del Opus y socialdemócratas de Montoro, quien presumía de haber sobrepasado a Izquierda Unida por la izquierda; es decir, que tiene de todo, si lo pone a trabajar. Ha logrado espantar a la comadreja de la corrupción, que es un punto a su favor, ya. En Europa, le hacen caso y se lo toman en serio; esto es un as. Transmite sus ideas incomparablemente mejor que Carmen Calvo, lo que apenas le añade mérito, pero lo acerca a la gente. Hace una oposición firme, sin alharacas, aunque lo ningunea el contrincante y tiene en su contra a todos los Cintorra y allegados. Y, sin embargo, no remonta, o lo hace renqueando, con parsimonia de viejo.

¿Qué le falta?

A mi modesto entender, le queda fraguar un proyecto de país que encandile, no un “flatus vocis”, ni promesas que se lleve el viento, ni pelillos que vayan a dar a la mar, que es el morir.

Eduardo Serra y la fundación que preside, lo mejor de la intelectualidad española, trabajan en “un proyecto para España”, que el futuro no se construye urdiendo insultos en la carrera de San Jerónimo, sino atisbando un porvenir acogedor y fructífero para todos, que neutralice a las masas de izquierda y convoque a los nacionalistas. Si el trabajo de Serra no le gusta, puede hacer otro que lo mejore. Es labor de taller, de equipo de expertos reales y amanuenses tozudos.

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