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Fiestas del afecto

jueves 24 de diciembre de 2020, 13:13h

Llevan ustedes razón. El título es cacofónico, suena a fraude, a funambulismo, a filibustero de pro, o felón incontinente. Es el título con que el Dr. Sánchez ha secularizado la Navidad cristiana.

A mi juicio, el afecto es un sentimiento de intimidades recíprocas. Las personas que se quieren se entregan mutuamente, sin alardes, expresando con sinceridad el cariño que se tienen en ese momento.

Los ritos de identidad, como la Navidad, singularizan a cada civilización y los hacemos para celebrar la vida y sacralizar la muerte. En cada ritual, hay una conjunción de símbolos, cada uno de los cuales contiene un criterio del valor moral que representa. Quizás por eso, las religiones están cuajadas de ritos; muchos son sacrificiales, como la misa cristiana, y otros son de iniciación, de purificación, o de ascesis mística.

El nacimiento del Niño es un acontecimiento telúrico, porque el Niño es un arquetipo, un ideal mítico, el prototipo de la vida.

En el año 354, el papa Liberio bautizó la fiesta del “Sol invictus”, que se celebraba dentro de las saturnales, como día del nacimiento de Jesús. La fiesta del “Sol invictus” tampoco era la primera. En la antigua Persia, Mitra, también divinidad solar, había nacido el 25 de diciembre, irrumpiendo con grandeza de salvador, como una fuerza creativa, ingeniosa y revolucionaria. Si nos vamos hacia el Norte, encontramos al dios escandinavo Freyr, un dios fálico que cumplía años el 26 de diciembre y se ocupaba de la fertilidad; en otras latitudes, el Inti celebraba su Cápac Raymi el 23. Indudablemente, son las consecuencias del solsticio solar.

Es verdad que la sociedad está secularizando sus valores, que las religiones institucionalizadas están en decadencia y van siendo sustituidas por diferentes teísmos espiritualistas, algunos bastante peregrinos, sectarios y bochornosamente infantiles que, por otra parte, siempre han convivido, mal, justo es decirlo, con los grandes mitos y sus pomposas liturgias.

Antes del siglo XVIII, religión y política vivieron indiferenciadas: la sacre du Roi, en Francia, la coronación del Rey, seguía el mismo proceso litúrgico que la consagración de un obispo. Los reyes lo eran por la gracia de Dios e intervenían en los nombramientos de la jerarquía eclesiástica, o se constituían en cabeza visible de la Iglesia, de derecho como Enrique VIII de Inglaterra, o de hecho como Felipe II de España, manejando el concilio de Trento.

A partir del siglo de la Razón, la sociedad se libera de prejuicios y creencias ciegas, de forma paulatina, a su ritmo y compas, sin que nadie la empuje. España no es una excepción en este proceso. Cuando el inefable Azaña, cuyo centenario conmemoramos, proclamó que “España ha dejado de ser católica”, desató el odio. A partir de ahí, ardieron cuantiosas obras de arte, los tribunales populares condenaron a muerte a innumerables religiosos y laicos practicantes y, al final, el proceso social descarriló y provocó la reacción de sentido contrario, con el amparo y aliento de la Dictadura.

Actualmente, la acracia, con su ingeniería social, está muy interesada en desguazar todo el artificio que protege los valores de identidad de cada civilización, de las culturas y de las sociedades. La globalización ha llegado también al ámbito cultural y está muy centrada en simplificar, hasta conseguir un cliente único, indiferenciado, que sea igual en Laponia que en la Tierra de Fuego.

El Dr. Sánchez carece de ideología propia, por eso le resulta tan cómodo copiar y reproducir lo que digan otros. Él sólo pretende vivir bien, sobre el Falcon y Moncloa, fardar de posibles ante sus amigos y allegados, con cargo al presupuesto nacional, toda vez que “el dinero público no es de nadie”, según la eximia Carmen Calvo. En su gestión, no duda en utilizar la mentira como arma habitual; no hay reparo moral alguno. Igualmente, contribuye cuanto puede a la desacralización: no asiste al funeral de Estado por las víctimas de la pandemia, yéndose a Portugal a comer… Atropella el misterio de la vida, con la ley del apunt-illa-miento. Conculca valores como la libertad de las familias para educar a sus hijos. La libertad de expresión, la independencia de los jueces, el derecho de propiedad privada y el modelo de Estado están al caer. Muchos de estos asuntos no estaban incluidos en el programa con que recabó el voto para el PSOE; pero, da igual, su pragmatismo es contumaz, deja hacer a los investigados de Podemos, y los suyos no se van a quejar, si les aumenta la subvención.

Navidad, Papá Noël, los Reyes Magos no son fiestas del afecto, sino de la generosidad y del altruismo. Todos los iconos que abandonan su espacio de comodidad. El Niño viene a entregarse, a compartir las penurias de la humanidad y ser un paradigma de justicia, un criterio de equidad, mientras los otros traen alegría, un tesoro lúdico, estímulos para fertilizar la vida y hacerla más llevadera.

En ese encuadre, Bergoglio ha pontificado que el sistema capitalista ha secuestrado la Navidad, convirtiéndola en tiempo de consumismo. Lleva toda la razón. En todos los panteones, hay dioses y diosas de la abundancia, dotados con su cornucopia, que nos traen promesas de paraísos de felicidad y dicha sin límites, bienes, paz y entusiasmo colectivo. Quizás sean aspiraciones inmarcesibles de la humanidad, difíciles de encajar en una ideología montonera, más propicia a resaltar el sentido agónico del día a día. Pero, una vez al año, necesitamos celebrar la fiesta de los sueños, de la fraternidad y la esperanza.

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