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Una mascarilla quirúrgica española más segura y respetuosa con el planeta

sábado 23 de enero de 2021, 13:28h

Un profesor jubilado ha reinventado la mascarilla quirúrgica convencional -tan precisa en esta pandemia del coronavirus- y la ha patentado tras incorporarle 3 láminas metálicas interiores en la parte superior y los laterales, que proporcionan más seguridad al adaptarse a las facciones de cada persona, y una bolsa de plástico en la zona inferior, que ya usada facilita desecharla reduciendo su impacto infeccioso y ecológico.

Francisco Caro, que ha dedicado su vida a impartir matemáticas, explica que de esta ciencia nace su espíritu “innovador” y que con su invento pretende “ayudar a protegerse a las personas con menos poder adquisitivo” al asegurar que las mascarillas quirúrgicas -las más baratas en el mercado- “forman arrugas que dejan escapar los aerosoles por arriba y por los lados”.

Con más de una decena de inventos previos en su haber, Caro se inspiró en las mascarillas FFP2 y FFP3 para añadir las 3 láminas -de una aleación de latón y aluminio- a las quirúrgicas; modificación de “no más de dos céntimos” con la que su efectividad se ve incrementada sustancialmente, pues afirma que “las actuales solo cuentan con uno o dos alambres superiores”.

Justo en la parte de la barbilla se encuentra insertada una pequeña bolsa enrollada de modo que cuando la mascarilla vaya a desecharse puede ser depositada en su interior e introducida en la basura porque -recuerda- “un elemento infeccioso no puede tirarse en cualquier sitio sin un aislamiento previo”.

El inventor propone incluso que cada bolsa lleve un código de barras y que podrían colocarse puntos de recogida donde al dejar una o varias mascarillas usadas devuelvan otra nueva y contribuir así al bolsillo de los ciudadanos, al tiempo que de forma responsable se da por finalizado el uso de estos elementos de protección.

300 o 400 años en desintegrarse

Francisco Caro plantea la posibilidad de que, a la salida de “un ambiente hostil” en el que se haya estado rodeado de personas como un trayecto en tren o una clase presencial, se encuentren estos espacios contenedores; lo que incentivaría a la ciudadanía a cambiarse la mascarilla sin que ello suponga un esfuerzo económico “extra".

“Estas mascarillas tardan unos 300 o 400 años en desintegrarse y muchas acaban en el campo o en el mar”, ha señalado este malagueño de 69 años que ha introducido mejoras asequibles económicamente en las mascarillas de tipo desechable, ya que considera que "el impacto ambiental no se está teniendo en cuenta lo suficiente”.

Esta patente fue recibida en el Ministerio de Industria, Energía y Turismo el pasado 31 de diciembre y con ella este inventor suma ya cuatro creaciones ideadas para combatir el covid y “ayudar a quienes más lo están necesitando”, en referencia a los jubilados, las clases sociales más humildes y el sector hostelero.

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