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Lou Andreas Salomé: en busca del padre perdido

Lou Andreas Salomé: en busca del padre perdido

martes 09 de febrero de 2021, 07:00h

Poseía el don de hacerse cargo inmediatamente del modo de pensar de otra persona, en especial cuando la amaba (...) Me sentí horrorizado cuando me habló del suicidio de Rée ¿Y no sientes remordimientos?, le pregunté. Ella se echó a reír y me dijo que los remordimientos eran síntomas de debilidad (…). Parecía indiferente por completo a las consecuencias que pudieran tener sus actos (...). Tenía una extraordinaria fuerza de voluntad y le producía una gran alegría triunfar sobre los hombres. Podía inflamarse, sí, pero sólo por un momento y con una pasión de singular frialdad (...). Destruyó matrimonios y vidas humanas, pero, en lo espiritual, su proximidad resultaba fructífera, estimulante y hasta excitante (...)

Es el testimonio sobre Lou Andreas Salomé (San Petesburgo 1861- Gotinga, 1937) del psiquiatra Poul Bjerre, su introductor en el psicoanálisis, con quien mantuvo un romance. Lou no fallaba. Hermosa, instruida e inteligentísima, donde ponía el ojo, ponía la bala. Su mirada, dicen, causaba hechizo. Las frentes laureadas de su época enloquecían (en ocasiones literalmente) de amor por ella. Es sabido que los filósofos Nietzsche y Paul Rée; el sociólogo Ferdinand Tönnies, el psicólogo Ebbinghaus; el orientalista Carl Friedrich Andreas (su marido, que intentó suicidarse); el poeta Rilke; el doctor Pineles (el único que la plantó) y el psicoanalista Tausk (que también se suicidó) sucumbieron a su dominación.

Tenía dinero, modales de aristócrata rusa, verbo prodigioso y comprensión honda del talento y psiquismo de sus enamorados que, inicialmente, la percibían como un alma gemela, la mujer a la medida de sus sueños, la beldad que los haría felices. La realidad era que Lou construía relaciones tóxicas. Egocéntrica, carecía de eso que hoy llamamos empatía. Con su elaborada retórica lograba de sus enamorados la aceptación de condiciones que emocionalmente los lesionaban (quienes han atravesado una relación destructiva entienden qué es la progresiva anulación de la voluntad). Además de triangulaciones sexoafectivas, impuso a algunos “amantes” la no consumación física de la relación (al marido, 44 años de “casto matrimonio abierto”. La boda la ofició un pastor enamorado de ella. Lou nunca soltaba del todo a sus presas). Era “cautivadora”.

Que fuera una despachurradora de hombres y una narcisista de libro no quita que fuese una intelectual notable, y que igual que tantos genios masculinos de “trato difícil”, merezca ser recordada por su trabajo. Al César lo que es del César…y Lou tiene derecho al podium de la cultura como escritora y pionera del psicoanálisis.

Desde niña, su curiosidad fue renacentísticamente insaciable, y su capacidad de aprendizaje, excepcional. Era la menor de cinco hermanos y también la favorita del padre (quedó huérfana de él en la adolescencia), hecho significativo que, andando las décadas, replicaría en la figura de Freud. De su Rusia natal se trasladó a los 19 años hasta Zürich para estudiar Filosofía, Historia del Arte y religiones comparadas. A partir de ahí, inició una peregrinación intelectual que la llevó a mezclarse en los círculos literarios y de teatro de Berlín y París, en el círculo de los poetas austriacos, en el de artistas del Jugendstil de Munich y, finalmente, en la Sociedad Psicoanalítica de Viena. Para entonces, tenía 50 años y era célebre por sus trasgresiones, sus novelas (Ruth, Desviaciones, Fenitschka…) y ensayos (En lucha por Dios, Personajes femeninos en Ibsen, Nietzsche en sus obras, Rilke…). Estos favorecieron su acercamiento al círculo de Freud, a pesar de que carecía de formación científica.

En ese contexto, pronto destacaría por su comprensión del psicoanálisis y por sus estudios sobre el narcisismo (El narcisismo como doble dirección) y la mujer (El ser humano como mujer), temas que en su obra están muy relacionados, y en los que, desde la ortodoxia freudiana, se permitió plantear (sutiles) disidencias, un pecado que en aquella comunidad se castigaba con enemistad y destierro.

Al padre del psicoanálisis le disgustaba que sus hijos le contrariasen, sin embargo aceptaba encantado las disensiones de Lou y hasta admiraba su determinación en sostenerlas. Elogiaba, por encima de todo ( y me temo que de todos), su capacidad de síntesis. Dijo fascinado: Yo toco una melodía muy simple en la mayoría de los casos, y usted proporciona las octavas superiores; yo separo una cosa de otra, y usted hace que reine lo separado en una unidad superior; yo presupongo silenciosamente las condiciones de nuestra limitación subjetiva, y usted atrae deliberadamente la atención sobre ellas. En conjunto, nos hemos entendido bien y somos de la misma opinión. Sólo que yo tiendo a excluir todas las opiniones menos una, y usted, en cambio, a fundirlas, todas en una sola.

Lou, era sin duda, su hija espiritual, su hija psicoanalítica, y de ella recibió un homenaje en forma de libro, Carta abierta a Freud. Él respondería satisfecho: Se trata de una verdadera síntesis, pero no de la síntesis absurda, terapéutica, de nuestros adversarios, sino de la auténtica y científica, de la que puede confiarse que vuelva a transformar en organismo viviente la colección de nervios, músculos tendones y vasos en que el cuchillo analítico ha transformado el cuerpo.

En 1915, Lou abrió consulta en Gotinga. El horror de la I Guerra Mundial, aumentaría la demanda de servicios psicológicos y muchos psiquiatras, antes escépticos, verían respuestas en el psicoanálisis. El prestigio de Lou como analista se incrementa y también su obra. Publica cuentos y numerosos artículos psicoanalíticos (Anal y sexual, Psicosexualidad, Sobre el tipo de mujer….) que en los años treinta la pondrán en el punto de mira del nazismo.

En 1935 se la llevó un fallo renal. Freud, desolado, redactó un obituario que, al menos en apariencia, contradecía la opinión de bastantes de sus contemporáneos: Era de una modestia y una discreción poco comunes (…) Quien se le acercaba recibía la más intensa impresión de la autenticidad y la armonía de su ser, y también podía comprobar, para su asombro, que todas las debilidades femeninas y quizás la mayoría de las debilidades humanas le eran ajenas, o las había vencido en el curso de la vida….Conclusión: cada cual cuenta la feria según le va.

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