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Iguales, pero unos más que otros

martes 16 de febrero de 2021, 13:00h

Si a alguien situado dentro de eso que llamamos “el común de los mortales”, un funesto día se le ocurre decir públicamente, por ejemplo, que ha visto robar a una gitana en la peluquería que compartía en un momento dado, sería lógico que las feministas, los partidos de izquierda y de derechas, los vecinos del barrio y, probablemente, hasta las más recalcitrantes asociaciones de machistas –si las hay o si ejercen-, se le echaran encima. Tendrían toda la razón del mundo porque el hecho de que quien ha hurtado sea gitana, negra, blanca o amarilla no añade más que un profundo carácter racista a esa afirmación. Lo esencial, en todo caso, sería haber afirmado que había visto a una mujer robar en la peluquería a otra clienta.

Pero si esta hipotética circunstancia, vista a la luz del sentido común, no creo que ofrezca duda alguna para nadie, situaciones análogas, pero esta vez mucho más concretas y reales, tampoco deberían de ser objeto de controversia.

Desmienten, sin embargo, esa buenista visión del panorama hechos tan recientes como el episodio vivido en TVE cuando un tertuliano llamaba "negro de ultraderecha" a Ignacio Garriga, líder de Vox en Cataluña lamentando que la formación de Santiago Abascal entre a formar parte del Parlamento catalán con once diputados. El protagonista de tan desafortunado calificativo fue el escritor y filósofo Bernat Dedéu, conocido por sus posiciones independentistas radicales. Ni la moderadora del debate, Gemma Nierga ni ninguno de los demás participantes -entre otros Xavier Sardá y Pilar Rahola-, hicieron el más mínimo reproche al filósofo por su afirmación.

Día a día

Podría argumentarse que este no deja de ser uno más de los múltiples episodios racistas que se viven cada día en nuestro país, pero es que son precisamente afirmaciones y actitudes aparentemente inocentes como esta las que acaban conformando, por acumulación a lo largo de los años, el pensamiento colectivo sobre un tema determinado.

Este es justamente, sin ir más lejos, el origen del surgimiento del feminismo, un movimiento que ha crecido imparablemente sobre todo desde principios del siglo XX, el descubrimiento de que la acumulación de esos pequeños y grandes gestos a lo largo de la historia, han llevado a la mujer a una situación de lacerante desigualdad frente al hombre, que hay que corregir necesariamente y a marchas forzadas.

Con el racismo sucede otro tanto. La simpatía o animadversión contra una determinada ideología –sea la que sea-, no tiene absolutamente nada que ver con el color de la piel de quien la profesa. En caso contrario, es decir, subrayar la raza del personaje aludido por tener una ideología concreta, descubre el profundo racismo alojado en quien conecta una y otra cosa. O en quien advirtiéndolo, decide callar.

¿Es más negro un hombre si su ideología puede situarse en la derecha que en la izquierda?, ¿es más extremista de izquierdas o de derechas un ciudadano por el mero hecho de ser de raza negra, cobriza o amarilla? Si las dos preguntas son irracionales, alusiones como la del señor Dedéu no pueden ser consentidas. Y, avanzando un poco más lejos, es también necesario poner de manifiesto que ciertos modos y afirmaciones parecen tener más gravedad si quién las pronuncia es de una determinada facción ideológica o política.

Si una mujer es ultrajada, agredida u ofendida, para denunciar la situación debiera ser indiferente que esta sea o no progresista o conservadora. Y otro tanto hay que decir cuando de lo que se trata es de denunciar el racismo o la xenofobia. Pero, ya lo sabemos, este no es el mejor de los momentos para que esto pueda suceder siempre, en todo lugar y en todos los casos. Pareciera que en España -aunque públicamente se predique lo contrario-, entre los machistas y entre los racistas hay también clases: unos son mejores que otros. Y, lo que aún es mucho peor, también entre los ofendidos y agredidos. Unos, al parecer, merecen más ser defendidos que otros.

José-Miguel Vila

Columnista y crítico teatral

Periodista desde hace más de 4 décadas, ensayista y crítico de Artes Escénicas, José-Miguel Vila ha trabajado en todas las áreas de la comunicación (prensa, agencias, radio, TV y direcciones de comunicación). Es autor de Con otra mirada (2003), Mujeres del mundo (2005), Prostitución: Vidas quebradas (2008), Dios, ahora (2010), Modas infames (2013), Ucrania frente a Putin (2015), Teatro a ciegas (2017), Cuarenta años de cultura en la España democrática 1977/2017 (2017), Del Rey abajo, cualquiera (2018), En primera fila (2020), Antología de soledades (2022), Putin contra Ucrania y Occidente (2022), Sanchismo, mentiras e ingeniería social (2022), y Territorios escénicos (2023)

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