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Si doña Emilia levantara la cabeza

lunes 08 de marzo de 2021, 08:12h
Si doña Emilia levantara la cabeza

Hoy, Día Internacional de la Mujer, con el que la Organización de Naciones Unidas sustituyó en 1975 al Día Internacional de la Mujer Trabajadora propuesto por la brillante profesora comunista Clara Zetkin y aprobado en la II Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas celebrada en Copenhague en 1910, cada taifa española, sea esta ideológica, organizativa, reservorio de lo políticamente correcto o incorrecto, afecta u oponente a la unidad de destino en lo universal, prosélita o no de lo trans, en conformidad o disconformidad con la proporción y moderación del veto a las manifestaciones públicas a los que alude el TSJM, y un medio centenar de etcéteras imposibles de alojar en este relativamente acotado espacio, lo celebrará, conmemorará o denostará a su manera.

Coincide el evento y Día Internacional con el centenario de la muerte de gran novelista Emilia Pardo Bazán, por muchos considerada una de las pioneras del pensamiento y la acción feminista, y con el segundo aniversario de la nominación institucional, por parte del Ayuntamiento de Madrid, de los espacios verdes aledaños a la magnífica estatua de la escritora gallega, sita en el inicio de la madrileña calle de la Princesa, como Jardín de las Feministas.

La obra de piedra caliza que salió de los cinceles, gradinas, uñetas, escalfiladores y martilinas del estudio de Rafael Vela del Castillo (el mismo que después esculpió a Tirso de Molina en la plaza que con tal nominación sustituyó a la del Progreso, para reemplazar a la del liberal y desamortizador Juan Álvarez Mendizábal) para posarse en elegante pedestal diseñado por Pedro Muguruza, en lo venidero arquitecto del Valle de los Caídos, fue inaugurada el 24 de junio de 1926 en presencia de Alfonso XIII y su distinguida y egregia esposa Victoria Eugenia de Battenberg, que aquel día, como entonces mostraba la magnífica fotografía publicada por el diario La Nación y según evaluación de las estilistas Olga Menéndez y Azucena Tapia, vestía: “... un elegante y vaporoso vestido de corte Charlestón en tono claro acompañado de estilosos accesorios como sobrero flapper, discreto abanico español, galano bolsito y collar de vueltas de perlas”.

Acompañaba a sus majestades una ilustrísima comitiva de la que salió un ramillete de oradores formado por Álvaro de Figueroa y Torres, el todopoderoso conde de Romanones; Blanca de Igual, vizcondesa de Llantero y concejala del Ayuntamiento de Madrid; Eduardo Callejo de la Cuesta, ministro de Instrucción Pública; y Jaime Quiroga y Pardo Bazán, primogénito de doña Emilia y conde de Torre de Cela, cuya intervención ante la talla de su madre recogía gráfica y primorosamente el diario ABC.

Han pasado los años, casi un siglo, y ahí está la estatua de doña Emilia, frente al palacio de María del Rosario de Silva, que a la muerte de la Pardo Bazán era duquesa de Alba y primera promotora de la iniciativa de cuestación pública para erigir el homenaje en piedra que ella misma abrió, y en el centro elevado de los Jardín de las Feministas.

Contemplando el conjunto es casi inevitable hacerse la tópica y retórica pregunta sobre el que diría la representada si durante un ratito levantara la cabeza.

Habría que empezar recordando lo que ella misma decía en 1890 en La España Moderna, probablemente la revista cultural más importante del último tercio del siglo XIX: “Para el español, por más liberal y avanzado que sea (…) el ideal femenino no está en el porvenir, ni aún siquiera en el presente, sino en el pasado”.

Si doña Emilia levantara la cabeza… cuidándome mucho de no caer en intrusismo de género, cedo la voz y la palabra a dos ilustres estudiosas de la escritora.

Noelia Adánez, doctora en Ciencias Políticas y Sociología, coautora del texto teatral Emilia (mujeres que se atreven), finalista de los Premios Max de 2018 dice: “Es una pionera, es una mujer que profesó en la época lo que llamó un feminismo radical, porque defendió la igualación de derechos entre hombres y mujeres de forma y manera que las mujeres tuvieran las mismas oportunidades que los hombres para poderse diferenciar, es decir, poderse desarrollar con su singularidad; y siendo una feminista radical también fue una feminista liberal, y en ese sentido me refiero a las condiciones socio-históricas en las que se desarrolló su vida y su pensamiento político. Arraiga su pensamiento político en una cultura política liberal. Piensa en clave de derechos, es una abolicionista (piensa que la prostitución es una forma de esclavitud), detecta la violencia de género en su época y le da un nombre específico: los mujericidios”.

Por lo que se refiere a Eva Acosta, autora del libro Emilia Pardo Bazán: La luz de la batalla, considera que: “Pardo Bazán se puede seguir leyendo para ver de qué materia estaba hecho el tiempo que vivió. Era mujer de su tiempo, aunque fuera a contracorriente. Pero, sobre todo, fue una mujer curiosa, que no se ciñó a la torre de cristal del literato, ni a nada (…) Emilia siempre repetía la archiconocida frase de su padre: “Si te dicen alguna vez que hay cosas que pueden hacer los hombres y las mujeres no, di que es mentira, porque no puede haber dos morales para dos sexos”.

Sin embargo advierte: “… estamos cayendo en el riesgo de verla como “la avanzadísima”. Hoy, una feminista no es a lo que ella se refería al llamarse feminista. No la imagino en el “Hermana, estamos contigo, aquí está tu manada”. No podemos meter a la fuerza a la autora en el molde del feminismo de hoy. La gran sorpresa de Emilia es que no se deja atrapar”.

Sin aprensiones ni miramientos de género, y por mi pasado de investigador funcionario en instituciones públicas, me pregunto cuál sería la percepción de doña Emilia si hoy levantara la cabeza ante ciertos debates públicos. Teniendo en cuenta, lógicamente, que con toda probabilidad ella murió de manera fulminante como consecuencia de la infección por una mutación muy agresiva del virus de la gripe que se inició en 1918.

Miguel Ángel Almodóvar

Sociólogo y comunicador. Investigador en el CSIC y el CIEMAT. Autor de 21 libros de historia, nutrición y gastronomía. Profesor de sociología en el Grado de Criminología.

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