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8-M: Como las moscas

lunes 08 de marzo de 2021, 12:25h

(Por Maggie Costantino)

Mi hermano me preguntó hace unos días: “Oye, Maggie, ¿cómo se llama cuándo una mujer mata a un hombre?”. Su pregunta me descolocó. “Se llama homicidio”, respondí. “Claro, pero ¿cómo se llama en verdad? Digo, es violencia de género, ¿cierto?”, insistió. Ese día he comprendido que los hombres no han entendido nada.

Déjame responderte ahora, hermano, que ya se me han pasado las ganas de echarte la bronca, y puedo responderte con calma.

No existe el “masculinicidio”. No hay devolución de gentilezas en cuestiones de violencia de género. Los hombres no son cosificados, ni existe sobre ellos una inferioridad sociocultural que los oprime. No son explotados ni laboral ni sexualmente, ni se los coloca en el banquillo de los acusados por elegir libremente. Y, sobre todo, hermano mío, no existe la forma del “masculinicidio”, porque no mueren tanto como nosotras. El término “femicidio” se ha inventado para darle sentido en palabras a algo que ya no podíamos encerrar dentro de las tipificaciones más vulgares del Código Penal. Porque “homicidio agravado por el vínculo” nos ha empezado a quedar chico. Porque aquí, hermano, lo que agrava el asesinato de cada mujer que se pierde el aliento a manos de un hombre que la somete, es el mero hecho de haber nacido con vulva y tetas. Claro como el agua, denso como la sangre que nos corre en lugar de lágrimas. ¿Ya lo captas?

Si los hombres hubiesen comprendido algo de las últimas mareas femeninas que han chocado en oleaje contra los muros del machismo, tal vez habrían podido salvar a esas madres que les han asesinado. Si los hombres hubiesen escuchado nuestros lamentos en las calles en lugar de subir el volumen de sus auriculares para tapar nuestro llanto, quizás habrían podido oír a sus propias hijas pidiendo ayuda a gritos.

El 8M ha dejado de ser hace rato ese día en que las féminas corean en grupo por sus derechos. Ya no piden (no pedimos) igualdad ni inclusión. Que eso lo hemos conseguido solas, sin su ayuda, a fuerza de estrujarnos los ovarios cada día. El 8M hoy no admite otra bandera que el “Ni una menos” que ustedes nos han obligado desplegar a lo largo y a lo ancho de este mundo.

Y mientras nosotras preparamos nuestros pañuelos púrpura, teñidos con el color de nuestra sangre reseca en cada asfalto donde nos han encontrado muertas, ustedes, los hombres que gobiernan a las mujeres, nos vuelven a dar la espalda.

En Madrid, España, nos han prohibido marchar en las calles, porque la pandemia nos está matando. Que sepan, madrileños, que los femicidas son la pandemia que nos da más miedo. Que no hay vacuna contra ellos. Que un botón antipánico no es un brebaje mágico que nos inmuniza.

En Chaco, Argentina, las autoridades han decidido que podamos viajar gratuitamente en autobús hoy, para poder manifestarnos sin pensar en nuestras billeteras. 54 femicidios se han cometido en Argentina en este 2021 que recién comienza. Pero vamos, que al menos podemos dar un paseo sin pagar un céntimo.

Reino Unido se ha llamado a silencio, y ha sacado a relucir, al igual que Madrid, la carta de la covid para evitar que les copemos el Parlamento. Continúa rigiendo la prohibición de reuniones de más de dos personas al aire libre. Algún día, Boris Johnson, te contaré la historia de Guadalupe Curual, una joven de 21 años que fue asesinada a puñaladas por su ex pareja a plena luz del día, en el centro de la ciudad patagónica argentina de Villa La Angostura. Sólo se han necesitado dos personas al aire libre para que eso ocurra. Dos personas no pueden hacer la revolución, pero te aseguro que sí pueden matarse la una a la otra. Mientras tanto, en tu Cámara de los Lores aún está pendiente de aprobación un proyecto de ley para darle marco jurídico al “abuso doméstico”, que fue presentada en marzo del año pasado. Un año después, y aquí estamos.

En México, el avispero está alborotado. El gobierno de Andrés Manuel López Obrador no ha intentado siquiera disimular su falta de empatía, y ha decidido colocar una valla metálica de tres metros de altura (“Muro de paz”, lo llamaron) rodeando el Palacio Nacional para evitar “ataques”. “Les molestó mucho porque pusimos una valla para proteger Palacio Nacional. No es por miedo a las mujeres, es por precaución (…) Imagínense permitir que vandalicen el Palacio Nacional (…) Pues pusimos esa valla para proteger al Palacio”, disparó sin tapujos el presidente mexicano en un video difundido en sus redes sociales. Y por si no quedaba claro aún que a su Gobierno le interesa más cuidar de sus edificios que de sus propias mujeres, afirmó: “Es mejor poner una valla que poner granaderos frente a las mujeres que van a protestar”. Claro, que los golpes, mejor puertas adentro.

La respuesta de las mexicanas no se hizo esperar. Durante la noche del sábado, un grupo de mujeres se dedicó a pintar los nombres de cientos de víctimas de femicidio, transformando la “valla de paz” de AMLO en un “muro de memoria” e invitando a “llenar de flores el muro” al día siguiente. Ayer, entonces, las manifestantes se unieron en un solo grito: “Donde sembraron miedo, crecieron flores”. Y la valla que protegía el Palacio Nacional se convirtió entonces en un amenazante recordatorio de que la violencia machista escala cualquier muro.

En España, en Argentina, en Reino Unido, en México. Hacia donde mires, estamos cayendo como moscas. Como moscas que molestan. Como moscas que hacen ruido. Nos violan, nos humillan. Nos degüellan. Nos ahogan. Nos descuartizan. Pero aquí seguimos. Como moscas, oliendo mierda, saboreándola, y decididas a seguir zumbándote en el oído. Hasta que escuches.

* Maggie Costantino es productora de radio y televisión en Argentina, y periodista de la revista digital 'Tendencia y Belleza' en España

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