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1000 años del nacimiento del poeta y filósofo sefardí Ibn Gabirol

1000 años del nacimiento del poeta y filósofo sefardí Ibn Gabirol

martes 20 de abril de 2021, 07:00h

2021 es el milenario del nacimiento de Shelomó Ben Yehudá Ibn Gabirol y todo apunta a que, si nadie lo remedia, las nubes oscuras de la Covid 19 opacarán el brillo de su recuerdo. Da que pensar…pareciera que no resplandecer plenamente fuera el sino, por los siglos de los siglos, de este malagueño y judío universal. Desde 1845 sabemos que detrás de Ibn Gabirol (el poeta hebreo) y de Avicebrón (el filósofo mozárabe que escribía en árabe) se esconde una sola y polifacética criatura. Su obra influyó tanto a la escolástica cristiana, como al misticismo judaico o cábala, y hay quien asegura que fue el primero en utilizar ese término para denominar la sabiduría secreta hebrea, hasta entonces llamada mercavah.

Solo cinco de las veintiún obras que se le atribuyen (Collar de piedras preciosas, Fuente de la vida, Corona real, Selección de Perlas y Libro de la corrección de los caracteres) han llegado a nuestras manos. Ya nos gustaría que fueran más.

Entristece pensarlo: su prolífica y corta existencia (poco más de treinta años) fue desgraciada. A causa de una enfermedad quedó bajito y enclenque y padecía dolores invalidantes, que a menudo le obligaban a permanecer postrado. Sufría, además, un trastorno severo en la piel que lo cubría de pústulas. Era pobre y para colmo, de mal talante (es lo que dicen los cronistas, incluidos los que le admiraron). Tenía un carácter tan difícil y extremo como el cierzo, ese viento hostil y seco que azota el valle del río Ebro, a cuya orilla fue a dar, cuando su familia emigró a la taifa de Saraqusta (Zaragoza).

Allí, en plena adolescencia, el talentoso Shelomó quedará huérfano y desamparado. “Doliente, sin madre ni padre, inexperto, sin hermano, ni más amigo que los pensamientos”, hará uso de su extraordinaria capacidad versificadora para sobrevivir. Y creáme, a pesar de su juventud y la altura literaria de sus rivales (el siglo XI fue el siglo de oro de la poesía hebrea) no le iba mal: A los 16 años ya era un poeta célebre en la populosa Zaragoza y a los 19 compuso Anaq (Collar de piedras) una gramática hebrea en verso que causó admiración y envidia…

Su manejo del hebreo y del árabe era formidable, y en los encorsetados cánones de la poesía de su tiempo, donde tanto los temas como la métrica debían cumplir pautas muy estrictas, logró la proeza de resultar original. Profundo y exquisito era, además, un innovador de acepciones semánticas, un prodigio eufónico en el uso de aliteraciones y acrósticos, un mago de la rima y un maestro del ritmo; en dos palabras: sabía lucirse. Y digo lucirse porque para ganarse el sustento debía agradar a sus mecenas (primero al visir de Zaragoza y luego al de Granada) y destacar sobre el resto de protegidos. La cultura, entonces, dependía (como hoy) de los favores del poder y eso hacía que las Bellas Letras fueran un mundo erizado de rivalidades y egos. Para su desgracia, naufragaba en la interacción con el prójimo porque se mostraba arrogante y carecía de mano izquierda para manejar a sus envidiadores, que eran muchos, como suele ocurrir a las personas de talento. El crítico Moshé Ibn Ezra (1055-1138) dijo de él que aunque era el más joven de los poetas de su generación sobrepasó a todos con sus cualidades literarias (…) Antes de él los grandes parecen pequeños (…) No ha habido como él ni antes ni después.

En 1039, el visir de Zaragoza -su protector- fue asesinado e Ibn Gabirol, buscó en Granada el auspicio del visir Samuel ibn Nagrella, que también era literato. Todo marchaba perfectamente entre ambos hasta que… empezó a marchar mal… Tal vez alguien los malmetió. Tal vez Nagrella comenzó a envidiar a su protegido o este a sentirse infravalorado y efectuó una crítica innecesariamente dura a la poesía de su mecenas… el caso es que Gabirol, aunque retractado de sus palabras, tuvo que retornar cabecigacho a Zaragoza, la ciudad en la que se hizo poeta y donde él -que era el mayor enemigo de sí mismo- creyó que conservaba alguna buena amistad.

A riberas del Ebro y con aquel carácter suyo, las cosas no hicieron más que empeorar. De haber comenzado de cero en otro lugar, habría podido construir relaciones nuevas en vez de continuar trenzando desafectos con personas dañinas y/o personas a las que dañó, pero a menudo, el ser humano es en materia de emociones una criatura irracional, un animal de costumbres que bebe repetidamente del mismo agua, aunque esta sea tóxica, de modo que fue solo cuestión de tiempo que las tensiones entre él y su entorno rebrotaran.

A pesar de que siempre recalcó su postura creacionista y su fe en la unicidad y trascendencia absoluta de Dios, la comunidad judía no apreció su filosofía (no así su poesía religiosa, que 1000 años después sigue formando parte de la liturgia sinagogal). Su obra La fuente de la vida (en árabe, Yanbu’ al-Hayya) resultaba al entendimiento rabínico sospechosamente “griega”. Había construido en ella una metafísica de inspiración neoplatónica y una teología sin raigambre judaica, potencialmente panteísta, demasiado abierta y dúctil a otros credos. Para redondear suspicacias, sus enemigos extendieron el rumor de que practicaba la hechicería y en 1045 los sabios de la comunidad decretaron su expulsión no solo de Zaragoza, sino también del pueblo de Israel. Antes de marchar, Gabirol dejó escrito un tratado moralista de gran calado psicológico, cuyo título -Libro de la corrección de los caracteres- debió en esas circunstancias parecer (im)pertinente, y a todas luces, dirigido a sus adversarios.

A partir de entonces, su rastro, el lugar y la fecha de su muerte se pierden. Su última etapa fue, pues, la de una ser errabundo,“intratable”, un apestado, un homeless. Imagino el deterioro progresivo de su endeble salud y la hondura inconmensurable de su tristeza por haber sido declarado maldito, pues aunque contradictorio e irascible, siempre fue un hombre de fe muy sólida, como lo demuestran su abundante poesía sacra y su largo poema religioso/metafísico Kéter Malkut, Corona real.

De Yanbu’ al-Hayya -Fuente de la vida- escrita originalmente en árabe, se conserva el resumen en hebreo de Ibn Falaquera y la traducción latina de Juan Hispalense y Domingo Gundisalvo, de la Escuela de Traductores de Toledo, que fueron quienes la titularon Fons Vitae. Toda la cristiandad (y supongo que también ellos) pensó que Yanbu’ al-Hayya era la obra de un mozárabe llamado Avicebrón. Los dominicos, con Tomás de Aquino a la cabeza, cuestionaron los postulados de Fons Vitae, lo que da idea de lo mucho que les hicieron reflexionar y disertar, pero los franciscanos, en especial Duns Scoto, abrazaron como propios los presupuestos gabirolianos y hasta el obispo de París, Guillermo de Auvernia, calificó a Avicebrón de único nobilísimo entre todos los filósofos.

Fue así como Gabirol y Avicebrón se desdoblaron a ojos de la Humanidad en dos hombres distintos (uno judío y poeta y otro, cristiano y filósofo), hasta que en 1874, Salomón Munk, un prestigioso orientalista, cotejó el texto latino con el resumen hebreo de Ibn Falaquera y deshizo el secular entuerto: Avicebrón nunca existió; no era más que la deformación romance del nombre de Ibn Gabirol, el judío que había escrito en árabe un tratado neoplatónico.

Cuanta una leyenda que Ibn Gabirol fue asesinado por un musulmán celoso de su sabiduría. Su cádaver, escondido bajo una higuera, produjo frutos tan dulces que hicieron sospechar que un secreto extraordinario se escondía entre sus raíces. Su asesino, el dueño de la higuera fue descubierto y castigado e Ibn Gabirol enterrado convenientemente, aunque no sepamos dónde. Bueno sería, que 1000 años después, le recordáramos como se merece en nuestras universidades… ¿Para cuando, una cátedra de estudios gabirolianos?

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