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Crítica de la obra de teatro 'Frágil': no somos nada

Crítica de la obra de teatro 'Frágil': no somos nada

lunes 19 de abril de 2021, 14:34h
El Umbral de Primavera ha dado cabida este mes en su cada vez más imaginativa, variada y sorprendente programación a una nueva propuesta, ‘Frágil’, que Daniel Dimeco escribe y dirige. No lo veíamos desde hace 4 años tras su estupendo montaje en La manada. La nueva propuesta es minimalista, esencial y existencial porque aborda el final de la vida, ese tránsito por la vejez en el seno de una pareja en el que se hace aún más patente que el ser humano es, esencialmente, un ser frágil, quebradizo, finito, aunque se empeñe durante toda su vida, o casi, en olvidarlo o –lo que aún es peor-, en un vano, grotesco y fatal intento de autodemostrarse todo lo contrario.

En ‘Frágil’, los dos únicos y espléndidos actores en escena, David Aramburu y Cristina Canudas, son Bautista y Virginia, una pareja de personas mayores con más de medio siglo de convivencia a sus espaldas. Él, 78 años; ella, quizás algunos menos. Toda una vida en común, con sus proyectos, sus ilusiones, sus reveses y sus heridas. La mayor de todas, la pérdida de un hijo, Miguel, cuya presencia anda revoloteando instante a instante en cada una de sus vidas.

Hacerse viejo es un ejercicio inevitable de enfrentamiento cara a cara con la muerte… Antes de comenzar la representación, Daniel Dimeco, invita a los espectadores a adentrarse en su propuesta con estas palabras: “Bienvenidos a esta ceremonia”. Y lo hace a toque de campanilla, como se hace en el Teatro de La Abadía desde hace ya más de 25 años. Y es que la propuesta es mucho más que un montaje teatral, es una invitación a la reflexión, a la introspección, toma de conciencia de la finitud de la existencia. Al menos en esta tierra, con estos principios que nos empeñamos en desconocer, en ocultar, en enterrar como inocente sortilegio para eludir el final, la ceremonia, como dice el autor, cuando en realidad quiere decir la muerte, un término casi desterrado del vocabulario del líquido hombre del siglo XXI.

Los dos personajes protagonistas están aislados física y existencialmente. Vagan entre recuerdos del hijo muerto, de sus primeros encuentros, de sus anhelos más íntimos. Él, actor, esperando eternamente un papel de protagonista que, después de decenas y decenas de años, no llega. Pero, ¿cuándo será el momento de aceptar el fracaso, de tirar la toalla, de decirse a uno mismo que ya no habrá nunca esa llamada? Virginia, que regentaba un bar, anhelando un calor, un sosiego, una paz que no encuentra nunca. Y su temor a la electricidad sigue ahí, presente, inquietante y amenazadora Dios sabe por qué…

La pareja amasa recuerdos, viejos proyectos, adversidades, anhelos y, cada vez más, se zambulle en la incomunicación y los desencuentros: “¡que te jodan!”, le dice en un momento Bautista a su mujer; en otro. ella le lanza a él un contundente “¡vete a la mierda!”. Son sólo instantes que adornan esa vejez, ese tiempo al que nadie sabe si llegará -y menos aún en qué condiciones físicas y mentales podrá hacerlo-; es claramente la última etapa vital de aquellos que tienen la oportunidad de alcanzarla. Más allá está la muerte. Pero esa es una falacia acomodaticia del ser humano porque la muerte le aguarda en todo momento. Un automóvil, una enfermedad sobrevenida, una caída, un golpe inopinado y otras mil formas de agresiones imprevisibles pueden precipitar esa última etapa.

En todo caso, Dimeco sitúa a sus dos personajes aislados en un páramo, en medio de la nada, una casa solitaria a la que han tenido que irse no se sabe muy bien por qué. La casa tiene jardín; un jardín que la escenografía elude, pero cuyas referencias continuas al mismo por Virginia y Bautista lo hacen presente en cada momento tanto en sus vidas como en la mente del espectador. Hace un frío glacial que se mete en los huesos que Bautista trata de combatir en un movimiento circular constante y que Virginia no puede eludir tampoco porque hay una fuerza oculta que le impide entrar en la casa. El espacio es desolador: ni una silla, ni una mesa, nada de nada. Ellos tienen que permanecer de pie, encorvados, dolientes, sin esperanza, y esa incomodidad se traslada al patio de butacas.

Trini León ha diseñado luces y sonido en la propuesta: una penumbra casi constante y sonidos de latidos, música electrónica y canciones ancestrales vascas o catalanas; Carmen Garrido ha vestido de flores a los personajes (una bata floreada para Virginia, y unos calcetines también floreados para su marido, que viste de oscuro riguroso; y, en fin, Sergio Jaraiz ha cuidado del cuerpo y del movimiento de los personajes en escena.

El montaje es tan interesante como incómodo para el espectador de nuestros días. En cierto modo recuerda con el distanciamiento de Becket sobre el escenario aquellas hermosas palabras del poeta castellano Jorge Manrique y sus Coplas por la muerte de su padre: “Recuerde el alma dormida, /avive el seso y despierte / contemplando / como se pasa la vida, / como se viene la muerte /tan callando, / como después de acordado / da dolor / como, a nuestro parecer, / cualquiera tiempo pasado / fue mejor”.

Frágil’

Autoría y dirección: Daniel Dimeco

Elenco: David Aramburu y Cristina Canudas

Ayudante de dirección: Shandra Sánchez Ródenas

Escenografía: Karoo Teatro

Vestuario: Carmen Garrido

Diseño de luces y sonido: Trini León

Cuerpo y movimiento: Sergio Jaraiz

Documentación: Carmen Garrido

Fotografía: Lucía Bailón

Diseño de cartel: Karoo Teatro

Asesoría: [ los números i maginarios ]

Producción: Karoo Teatro

Sala El Umbral de Primavera, Madrid

Próxima representación: 25 de abril de 2021
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