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El grito y la política

lunes 19 de abril de 2021, 18:47h

No sé cuándo 'se jodió' España, y quizás Vargas Llosa debería escribir una adenda a su novela Conversación el catedral para aclararlo. Claro que lo más seguro es que no pudiera porque tan pronto lo pensara 200.000 twiteros hidrofóbicos saltarían sobre él, su editorial, su casa, sus libros anteriores, el día que se sacó un moco y hasta sobre su tía Julia que en gloria esté.

Twitter acabará desapareciendo o asumiendo la piara de fango que es hoy y en la que cualquier opinión en cualquier medio es carnaza para sus perros de presa. Ahí está todo el vergonzoso caso de Javier Cercas, FAQS (TV3) y twitter como muestra, aunque hay millones de ejemplos en los que se “cancela” a quien opina distinto de los perros guardianes.

El arma de la cancelación es el penúltimo y repugnante medio de las hordas para “matar” civilmente a quien sea objeto de sus odios. Se trata simplemente de censura de la más burda y repugnante contra quien se atreva a ir contra el estúpido mainstream que nos están obligando a zampar con ruedas de molino.

El caso de Cercas es horrorosamente lamentable y admiro la capacidad de este hombre de seguir viviendo en aquella tierra hostil. Ahora le toca el turno a Miguel Bosé. Independientemente de lo que opine, tanto él como Évole, su entrevistador, tienen el derecho garantizado a la libre expresión. Y si hay que rebatir sus opiniones, pues se hace con argumentos, datos e ideas. Sin embargo, he oído a periodistas, profesores de universidad y energúmenos twiteros de toda laya diciendo que Libertad de Expresión sí, siempre, derecho civil fundamental y blablablá, pero no para Bosé porque “eso” (sus opiniones) no es libertad de expresión (sic).

Intentar explicar que lo que se ampara es el derecho a decir lo que se quiera y no los contenidos, es un problema: en seguida surgen los garrotes de Goya dispuestos a linchar a quien difiera de sus opiniones. Es como lo de “Yo no soy racista pero” o “Yo estoy por la igualdad de sexos pero”. Ahora es “Yo soy defensor de la Libertad de Expresión pero”.

Si vives en Cataluña y se te ocurre decir que eres español, que el castellano te parece un idioma hermoso o que España es una democracia, no tardarás en ser vilipendiado, denunciado, asediado e insultado por el independentismo amarillista perfectamente bien organizado en cohortes twiteras con brazos armados en las calles.

Si vives en Venezuela y se te ocurre decir que no hay papel higiénico o que no consigues validar tu plaza por oposición sin jurar lealtad eterna al movimiento bolivariano, rápidamente serás lapidado en la red, tildado de facha y pasado por el cilicio de Podemos hasta que sangres.

Puede parecer trivial, pero no lo es. En las entrevistas de trabajo hoy en día te preguntan qué redes sociales manejas, cuántos seguidores tienes y cuál ha sido tu último feed en cada plataforma y tan pronto sales por la puerta, el entrevistador escudriñará tus redes sociales en busca de opiniones inconvenientes o simples meadas fuera del tiesto con las que poder decidir si estás o no capacitado técnicamente para realizar la función para la que te presentas.

El problema que tenemos es cada vez más grave. Ya no hay dialogo argumental porque la polarización de sentimientos lo hace imposible. Y los políticos y periodistas se solazan en el cenagal aupando a unos y condenando a otros. ¿Comunismo o Libertad? Una frase tan estúpida como vacía, pero ahí está como la luminaria de un faro al que seguir. Ione Belarra, la Quim Torra particular de Pablo Iglesias, cada vez que abre la boca es para abofetear a un ministro socialista o a un obispo y su premio, coram populo, ha sido nombrarla ministra para que cobre buena pensión dentro de unos meses mientras hunde un poco más este país nuestro.

Ya murió la opinión, sustituida por la consigna y los que aún gustamos de la palabra y el intercambio de pareceres no tenemos cabida en este griterío, somos especie en vías de extinción a los que nadie protege porque el grito es más rentable tanto en las tertulias barateras de la tele cuanto en la tribuna, hasta hace poco respetable, del Congreso de Diputados.

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