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Así que pase un siglo del borrón de la deshonra

lunes 09 de agosto de 2021, 07:51h

Hace en estos días nada menos que un siglo que comenzaban a producirse una serie de enfrentamientos bélicos entre el ejército español destacado en el Protectorado de Marruecos y una tan insólita como poderosa alianza de cabilas o tribus del Rif lideradas por el caudillo local Abd el-Krim, que concluirían con una estrepitosa derrota de las tropas coloniales conocida como “Desastre de Annual” y que arrojaría un dramático balance de unos diez mil soldados españoles muertos.

Todo empezó en Igueriben, un monte y posición contigua a Annual donde, el 18 de julio de 1921 y en situación extremadamente desesperada, el capitán de artillería Federico de la Paz Orduña arengaba a sus hombres: “¡Resistid una noche, una más! La patria no nos abandona; madre buena acudirá, en breve, en nuestro auxilio; pero es necesario que, por nuestra parte, hagamos lo imposible para que sobre su nombre inmaculado no caiga el borrón de la deshonra”.

Aquel oficial y su jefe al mando, el comandante Julio Benítez, murieron disparando hasta el último cartucho, tras haber incendiado las tiendas e inutilizado el material artillero para que no cayera en manos del enemigo, que logró tomar la plaza el 22 de julio, día del inicio formal del Desastre. La patria, madre buena, no acudió en auxilio de sus heroicos hijos. De entre los defensores solo lograron sobrevivir un oficial herido y once soldados, cuatro de los cuales consiguieron llegar a la posición de Annual. Murieron al poco y entre convulsiones tras haber ingerido una gran cantidad de agua para aplacar su sed extrema.

La patria, madre buena, tampoco acudió esta vez en auxilio de sus hijos.

De retirada en retirada, casi en desbandada, desnortados y sin mandos, la odisea concluyó en Monte Arruit, donde consiguieron refugiarse unos tres mil soldados. No tenían víveres, pero lo peor era la carencia de agua que les obligada a hacer descubiertas suicidas tras haber intentado saciar algo la sed con tinta de escribanía o con los propios orines endulzados. El día 9 de agosto de 1921, hoy hace exactamente cien años, el responsable de la posición, general Felipe Navarro y Ceballos-Escalera, consiguió comunicar con el alto mando en Melilla mediante mensajes a través del heliógrafo y recibió la conformidad para la capitulación.

Se pactó con los rifeños que los españoles se rendirían formalmente y entregarían todas sus armas a cambio de que el general y sus oficiales fueran hechos prisioneros de guerra con dignidad, mientras que a la tropa se le permitiría retirarse hasta Melilla sin ser hostigada.

La primera condición se cumplió porque de la oficialidad se pretendía obtener, y se obtuvo, una cuantiosa suma de dinero a cambio de su liberación, pero en cuando los soldados salieron del recinto fueron ejecutados, a tiros o degollados, en tu totalidad.

Cuando un nuevo contingente del ejército español tomó otra vez la posición dos meses después, a finales de octubre de aquel año, se encontraron con el espectáculo dantesco de dos mil seiscientos cadáveres (parcialmente momificados por el calor y la sequedad extremos), esparcidos por todo el recinto. La mayoría estaban empalados con estacas del alambrado, mutilados sus genitales y colocados estos en sus bocas, crucificados, las manos atadas con sus propios intestinos. Se identificó a los que se pudo y todos fueron enterrados en una fosa común sobre la que fue colocada la “Cruz de Monte Arruit”.

Esta vez, la patria, madre buena, no solo no les socorrió en vida, sino que se apresuró a olvidarlos en su dantesco tránsito.

Dos años después, en 1923, el general Miguel Primo de Rivera (hermano de Fernando, el heroico oficial que comandaba la caballería del valerosísimo “Regimiento de Alcántara” y que precisamente murió en Monte Arruit tras serle amputado un brazo sin anestesia), dio un Golpe de Estado y se apresuró a echar tierra sobre el “Informe Picasso” que pretendía esclarecer los hechos y depurar responsabilidades. Y desde entonces hasta hoy, salvo alguna honrosa iniciativa totalmente aislada como la del pueblo madrileño de Chamartín de la Rosa (que en su momento decidió colocar una placa de mármol en recuerdo de los “mártires de Annual”), ninguna institución oficial ha rendido memoria a aquellos españoles que dejaron su vida “allá por tierra de moros, allá por tierra africana”. Soldaditos españoles, ajenos al jacarandoso “vino de Jerez ni al vinillo de Rioja”, borrados del recuerdo hasta donde la desmemoria pueda.

Como escribía no ha mucho el historiador y periodista Julio Martín Alarcón: “El verdadero "borrón de la deshonra" que expresaba el capitán de La Paz en Igueriben, es el de la desmemoria de España, no el de los que cayeron en esas dos semanas infernales en Marruecos”.

Hoy, 9 de agosto de 2021, a cien años justos del final de aquel Desastre, un grupo de usuarios de servicios de hostelería, socializados y humanizados durante años en tascas, bares, tabernas y botillerías, “Parroquianos Sin Fronteras”, rinden un sencillo y modestísimo homenaje a aquellos compatriotas con la lectura de un breve manifiesto y la colocación de una placa provisional bajo la que ya existe en la fachada del número 3 de la calle Algodonales, casi esquina a Bravo Murillo y a unos metros de la boca de metro de Tetuán, línea 1, Madrid.

Después, a pocos metros, un brindis por los mártires de Annual en Tablada 25, cuna y patria chica de la inmensa mayoría del pop y del rock español, como casi todo en España en los arrabales del olvido, que el pasado año no pudo celebrar su 40 aniversario por los sempiternos motivos pandémicos, pero que, memoria sobre memoria parroquiana, todo se andará, aunque eso, como decía Kipling, ya es otra historia.

Miguel Ángel Almodóvar

Sociólogo y comunicador. Investigador en el CSIC y el CIEMAT. Autor de 21 libros de historia, nutrición y gastronomía. Profesor de sociología en el Grado de Criminología.

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