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Murió Luis Espada Simón, el mejor presidente de la plaza de toros de Las Ventas
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(Foto: Asociaciómn El Toro de Madrid)

Murió Luis Espada Simón, el mejor presidente de la plaza de toros de Las Ventas

viernes 20 de agosto de 2021, 13:05h

La Fiesta de los toros está del más negro de los lutos. Porque ha perdido a uno de los mayores defensores de su pureza e integridad, esas dos cualidades cada día más extrañas, por desgracia. Sí, porque quien ha sido, con diferencia, el mejor presidente de la cátedra y catedral de la tauromaquia, el coso de Las Ventas, ha muerto víctima de varios problemas de salud. Pongamos que se habla/escribe de Luis Espada Simón (Sevilla 1932), de quién, si no, tras semejante loa. Semejante y justificadísima, porque en los once años, entre 1986 y 1997, en los que este comisario de policía ocupó el palco de la Monumental madrileña, se encargó de cumplir la obligación –¡ay tan descuidada por la mayoría de sus colegas en esta y otras plazas!- de defender la Fiesta. Algo en lo que siempre se quitaba méritos, como con su humildad mantenía, por haberse limitado a cumplir su cometido, para añadir con retranca que si otros no lo hacían era su problema, aunque realmente el problema era para la Fiesta.

Era una tarea teóricamente fácil: cumplir el reglamento tan corneado por tantos estafadores disfrazados de taurinos. Pero, por esta misma razón, por enfrentarse a ellos, que suelen campar a sus anchas con la complicidad culpable de la autoridad que debía impedirlos. Y esa tarea compleja se reducía a que saliera el toro íntegro –“el protagonista de la Fiesta, su clave; ya que el torero es su antagonista”, cual tantas veces declaró- y que después su lidia se desarrollase según los cánones, para finalmente valorar la actuación de los coletudos y tirar o no del pañuelo blanco en la concesión de trofeos o del verde para echar al corral a los que no servían. En definitiva, defender los derechos de los espectadores –más o menos aficionados y entendidos- para que no los engañasen, que era defender la Fiesta.

Esa actitud le hizo tener muchos admiradores, sí, pero también muchos detractores: aquellos que sólo defendían los intereses de ganaderos y toreros, sobre todo las figuras. No le importó, su conciencia estaba tranquila y de ello presumía, porque, a diferencia de gran parte de sus colegas -¿todos salvo rarísimas excepciones?- jamás se le veía en tentaderos con los propietarios de las divisas ni en reuniones con toreros, apoderados y empresarios, ni en homenajes a unos y otros: taurineando, como se llama este vicio que puede poner en duda la honradez de los usías después en el palco, ¿no?

Licenciado en Derecho, hombre de enorme cultura, apasionado por el flamenco –haciendo sus pinitos como cantaor-, lector empedernido y pintor, también de firmes convicciones religiosas, Luis Espada no era bien visto por los mandamases –y tantas veces manipuladores- de la Fiesta, por los poderes fácticos. Vaya un ejemplo que quien suscribe vivió personalmente: con motivo de una tarde en la que Ponce actuó en Las Ventas, se armó un auténtico escándalo porque Espada le concedió sólo una oreja, a pesar de que hubo petición de la segunda.

Al bajar del palco, le entrevisté brevemente para El País, y declaró que, como siempre se había limitado a cumplir el reglamento que establece que para conceder la segunda, potestad sólo del usía, es menester que la actuación del coletudo haya sido completa y destacable en los tres tercios, lo que según sus palabras –y que los pocos críticos taurinos al margen del sistema, Joaquín Vidal, Javier Villán, Carlos Ylián y pocos más así escribieron en sus crónicas- no había acontecido con el coletudo valenciano, figura importante del sistema.

“No ha brillado con el capote, sólo ha dado una serie al natural en una faena incompleta y la estocada quedó desprendida”, fue el argumento de Espada. Aquello provocó esa misma noche una reunión urgente de los poderes fácticos –en la que estaba Javier Corcuera el entonces ministro de Interior –del que dependían las competencias taurinas-, autor del nefasto reglamento taurino aún vigente que bien favorece a esos poderes, para echarlo del palco por semejante delito, que al final no lograron.

Cuando años después Espada se jubiló de la segunda actividad como comisario y dejó de presidir, no faltaba a Las Ventas, pero ocupando su abono de toda la vida en la grada, algo inusual del resto de sus colegas que habitualmente tiran del pase gratuito al que tienen derecho. Fue otra lección, una más, de Luis Espada, el mejor usía de Las Ventas, pese a quien pese y guste a quien guste. Y olé.

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