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De cómo el feminismo se vació de contenido

jueves 28 de octubre de 2021, 08:07h

Visto el fenómeno desde fuera, he de admitir que me causa una cierta vergüenza ajena: España es uno de los pocos países en donde mucha gente no tiene empacho alguno en declararse feminista de cuerpo entero o, todavía peor, de toda la vida. En la mayoría de los países la gente tiende a declararse favorable a las ideas y propuestas del movimiento feminista o se manifiesta conforme con los valores de la igualdad y la equidad de género, pero siente un sano pudor en declararse rotundamente feminista. En España, una de las sociedades de cultura política menos sofisticada, muchas mujeres y también bastantes hombres, especialmente en el ámbito político, se autocalifican de feministas sin la menor vacilación. Y, tengo que decirlo, en algunos casos y personajes me producen un sonrojo ajeno inevitable.

Desde luego, la tendencia a convertir en moda las ideas y movimientos reivindicativos es tan vieja como la historia. Y no siempre con un significado a favor de esas reivindicaciones. Es cierto que algunas veces la absorción cultural de ciertas tendencias de cambio ha tenido un signo positivo: significó que la sociedad asumía esas propuestas como algo que convenía al conjunto social; lo cual significaba un triunfo de la iniciativa de ese grupo social, que podía incluso disolverse porque se entendía que ya era innecesario. Pero otras veces sucede exactamente lo contrario: convertir en una moda una determinada reivindicación o una iniciativa política es la mejor forma de limar sus aristas más mordientes y hacerla trivial o marginal. En suma, la divulgación extensa de una idea no siempre contribuye a fortalecer el espíritu de la idea, también puede vaciarla de contenido. Es decir, resulta necesario distinguir cuando está sucediendo lo uno o lo otro.

En el caso de España, quienes observamos con atención las características de su cultura política, hace tiempo que venimos señalando la tendencia, paradójicamente muy tradicional, de tratar de que los españoles seamos los más singulares y avanzados en cualquier tema emergente. Algo que cobra una fortaleza notable cuando se impulsa desde el poder gubernamental. Esa situación fue bastante evidente durante los dos gobiernos de José Luis Rodríguez Zapatero, quien se propuso hacer de España el país mas progresista de Europa, robándole el viento a las velas del Partido Radical italiano, y asumiendo las consignas de diversos movimientos sociales (desde el independentista al feminista). No pocos dirigentes socialistas asociaron esa inclinación de estilo de gobierno con lo que percibían como un marcado vedetismo del propio personaje.

Y existe un amplio consenso entre detractores y partidarios, acerca de que que esa forma de gobernar se ha proyectado en la actual administración de Pedro Sánchez. Así que no puede extrañar que, de un día para otro, el gobierno de Sánchez se declarara formalmente feminista. No importa si hubiera muchos o pocos de sus integrantes que tuvieran la menor idea de qué significaba realmente eso, comenzando por el propio presidente de Gobierno, pero daba lustre y servía para defenderse de las invectivas, abiertas o indirectas, lanzadas desde “Nosotras Podemos”.

Cuando se produce el acuerdo de Gobierno con la fuerza morada -ese que iba a quitar el sueño al candidato Sánchez- se produce una potenciación del ropaje progresista y concretamente feminista, que insufla una contraseña cultural en sectores de votantes de ambas fuerzas políticas. De esta forma, el ropaje ideológico feminista comenzaba a establecerse como moda cultural en algunos sectores de la sociedad española.

Cabe entonces la pregunta de si ello significa una asunción social de las propuestas del movimiento feminista o, por el contrario, su vaciamiento de contenido. Es necesario señalar que este cambio de siglo ya experimentó varias veces esta segunda opción. Cuando veo en España a mujeres y hombres del espectáculo declarándose feministas, no puedo evitar el recuerdo de aquellas jóvenes parisinas de los ochenta y noventa luciendo las boinas con la estrella roja al estilo del Che Guevara.

Para dilucidar si el uso de la autocalificación como feminista refleja una asunción social o más bien lo contrario, se me ocurren dos indicadores gruesos. El primero, saber si la absorción de los postulados feministas básicos ha permeado suficientemente la sociedad española; el segundo, si ello se hace ampliando el consenso social o, todo lo contrario, profundizando las divisiones socioculturales crecientes.

Respecto del primer indicador, me atrevería a decir que no hay evidencia de que el cambio en términos de relaciones de género en la práctica social sea tan pronunciado como para que la extensión del uso del término refleje que el movimiento reivindicativo que está detrás haya dejado de ser necesario. En ese sentido, sigo prefiriendo mantener un cierto pudor en el uso del término y utilizarlo sólo principalmente para las mujeres que constituyen la vanguardia de la propuesta reivindicativa.

En cuanto al segundo síntoma, creo que el uso indiscriminado del término no está reflejando simplemente una ampliación del consenso respecto de su cuerpo propositivo, sino que también está profundizando la división sociocultural de la sociedad española. No creo que haya duda de que la otra España, la conservadora, que sigue siendo numéricamente mayoritaria, no está asumiendo las propuestas feministas sin mayor vacilación. Puede afirmarse que esa parte de la sociedad española presenta dos tendencias diferenciadas: por un lado, la España conservadora más permeable al cambio a favor de la equidad, que, sin embargo, enfatiza su rechazo al feminismo radical y al que llega empaquetado políticamente desde el gobierno Sánchez y, por el otro lado, el crecimiento de un resentimiento social en materia de género (semejante al que se está produciendo hoy en Estados Unidos), que se expresa en el crecimiento de VOX.

Desde luego, la ampliación de la división sociocultural también guarda relación con la evolución interna del movimiento feminista. La impronta del feminismo radical, tendencialmente orientado a colocar a los hombres en la picota y a potenciar el movimiento trans, está produciendo una cantidad de rechazo social que también se expresará por cauces electorales. Frente a esa tendencia, el feminismo centrado en la igualdad entre mujeres y hombres, está dando un debate sordo, que se ha expresado en el reciente congreso del PSOE. El problema es que este feminismo, que obtiene mayor consenso social, no es el más vociferante. Y fruto de la constitución del gobierno Frankenstein (Rubalcaba) ese feminismo radical tiene hoy el control de las entidades públicas dedicadas a esta materia.

Desde luego, existe también una actitud muy masculina que complementa la percepción superficial del feminismo: considerar que este es un asunto de mujeres, por mujeres y para mujeres, como si sus debates internos no tuvieran nada que ver con el desarrollo de la sociedad española real. Tanto este sector desentendido de los hombres, como aquel que se autoproclama como feminista por moda o por interés político, no contribuyen a la ampliación del consenso social en torno a la equidad de género. Prefiero mantener mi juicio crítico sobre los debates feministas y asumir aquellas propuestas que me parecen igualitarias sin tener que declararme feminista por obligación o por contraseña cultural.

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