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Somos

lunes 01 de noviembre de 2021, 09:34h

En uno de los periodos más oscuros e infames de la historia española, José Antonio Labordeta compuso e interpretó (con aquella broncínea voz que no se oía desde que Esténtor dio por concluido, junto a sus camaradas aqueos, el sitio de Troya) una canción, Somos, que decía: “Somos como esos viejos árboles/ batidos por el viento/ que azota desde el mar/ Hemos perdido compañeros,/paisajes y esperanzas, en nuestro caminar (…) Vamos/ A hacer con el futuro/ Un canto a la esperanza/ Y poder encontrar”. Es el cantar y el himno que hoy me viene a la memoria, rememorando, con honda nostalgia, el aniversario de la inauguración de las estatuas que los armenios de la República de Artsaj (inicialmente denominada Nagorno-Karabaj) levantaron en un altozano a las afueras de la capital, Stepanakert. Bautizaron el conjunto con el nombre de Somos nuestras montañas, aunque en la jerga coloquial no tardó en nominarse como, Abuela y Abuelo.

El monumento pétreo de dimensiones semicolosales, inaugurado el 1 de noviembre de 1967 (hoy hace 54 años), fue creado por el escultor Sargis Baghdasaryan y el arquitecto Yuri Hakobyan, como símbolo de una identidad colectiva nacional y cultural de un pueblo, el armenio, salvajemente agredido, vejado y ultrajado durante siglos por el “imperdonable delito” de ser cuna de la civilización occidental y primer Estado cristiano de la historia.

Hoy, los abuelos petrosos son el pináculo desde el que se contempla un desastre que se inició en la mañana del 27 de septiembre de 2020, cuando las tropas de la República islámica de Azerbaiyán, fortísimamente apoyadas, con material bélico de última generación, por el ejército turco y por unos cuantos miles de mercenarios llegados desde el conflicto de Siria a través de Turquía, atacaron Artsaj sin previo aviso y con una colosal potencia de fuego. Tras cuarenta y cuatro días de combate, los artsajíes armenios se vieron impelidos a capitular mediante un humillante alto el fuego patrocinado por Rusia y firmado el 10 de noviembre de 2020.

Como resultado de la contienda, murieron 742 soldados del Ejército de Defensa de Artsaj y, en bastantes casos, sus cuerpos fueron decapitados o sufrieron distintas mutilaciones. El balance de desaparecidos sigue siendo de 45. En cuanto a la población civil, se contabilizaron 80 fallecidos, 42 en ataques directos y otros 38 en cautividad, tras haber sufrido, en su gran mayoría, torturas y amputaciones. Otros veinte permanecen aún desaparecidos.

Por otra parte, y como resultado de la guerra, 185 aldeas y 5 ciudades pasaron a manos del agresor azerbaiyano, lo que se ha traducido en el desplazamiento de unos 42.000 artsajíes de etnia armenia, de los cuales 38.154 han perdido su hogar y tierra natal. Cerca de 15.000 viven actualmente refugiados en Stepanakert, que en 2015 arrojaba un censo de población cercano a las 52.000 personas.

Las infraestructuras del país también han sufrido un muy serio revés. De las 36 centrales hidroeléctricas que había antes del conflicto, solo quedan 6 en funcionamiento. El sistema de aguas ha quedado extremadamente dañado y en cuanto a las telecomunicaciones, el coste de los destrozos se estima en unos 42 millones de dólares. Más de un millar de entidades económicas de distinto peso y el 75% de las tierras de labor han sido confiscadas por el ejército azerbaiyano.

Los daños en el ámbito de patrimonio cultural y artístico son enormes. Más de 2.000 monumentos han quedado en manos de los invasores islámicos y su suerte corre gravísimo e inminente peligro, habida cuenta de que se trata de 52 fortalezas, 122 bibliotecas escolares, 12 museos, 122 iglesias cristianas y 523 khachkars, cruces de piedra conmemorativas grabadas, que son expresión específica de la religiosidad armenia, Estado vinculado a la fe de Cristo desde 301, y que en noviembre de 2010 pasaron a formar parte del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad de la Unesco.

A mediados de septiembre pasado, el Defensor del Pueblo de Artsaj y la República de Armenia presentaron una demanda ante la Corte Internacional de Justicia de Naciones Unidas en la que acusaban a Azerbaiyán. El alto órgano judicial ha admitido a trámite la petición en la que se sostiene que: “…durante décadas, Azerbaiyán ha sometido a los armenios a una discriminación racial sistémica, acompañada de asesinatos en masa, torturas y otros abusos”. Veremos cual es su recorrido, pero sea este el que sea, Armenia es y seguirá siendo una dolorosísima herida abierta en el corazón de millones de gentes de bien en todo el planeta.

El pasado 24 de abril se cumplió el 106 aniversario del inicio del Genocidio Armenio, perpetrado por el Imperio Otomano, dentro del contexto de la Primera Guerra Mundial. Aquel holocausto, durante el que fueron exterminados más de millón y medio de seres humanos, aún no ha sido ni siquiera reconocido por muchos países. Entre ellos España, aunque sí que lo han hecho las Comunidades Autónomas de Aragón, Cataluña, País Vasco, Baleares y Navarra, junto a los municipios de Valencia, Málaga, Benalmádena, Burjassot, Sabadell, Pinto y Alcorcón.

Apertura y cierre de poeta a poeta: José Antonio Labordeta y William Saroyan, que nos dejó escrito: “Me gustaría saber si existe en la tierra/ algún poder capaz de destruir esta raza,/ esta pequeña comunidad/ de gente insignificante,/ cuya historia parece haber llegado a su fin./ Que tuvo numerosas batallas perdidas,/ cuyas estructuras se han desmoronado,/ cuya literatura no es digna de ser leída/ ni su música de ser oída,/ y cuyos ruegos no han sido contestados./ ¡Adelante, continúen aniquilando esta raza!/ ¡Destruyan Armenia! ¡Miren si pueden hacerlo! / Sáquenlos de sus casas y envíenlos al desierto! ¡Déjenlos sin comida! / Quemen sus casas e iglesias/ Pero luego, miren si no son capaces/ De volver a reír. / Vean si no vuelven a cantar o a rezar. / Y cuando dos de ellos/ se encuentren en/ cualquier lugar del mundo/ vean si no vuelven a crear una nueva Armenia”.

Miguel Ángel Almodóvar

Sociólogo y comunicador. Investigador en el CSIC y el CIEMAT. Autor de 21 libros de historia, nutrición y gastronomía. Profesor de sociología en el Grado de Criminología.

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