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La sonrisa del régimen

martes 02 de noviembre de 2021, 07:49h

Estoy absolutamente seguro de que cualquier lector que sobrepase los 60 años de edad ha asociado el título de esta columna de opinión con un nombre de la etapa franquista, ministro por más señas, que por el solo hecho de saber sonreír y, además, hacerlo habitualmente, tenía ya un ligero plus en la simpatía de los ciudadanos, incluso antifranquistas -es un decir, claro...-. Se trataba del cordobés José Solís Ruiz (1913–1990), quién además de político fue abogado, empresario y miembro del Cuerpo Jurídico Militar. Comenzó su carrera política como gobernador civil en Pontevedra y poco después en Guipúzcoa, y, entre otros puestos, ocupó el de delegado nacional de Sindicatos y ministro secretario general del Movimiento y, muerto ya Franco, ministro de Trabajo.

No sé si es mucho más fácil obtener lo que se desea con una sonrisa que con la punta de la espada, como aseguraba William Shakespeare, pero algo debe de haber de cierto en la sentencia porque ni aquel político franquista ni el que le ha sucedido en esta rara jerarquía de la sonrisa abierta, tenga nada en común con el señor Solís. Para empezar porque este nació poco antes de la muerte de Franco (1972) y no en la provincia de Córdoba sino en Madrid, es antifranquista medular confeso y militante, y hoy es secretario general del PSOE y presidente del gobierno de España. Efectivamente, la sonrisa del nuevo régimen es la de Pedro Sánchez.

El caso es que tanto Solís como Sánchez no olvidan nunca en sus apariciones públicas lucir una radiante, aunque supongo que no siempre sincera sonrisa. Da igual que caigan chuzos de punta; que España haya ganado o perdido el campeonato mundial de fútbol; que el PIB no esté en el nivel que debía y menos aún la deuda pública o el déficit; que la inflación asome ya su cabeza como caballo desbocado; que Yolanda Díaz –una de sus vicepresidentas-, le eche públicamente un pulso para ver quién lidera el llamado diálogo social o que pilote la reforma laboral frente a su eterna y cordial enemiga de gabinete, Nadia Calviño; o que el Tribunal Constitucional le tire por tierra –por ahora- la primera y segunda declaración del estado de alarma durante la pandemia; o que el presidente de los Estados Unidos de América no lo tenga precisamente en la casilla de amigos predilectos…

Todos esos, y muchísimos más, son gajes del oficio de presidente y, no porque surja alguna que otra adversidad en el duro e ingrato camino diario de regir los destinos de España y, encima, con un buen grupo de socios antiespañoles confesos (Unidas Podemos, Bildu, Esquerra Republicana, sin ir más lejos), uno va a darle tregua a su sonrisa. No señor, el refranero español lo dice muy claro: al mal tiempo buena cara.

¡Y mira que hay agoreros que se empeñan en borrársela! Que si el gobernador del Banco de España, que si el Fondo Monetario Internacional, que si los diversos centros de estudios económicos de los bancos y las cajas de ahorros, que si las asociaciones de víctimas del terrorismo –maltratadas por el presidente y su ministro del Interior con tanta permisividad con los antiguos pupilos de ETA-…. Todos parecen haberse confabulado para decir que las previsiones de crecimiento de nuestra economía que plantea el gobierno son demasiado optimistas para los próximos años –por un lado-, y que es solo el afán de mantenerse en la Moncloa el único principio que rige su acción de gobierno –por otro-. Pero el señor Sánchez sigue sonriendo, acaso porque también sea verdad que quien ríe, como quién canta, su mal espanta.

Ni siquiera los ciudadanos –al decir de las encuestas de opinión de las más variadas empresas sociométricas y a dos años vista de las próximas elecciones generales-, le dan un mínimo empujón para mantenerse en el sillón presidencial. Todo lo contrario. Pero Sánchez no pierde tampoco por eso su eterna sonrisa. Se diría que quiere hacer de ella un sello personal, una especie de imagen de marca del nuevo régimen, de los nuevos tiempos, de la nueva normalidad, esa que él tanto se ha empeñado en anunciar y que nadie sabe muy bien en qué consiste porque lo que todo el mundo quiere es volver a la normalidad a secas, a la de siempre.

O, buscando rizar el rizo de las últimas causas que puedan motivar la exultante sonrisa presidencial, acaso haya que buscarlas, como decía Enrique Jardiel Poncela, nuestro ilustre comediógrafo, que aseguraba que “El hombre que se ríe de todo es que todo lo desprecia”, aunque por otro lado afirmaba también que “La mujer que se ríe de todo es que sabe que tiene una dentadura bonita”. Y digo esto en la confianza de que las huestes de la ministra de Igualdad, Irene Montero, dirijan sus indignados dardos por esta última afirmación contra Jardiel (gozando como está de los laureles del reconocimiento literario poco le importan ya estas cuitas terrenales y pseudofeministas), y no a su pregonero porque, de ser así, se le va a quedar helada su sonrisa.

José-Miguel Vila

Columnista y crítico teatral

Periodista desde hace más de 4 décadas, ensayista y crítico de Artes Escénicas, José-Miguel Vila ha trabajado en todas las áreas de la comunicación (prensa, agencias, radio, TV y direcciones de comunicación). Es autor de Con otra mirada (2003), Mujeres del mundo (2005), Prostitución: Vidas quebradas (2008), Dios, ahora (2010), Modas infames (2013), Ucrania frente a Putin (2015), Teatro a ciegas (2017), Cuarenta años de cultura en la España democrática 1977/2017 (2017), Del Rey abajo, cualquiera (2018), En primera fila (2020), Antología de soledades (2022), Putin contra Ucrania y Occidente (2022), Sanchismo, mentiras e ingeniería social (2022), y Territorios escénicos (2023)

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