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Morirse en catalán

viernes 26 de noviembre de 2021, 07:53h

Creíamos que la polémica con el uso y abuso del idioma que, entre otros, tiene como padres a Ramón Llul, Joanot Martorell, Ausias March o Mercé Rodoreda en tierras del noreste español (Barcelona, Gerona, Tarragona y Lérida), terminaba en las rotulaciones de comercios o en las aulas de colegios, institutos y universidades. Pues no, la cosa aún llega mucho más allá. Nunca mejor dicho esto del más allá porque el nacionalismo catalán no está dispuesto, siquiera, a dejar marchar a los ciudadanos catalanes al otro mundo sin un responso comme il faut, como dirían sus vecinos del norte, los franceses. Lo mismo si las oraciones del funeral se rezasen en francés hasta lo permitirían, pero en español no, ¡lagarto, lagarto!

Aunque lo parezca, de verdad que cuanto voy a contarle no es una hipérbole, una de esas exageraciones a las que los periodistas somos casi tan dados como los poetas satíricos. Por increíble que parezca, el nacionalismo catalán, ha llegado ya a introducirse también hasta en las sacristías de las iglesias y en los atrios de los cementerios de las cuatro provincias. Ya no se puede uno ni morir en paz, sobre todo si lo que quiere es hacerlo en castellano y en Cataluña.

Tal y como se lo digo. Periódicos de toda España, incluida Cataluña, se hacían eco el pasado 18 de noviembre, de la salida de un féretro a hombros de sus familiares en mitad de un funeral que se estaba oficiando en Cardona (Barcelona). ¿La causa? Muy simple: negarse el cura a oficiar la misa entera en castellano, que era una de las últimas voluntades de la fallecida.

Aunque el obispado de Solsona, cabecera de la diócesis en la que está enmarcada la localidad de Cardona, atribuya a un malentendido este llamémosle “incidente lingüístico”, ha llovido ya tanto sobre mojado que hay que ser muy ingenuo para no deducir que la larga mano del nacionalismo ha franqueado ya hasta los muros de las iglesias y el tejido eclesial.

Seguro que, para legitimar esta y otras tropelías relacionadas con el ámbito religioso cristiano (el musulmán es otra cosa porque estoy convencido de que a los imanes no les han llegado consignas de este jaez…), la Generalitat ya debe de haber subvencionado generosamente algún estudio que concluya en la catalanidad del mismo Jesucristo.

Envalentonados como están y sabedores de que al gobierno Sánchez lo tienen cogido por salva sea la parte, no hay límite que estos valerosos y osados militantes nacionalistas (Ezquerra Republicana, En Comú Podem, Junts per Cat y formaciones políticas afines y sostenedoras de este status quo), no sean capaces de saltar, de atravesar y, si llega el caso, hasta de dinamitar.

Me imagino cómo deben de estar las cosas por allá para que una buena mujer, una anciana de 95 años, doña Dolores Bastida Navarro, incluyese entre sus últimas voluntades no sólo la de ser enterrada en Cardona junto a su marido sino, además, que se le hiciese la misa en castellano. Está claro que los usos y costumbres van ya más encaminados a que, por defecto, las misas sean siempre en catalán o, a lo sumo, y en sitios de playa, a medias con el inglés o el francés.

Aunque el obispado de Solsona –si no estoy mal informado-, está aún vacante tras la “espantá” de su anterior y polémico obispo Xavier Novell, tampoco parece ajena a la circunstancia vivida por los familiares de doña Dolores el hecho de que el sacerdote que oficiaba la misa de su funeral fuese uno de los 300 sacerdotes firmantes en pro del referéndum del 1 de octubre.

Está claro que el nacionalismo catalán imperante ha dictado ya normas –explícitas o implícitas, da lo mismo-, sobre cómo vivir como un buen catalán, pero también cómo morirse en ese mismo estado anímico y, más aún, cómo ganar réditos seguros en el cielo y en el purgatorio si uno lleva en sus credenciales el haber tenido también un buen funeral en el idioma de Ausias March. La iglesia universal debiera ya plantearse no volver al latín, sino adoptar el catalán como idioma generalizado en todo el globo para comunicarse con Dios.

José-Miguel Vila

Columnista y crítico teatral

Periodista desde hace más de 4 décadas, ensayista y crítico de Artes Escénicas, José-Miguel Vila ha trabajado en todas las áreas de la comunicación (prensa, agencias, radio, TV y direcciones de comunicación). Es autor de Con otra mirada (2003), Mujeres del mundo (2005), Prostitución: Vidas quebradas (2008), Dios, ahora (2010), Modas infames (2013), Ucrania frente a Putin (2015), Teatro a ciegas (2017), Cuarenta años de cultura en la España democrática 1977/2017 (2017), Del Rey abajo, cualquiera (2018), En primera fila (2020), Antología de soledades (2022), Putin contra Ucrania y Occidente (2022), Sanchismo, mentiras e ingeniería social (2022), y Territorios escénicos (2023)

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