En aquellos tiempos del cine clásico que hoy nos hace añorar José Luis Garci desde la pequeña pantalla de la televisión también recordamos que había dos clases de salas: las de estreno, más caras y suntuosas, y las de “sesión continua y programa doble”, donde proyectaban dos películas a menos coste, ya pasadas del brillo de la novedad, a donde se asistía para pasar más tiempo con calefacción que por cinefilia. Ahora Pedro Sánchez ha dispuesto aplicar la fórmula de “programa doble” a las reuniones semanales de su Consejo de ministros, para mejor aparentar su gran dedicación a los problemas que agobian a los sufridos españoles. Dos por el precio de una, parece decir con su retórica de vendedor de melones.
No es el número de concentraciones del Gobierno paritario, bifronte, y más numeroso de Europa, quien solucionará los problemas por número de reuniones o de ministros sino por su capacidad de actuación como poder ejecutivo. Si existiese cierta armonía en el conjunto gubernamental hay asuntos que podrían solucionarse en un cuarto de hora pero no habiéndola, como es notorio, pueden hacer falta varios meses de negociación. Para lo único que servirá el programa doble de consejos es para duplicar las apariciones del portavoz, sus ministros acompañantes y, si merece la pena, el propio presidente para contarnos como todo marcha de la mejor manera posible gracias a su doble sesión deliberante.
Valdría la pena que el ejecutivo español duplicase su fuerza y no solo sus reuniones para hacer cumplir las leyes comunes en todo el Estado y que la vigencia de la lengua oficial del Reino estuviese presente en la enseñanza en todas sus regiones. Sería meritorio que el Gobierno duplicase sus reuniones para que nuestro producto interior bruto se elevase realmente a las cifras propagadas por el Gobierno y no a las de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico, el Fondo Monetario Internacional y hasta el propio Banco de España. Sería conveniente si evitase la proliferación de quiebras empresariales y la subida del precio de la luz, el gas y de la gasolina. Sería conveniente si decidiese moderar el peso de los impuestos. Si así fuese podríamos reconocer que reunirse dos veces a la semana los socialistas con los comunistas del Gobierno bifronte era una práctica útil. Pero, desgraciadamente, no lo es ni lo será mientras los prejuicios ideológicos de las señoras y señores ministros predominen sobre el sentido común.
El Gobierno agoniza como un elefante moribundo, estable aún sobre sus cuatro patas parlamentarias, por inadaptación a la realidad nacional y supranacional. Su marcha se ha quedado corta para mover el peso de una nación dinámica dentro de un mundo en ebullición. El presidente Sánchez es un farol declinante que se va apagando cuanto más cede tensión a sus socios tóxicos. Crece el español en el mundo tanto como se deteriora su enseñanza en España. El relato de los trágicos y ridículos paréntesis republicanos ocupa el espacio que debiera ocupar la gran historia española. El cantonalismo revive contra la opresión de los regionalismos progresivamente estatiformes en la España vaciada. Un proceso decadente no se compensa con un programa doble de Consejos de ministros dependientes de un sanchismo desnudo y condicionado por minifundios políticos cuyo única doctrina común es mantener a Sánchez en pie el mayor tiempo posible para poder seguir degenerando al Estado, burlando la ley y deslegitimando la Transición. Engañar al público con un programa doble de viejas películas gubernativas, cada vez más desvaídas, es un procedimiento grotesco para aparentar ser dos veces más con la misma gente que cada semana cuesta más y vale menos.
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