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Corrección política y libertades

lunes 10 de enero de 2022, 07:52h

La base doctrinal de eso que hoy llamamos corrección política puede encontrarse, al menos, en pensadores como Max Horkheimer, Theodor W. Adorno, Herbert Marcuse y Erich Fromm -vinculados al Instituto de Investigaciones Sociales de la Universidad de Fráncfort, (Alemania), en los años 20 y 30 del siglo pasado-, Walter Benjamín, Richard Weaver y Jürgen Habermas. Unos y otros tienen en común un aspecto, el de ser estudiosos de la realidad social desde la perspectiva del marxismo. Pero, además, anote también los nombres de un discípulo de Freud, Wilhelm Reich, el de Anthony Browne y el de André Lapied. Todos ellos son citados en un magnífico artículo sobre el tema que Luis M. Linde, exgobernador del Banco de España, publicó en la revista El Espectador Incorrecto, distribuida conjuntamente con Actualidad Económica en mayo de 2016. Si tiene curiosidad o quiere acceder directamente al texto íntegro del artículo, se lo dejo a continuación.

Pero si le basta con que le subraye alguna idea sobre el particular, voy a rescatarle un par de frases del propio Linde: La primera asegura que “lo políticamente correcto invita a las minorías a imponer sistemáticamente su voluntad a la mayoría”; la segunda, y a pesar de que el concepto ha sido acuñado por pensadores marxistas y hoy ha hecho suya la izquierda radical, viene a decir que “la corrección política defiende posiciones reaccionarias, anticientíficas o arcaizantes”.

Como, básicamente, coincido con las dos, voy a explicarme con otras palabras, porque uno ya está bastante harto de tener que disimular, callar, ocultar o vestir ciertas ideas que presume que no van a ser bien acogidas por esa mayoría activa y ruidosa que campa por las redes sociales en lo que podríamos denominar una nueva forma de dictadura.

Cuando Francisco Franco se fue al otro mundo, uno acababa de cumplir 20 años, cursaba segundo de Periodismo y trabajaba al tiempo -para poder costear los estudios-, en una agencia de prensa como auxiliar de redacción. En aquel camarote de los hermanos Marx, básicamente, había periodistas del régimen, pero también los había antifranquistas, liberales, socialistas y hasta comunistas. Estos últimos tenían que ser muy sutiles para abordar alguna noticia que pudiera resultar incómoda a la dirección –es decir, al régimen-. Aún así, se lanzaban a la piscina y, al final, y quizás algo retocadas, acababan por incluirse también en el teletipo. Aquello era pura y claramente censura, falta de libertad de expresión a la que todo el mundo sabía que había que atenerse, o intentar soslayarla con esas sutilezas de las que hablo, no sin riesgo expreso de bronca, sanción o, incluso, despido. Con todo, allí nunca hizo acto de presencia el insulto, la bronca, el desprecio ni el ninguneo sino, por el contrario, el trabajo, el buen humor, la ironía y, muchas veces también, el cinismo propio de la profesión.

Entonces la información era vertical, es decir, discurría de arriba hacia abajo, desde unos grupos de personas bien informadas -los periodistas-, que, además, contrastaban la noticia, hacia otro grupo de personas -los lectores, oyentes o televidentes-, que basaban su conocimiento en la información que recibían desde los medios.

Las cosas hoy, sin embargo, han cambiado demasiado. Hasta el punto -lo sé-, que más de un lector habrá tenido que pararse, dentro del párrafo anterior, en el término “teletipo” para saber qué diablos he querido decir con él. Sí, se ha trasformado todo radicalmente porque hoy, en su inmensa mayoría, periodistas y lectores se enfrentan casi en igualdad de condiciones, unas veces a través de su medio (digital generalmente o, al menos, con página web al alcance de los lectores, oyentes o televidentes), y otras veces por Twitter, Facebook o Instagram. Aquí, en las redes, predomina la horizontalidad y así todo el mundo está en igualdad de condiciones, es decir, que tanto quien genera la información como quien la recibe es al final tanto emisor como receptor, y por tanto habla en igualdad de condiciones.

Pero, lo que teóricamente, podría considerarse un gran avance hacia la democratización de la información, se está viendo adulterada, manchada y enturbiada por salidas de tono, por no decir de pata de banco, mediante la descalificación automática, el insulto o el desprecio de quien no piensa como ellos, los que practican la corrección política, los que con una autoridad moral autoimpuesta, deciden qué es lo correcto y qué lo despreciable, lo retrógrado, lo nauseabundo o, quizás y para concluir, lo fascista.

Además de la descalificación, en las redes no hay -casi de forma permanente-, contraste de las informaciones, ni siquiera alusión a las fuentes a las que pudiera recurrirse en las mil y una opiniones allí vertidas que, además, suelen salir del teclado de los internautas teñidas de ideología y no de sentido común. El resultado, claro está, es un totum revolutum, que alimenta la irracionalidad y el espectáculo del insulto y la descalificación, pero de escasa o nula credibilidad. Más aún si la fuente es opaca, es decir, sin un nombre real detrás de la cuenta desde la que se lanzan opiniones, insultos o ideas. Aquí y ahora, entonces, lo que funciona no es la censura sino la autocensura, una forma más fuerte y cruel de presión en virtud de la cual cada uno tenemos que optar por fijar un límite a la libertad de expresión, el que uno esté dispuesto a soportar frente a la intransigencia de las redes, que son la que fijan qué es lo políticamente correcto.

No es, pues, la libertad quien preside ese intercambio constante de dimes y diretes de las redes, sino más bien la autocensura o el silencio. Premisas insuficientes para que por allí discurra el pensamiento, el contraste de pareceres, los argumentos y el respeto.

Y, si la corrección política surgió con el loable propósito de proteger a las minorías de todo tipo, ese catálogo se ha extendido hoy hasta tal punto que resulta prácticamente imposible ponerse a hablar de algo sin que alguien no se sienta directamente aludido y, por tanto, con el derecho de acometer con rabia y furor al autor de la idea. El catálogo de asuntos sensibles se me antoja ya innumerable: Sexo, raza, etnia, cambio climático, orientación sexual, género, investigación biológica, ecología, familia, origen, cultura, edad, creencias religiosas, discapacidades -físicas, mentales o sensoriales-, apariencia física, historia, (ahora hay que sacarla de contexto, reescribirla y, en último término, adulterarla a conveniencia), fumadores pasivos o no pasivos, y un largo etcétera que abarca la práctica totalidad de asuntos que nos atañen a todos. ¡Ah!, y sin olvidarse de utilizar siempre los eufemismos correspondientes -lenguaje inclusivo incluido-, que adulteren aún más la verdad de las cosas y de los hechos.

Estereotipos, fobias y asuntos tabú de una izquierda secular y con olor ya a polvo en sus entretelas que ahora, además y para desgracia de los íberos, ya no se pueden diseccionar en español -¡usted perdone por resucitar el término!-, sino en castellano. Esa corrección política recorre transversalmente toda la acción del gobierno que preside Pedro Sánchez. Un gobierno bicéfalo –PSOE y Unidas Podemos, apoyados desde fuera por nacionalistas y separatistas de todo signo-, cuyo fin último es eternizarse en el poder al margen de sus contradicciones, sus carencias y su falta de rigor, conocimientos e imaginación para sacar a este país de una crisis económica y de valores de las que hacen época.

Acaso dentro de uno o dos siglos no se estudie a la España sanchista sino a la España de la “corrección política” que, por supuesto, incluye la intromisión en los aspectos más íntimos de las personas y las familias (cómo alimentarse adecuadamente, con qué jugar, cómo vestirse, como expresarse, cómo tener relaciones sexuales…). A este paso, muy pronto ser sencillamente libre será incluido en el código penal y castigado con prisión incondicional y sin fianza.

José-Miguel Vila

Columnista y crítico teatral

Periodista desde hace más de 4 décadas, ensayista y crítico de Artes Escénicas, José-Miguel Vila ha trabajado en todas las áreas de la comunicación (prensa, agencias, radio, TV y direcciones de comunicación). Es autor de Con otra mirada (2003), Mujeres del mundo (2005), Prostitución: Vidas quebradas (2008), Dios, ahora (2010), Modas infames (2013), Ucrania frente a Putin (2015), Teatro a ciegas (2017), Cuarenta años de cultura en la España democrática 1977/2017 (2017), Del Rey abajo, cualquiera (2018), En primera fila (2020), Antología de soledades (2022), Putin contra Ucrania y Occidente (2022), Sanchismo, mentiras e ingeniería social (2022), y Territorios escénicos (2023)

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