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Volando voy

domingo 16 de enero de 2022, 12:39h

La querencia del presidente del gobierno, Pedro Sánchez, a hacer coincidir determinados actos oficiales de gobierno con la celebración de congresos u otros actos de partido, es verdaderamente curiosa.

Al presidente debe de “ponerle” mucho eso de utilizar los Falcon, esos aviones adscritos al ministerio de Defensa a los que acude para desplazarse en lugar de utilizar coches oficiales, trenes o vuelos comerciales, infinitamente más baratos y ecológicos, ya que el ejecutivo se muestra siempre tan sensible con eso de disminuir la huella de carbono.

Diputados de la oposición ya le han lanzado preguntas al señor presidente para que explique en el Congreso, una vez que vuelva a la actividad en febrero próximo -porque, ¡hay que ver qué sofocados deben de estar sus señorías con tanta sesión plenaria, comisión e intervención como tienen!-, por qué, en lugar del Falcon, no opta por alguna de las hasta doce alternativas contadas y reseñadas una a una por sus señorías, que ya hay que tener mala leche para hacerlo, para viajar, por ejemplo, desde Madrid a Barcelona, Valencia, Castilla y León, Canarias, Extremadura o Málaga que, entre muchas otras plazas, son algunas de las que últimamente ha visitado el presidente para inaugurar algo, o visitar a algún sector desfavorecido de la población y, a continuación, acudir corriendo a darse el bañito de masas afectadas en algún acto del PSOE local.

Pero algo debe de tener el Falcon que le falta al AVE, al coche oficial o a los vuelos regulares de las compañías aéreas para decidir al presidente a seguir utilizando ese medio que, como digo, es muchísimo más oneroso para las arcas del estado que cualquier otro de los que transitan regularmente entre Madrid y los distintos lugares de España a los que acude Sánchez.

Quizás obedezca a esa especie de agorafobia presidencial que inclina a su titular a evitar salir a calles, mercados, centros comerciales o lugares de espectáculos públicos en donde no puedan ser controladas las reacciones de desatada gratitud, admiración, alabanza y hasta adoración de su figura entre la población corriente y moliente.

Y es que a Sánchez debe de resultarle incomprensible que esas y otras íntimas y necesarias manifestaciones de similar calado no sean, a estas alturas de legislatura, las que surjan naturalmente de agricultores, ganaderos, farmacéuticos, médicos, grandes y pequeños empresarios, agentes turísticos, restauradores, comerciantes, amas de casa, trabajadores por cuenta ajena u otros grupos de población de tan extrema insensibilidad a la bondad de sus políticas que –en patológico e inesperado gesto-, esas gentes salvajes, incultas e insensibles recurren al vocerío, la reprensión abrupta e irritada por su mera presencia, en lugar de optar por la ovación, el beneplácito e, incluso, la adulación públicos.

Por eso no llegamos a ver con nitidez meridiana cómo el presidente sabe de la existencia de multitud de indigentes en las calles y plazas de Madrid hasta donde no deben de llegar los beneficios de sus políticas sociales.

Atribuye, por el contrario, esos y muchos otros contratiempos que pueden encontrarse a simple vista en la capital, a la nefasta tendencia del madrileño a votar a Isabel Díaz Ayuso (¡lagarto, lagarto...!), o a ese abogadillo del Estado que ha ocupado el palacio de Cibeles, a pesar de no tener, ni de lejos, el palmito del doctor Sánchez.

El caso es que don Pedro y su equipo, imaginativo y sibilino hasta el extremo, no deja de inventar causas y porqués de tantos y tan frecuentes desplazamientos en Falcon para no tener que dar explicaciones públicas de sus excursiones a cargo del contribuyente, por mucho que se lo exija el Consejo de Transparencia, los diputados de la oposición o el sursum corda.

Y es que, claro, las gentes que no pisamos alfombra en la Moncloa, no somos capaces de entender que todos esos viajes realizados a través del Grupo 45 del Ejército del Aire al que pertenecen las aeronaves destinadas al transporte de altas personalidades del Estado, entre ellas el Presidente del Gobierno, son “secretos oficiales”, misiones altamente delicadas que bien podrían afectar a la seguridad del estado, como acudir a un concierto con su mujer, o a la boda de su cuñado.

La prensa menos amable con la gestión del presidente, como todo el mundo sabe, no deja de buscarle tres pies al gato (y a Sánchez), cuando todo es mucho más simple que todo eso. Y de lo que aún no damos crédito es a que desde la Moncloa no se hayan atrevido ya a dar la verdadera razón de esas docenas de viajes en naves aéreas públicas.

La respuesta está en el viento, hubiera dicho Bob Dylan, y aún pronunciada por un Nobel, no hubiera hecho justicia a la verdad. Para encontrarla, hay que recurrir a otro artista, pero patrio, Camarón de la Isla, para dar con el quid de la cuestión: “Volando voy. Volando vengo. Por el camino yo me entretengo”. Quizás le faltó añadir también “…y los entretengo”.

José-Miguel Vila

Columnista y crítico teatral

Periodista desde hace más de 4 décadas, ensayista y crítico de Artes Escénicas, José-Miguel Vila ha trabajado en todas las áreas de la comunicación (prensa, agencias, radio, TV y direcciones de comunicación). Es autor de Con otra mirada (2003), Mujeres del mundo (2005), Prostitución: Vidas quebradas (2008), Dios, ahora (2010), Modas infames (2013), Ucrania frente a Putin (2015), Teatro a ciegas (2017), Cuarenta años de cultura en la España democrática 1977/2017 (2017), Del Rey abajo, cualquiera (2018), En primera fila (2020), Antología de soledades (2022), Putin contra Ucrania y Occidente (2022), Sanchismo, mentiras e ingeniería social (2022), y Territorios escénicos (2023)

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