Que veinte años son todo

Quede claro desde la primera línea que me cuesta y mucho llevarle la contraria al "Zorzal criollo", pero hemos de convenir que hay casos y casos, porque 20 años pueden ser nada cuando uno adivina el parpadeo de las luces que a lo lejos van marcando su retorno, pero dos décadas de actividad y continuo crecimiento de una librería de viejo y segunda mano son un todo que deja sin aliento y una mirada febril en las sombras que busca y que nombra la epopeya de la librería Alcaná y de su alma páter Juan Antonio de Miguel, a quien sus clientes y amigos cambiaron hace tiempo nombre por apellido.

Miguel nació en un pueblo de Madrid, en el seno de una familia humilde y en un entorno en el que no había libros, pero cuando empezó a trabajar en una imprenta su amor por la lectura y la letra estampada fue creciendo hasta límites insospechados. Empezó comprando ejemplares raros y descatalogados en el Rastro madrileño y de pronto se le ocurrió ordenarlos, inventariarlos y ponerlos a la venta en Internet, intuyendo de forma casi pionera el enorme potencial de la emergente herramienta de comunicación y de venta. En 2002, hace ahora un par de décadas, colgó por primera vez en la red y desde su casa un catálogo de trescientos libros.

En poco tiempo su nomenclátor alcanzaba los tres mil títulos. Entonces alquiló un pequeño trastero en lo más periférico del barrio de Tetuán y gracias a las ventas que no paraban de crecer y a la extraordinario altura del zulo, unos cuatro metros, consiguió meter allí unos seis mil libros. Reinvertía en el negocio todo lo que iba ganando, pero consideró que necesitaba crecer más rápido. Así, hipotecando su casa y endeudándose hasta las cejas, en 2004 compró un pequeño local en el mismo barrio y dos años después una tienda en la calle de Ana María, para atención directa al público. Por aquel entonces ya atesoraba cuarenta mil títulos y había creado tres puestos de trabajo fijos.

A la hora de darle nombre a la librería, recurrió al de ese espacio, Alcaná, donde instalaban tiendas y tenderetes los mercaderes de entre la Edad Media y el Renacimiento, porque fue justo allí, concretamente en el de la ciudad de Toledo, donde Miguel de Cervantes nos cuenta que encontró el manuscrito de lo que luego sería El Quijote, firmado por el arábigo y manchego Cide Hamete Benengeli.

Y en este punto merece sin duda la pena detenerse y volver a la fuente cervantina y quijotesca, porque en ella hay mucho de la filosofía que anima a Juan Antonio de Miguel y a su proyecto de vida: “Estando yo un día en el Alcaná de Toledo, llegó un muchacho a vender unos cartapacios y papeles viejos a un sedero; y como yo soy aficionado a leer aunque sean los papeles rotos de las calles, llevado desta mi natural inclinación tomé un cartapacio de los que el muchacho vendía y vile con caracteres que conocí ser arábigos. Y puesto que aunque los conocía no los sabía leer, anduve mirando si parecía por allí algún morisco aljamiado que los leyese, y no fue muy dificultoso hallar intérprete semejante, pues aunque le buscara de otra mejor y más antigua lengua le hallara. En fin, la suerte me deparó uno, que, diciéndole mi deseo y poniéndole el libro en las manos, le abrió por medio, y, leyendo un poco en él, se comenzó a reír.

Preguntéle yo que de qué se reía, y respondióme que de una cosa que tenía aquel libro escrita en el margen por anotación. Díjele que me la dijese, y él, sin dejar la risa, dijo:

• Está, como he dicho, aquí en el margen escrito esto: “Esta Dulcinea del Toboso, tantas veces en esta historia referida, dicen que tuvo la mejor mano para salar puercos que otra mujer de toda la Mancha”.

Cuando yo oí decir “Dulcinea del Toboso”, quedé atónito y suspenso, porque luego se me representó que aquellos cartapacios contenían la historia de don Quijote. Con esta imaginación, le di priesa que leyese el principio, y haciéndolo ansí, volviendo de improviso el arábigo en castellano, dijo que decía: Historia de don Quijote de la Mancha, escrita por Cide Hamete Benengeli, historiador arábigo. Mucha discreción fue menester para disimular el contento que recebí cuando llegó a mis oídos el título del libro, y, salteándosele al sedero, compré al muchacho todos los papeles y cartapacios por medio real; que si él tuviera discreción y supiera lo que yo los deseaba, bien se pudiera prometer y llevar más de seis reales de la compra. Apartéme luego con el morisco por el claustro de la iglesia mayor, y roguéle me volviese aquellos cartapacios, todos los que trataban de don Quijote, en lengua castellana, sin quitarles ni añadirles nada, ofreciéndole la paga que él quisiese. Contentóse con dos arrobas de pasas y dos fanegas de trigo, y prometió de traducirlos bien y fielmente y con mucha brevedad. Pero yo, por facilitar más el negocio y por no dejar de la mano tan buen hallazgo, le truje a mi casa, donde en poco más de mes y medio la tradujo toda, del mesmo modo que aquí se refiere”.

Volviendo al hilo del asunto, a día de hoy la librería Alcaná (cuya sede definitiva fue inaugurada en 2011 y en el número 52 de Marqués de Viana), cuenta con un volumen de títulos que supera los 300.000 y con un equipo entusiasta de una docena de trabajadores, que atienden a su clientela básicamente por Internet en la dirección https://www.libros-antiguos-alcana.com/.

En un tiempo en el que, a cada poco, algunos agoreros anuncian el inminente apocalipsis para el libro de papel, Juan Antonio de Miguel y sus tan dinámicas como aplicadas huestes se obstinan en demostrar lo contrario con los hechos.

El proyecto cumple ahora 20 años, que celebrarán y celebraremos con distintos actos e iniciativas de los que este diario irá informando puntualmente. Y entretanto, sigamos disfrutando de esa incomparable magia portátil que según Stephen King y tantos otros se deposita y vive en los libros.