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El Oeste que nos une

martes 01 de febrero de 2022, 08:53h

Llevo un par de días enfrascado en la lectura de Zane Grey, el dentista neoyorkino que un buen día decidió ponerse a escribir novelas inspiradas en la epopeya de la conquista del Oeste americano. Me resulta reconfortante refrescar la memoria con aquellos relatos en pequeño formato, que poblaron los sueños de infancia y adolescencia de los niños que correteábamos a lo largo y ancho de los desmontes o intentando engancharnos al tope de la trasera del tranvía. Era aquel un país umbrío por la pena, casi bruno, en los que los únicos entretenimientos eran el manoseo libidinoso de un Paris Hollywood prestado y mugriento o las simpáticas imágenes del galán del NO-DO, un tal Cándido, partiendo cochinillos con un plato.

Además, resulta que ayer se cumplieron 150 años del nacimiento de Grey, el autor que nos sumergió en historias lejanas de pistoleros de gatillo fácil, cowboys de insondable historia, mineros en habitual desespero, gélidos tahúres en los barcos de vapor navegando por el río, resignadas y repintadas bailarinas de cancán, jugadores de póker con las cartas en la mano y el Colt sobre la mesa, o “docs” chispeantemente alcoholizados a los que la curda se les pasaba milagrosamente sumergiéndoles la cabeza en el abrevadero. Todos aquellos estrafalarios personajes que habitaron las fantasías de los infantes y adolescentes que correteábamos por un país anonadado por el tedio cuartelero y nacionalcatólico, lo hacían dentro de un paisaje sobre el que rodaban salicornios, pelotas de paja, abarrillas o capitanas, movidas por un viento cálido y polvoriento, que se instalaba en el alma como una jauría de perros hambrientos que ladraban al sol caído y no en el Monturrio de Moguer, pero que oíamos allí, no aquí, sino allí.

Aquellos niños en confuso trance de adolescencia, esa segunda inocencia que da el no creer en nada y a la vez en casi todo, íbamos un par de veces por semana a cambiar novelas por un irrisorio estipendio a la tienda del todo a la nada y el palito de paloduz, que pespunteaban nuestro barrios. En cada batida, completábamos el lote del requerimiento materno (los padres siempre lejos y hasta los mismísimos) a base de relatos de amor o novela rosa (con preferencia clara hacia María Teresa Sesé, Elena Puerto, Marisa Villardefrancos, Concha Linares-Becerra, Carmen de Icaza, y por encima de todas, Corín Tellado), con nuestras narraciones preferidas, especialmente las referidas en las novelas de Marcial Lafuente Estefanía (que también firmaba como Tony Spring, Arizona, Dan Lewis o Dan Bruce), las de Silver Kane, que luego supimos se llamaba en realidad Francisco González Ledesma; las firmadas por Curtis Garland, nombre vaquero bajo el que se escondía Juan Gallardo Muñoz; las de Frank Caudett, adaptación bastante elemental de su verdadero nombre Francisco Caudet Yarza; de Keith Luger, pseudónimo de Miguel Oliveros Tovar; de Meadow Castle, el alias de Prado Castellanos o de Clark Carradas, cuyo nombre real era Luis García Lecha.

De entre todo el equipo escritorial, Zane Grey era la cima y el autor reverenciado. Escribió cerca de noventa novelas del Oeste, de las que vendió decenas de millones de ejemplares. No sé cuantas de ellas llegaron traducidas a España, pero la chavalería se sabía casi de memoria El caballo salvaje, La heroína de Fort Henry, El cazador de plumas, El espíritu de la frontera, La herencia del desierto, El caballo de hierro y, por encima de todas Los jinetes de la pradera roja, que empezaba diciendo: Las metálicas pisadas de un caballo herrado que se alejaba iban amortiguándose poco a poco, y una nube de polvo amarillento elevóse de entre los álamos, extendiéndose sobre la pradera”.

¿Cómo olvidar al rudo pistolero Lassiter y a la mormona en dudas Juana Whithersteen, a la bella Bess y al intrépido Venters?

Y cómo olvidar, sobre todo, las tardes de la cadena COPE, que, azares del destino, pasé a presentar de manera provisional entre finales de 1999, cuando mi jefa y mentora María Teresa Campos dio una espantá digna de Rafael El Gallo, hasta principios de 2000 momento en María José Navarro que se hizo con los mandos formales del micro?

La audiencia tipo de la cadena me era, en una sustancial mayoría, abiertamente hostil y profundamente desafecta por mis anteriores confesiones marxista-leninistas fracción gastronómica y raro era el día que no salía a relucir la matanza de Paracuellos, en un tono que invitaría a pensar que formé parte activa de los pelotones de fusilamiento de aquellas dos mil y pico de personas vilmente asesinadas. Aunque formalmente acusaban a Santiago Carrillo, la inquina contra mi persona no cejaba. Procuraba defenderme parafraseando a una de las más ilustres víctimas de aquella infame carnicería, Pedro Muñoz Seca, confiándoles que podrían quitarme la dirección del programa o cualquier otra cosa más, pero que no serían capaces de arrebatarme el canguelo que tenía.

Seguramente y muy a su pesar, empecé a hacerles cierta gracia y a inspirarles alguna conmiseración, pero el giro definitivo se produjo cuando en casi todos los programas empecé a sacar a colación alguna de las viejas novelas rosa o del Oeste. Podíamos diferir en el todo de los distintos discursos y en cada apartado de su articulado, pero, amábamos juntos a Corín Tellado y a Zane Grey.

“El amor de un hombre hacia una mujer y el amor de una mujer hacia un hombre. Esa es la naturaleza, el significado, lo mejor de la vida misma”, les decía citando a Zane. Y conseguía cambiar el tono ambiental y animar a la participación con la aporte de notas y anécdotas del más variado y simpático pelaje.

Animado por el éxito y viniéndome arriba, recitaba campanudo: “El amor crece más tremendamente completo, rápido, conmovedor, cuando pasan los años”, y aquello se venía debajo de sentidas emociones. Como en la tierra extraña de doña Concha, entre vivas y entre olés por España se brindó. Y fui feliz. Quizá lo más feliz que he sido en mi dilatada vida profesional ante un micrófono y en un estudio de radio.

Ahora, dos décadas después, se me viene a la memoria, junto a tan gratos y nostálgicos recuerdos, otra cita de Zane Grey: “Confieso que la lectura de las pruebas es un placer. Estimula y me inspira”… ¿será porque estoy revisando las terceras galeradas de Eso no estaba en mi libro de Historia de la Cocina Española?. Es más que probable. Casi seguro. Fijo.

Miguel Ángel Almodóvar

Sociólogo y comunicador. Investigador en el CSIC y el CIEMAT. Autor de 21 libros de historia, nutrición y gastronomía. Profesor de sociología en el Grado de Criminología.

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