www.diariocritico.com

Ulises contra los dispositivos móviles

martes 15 de febrero de 2022, 14:21h

Hace algún tiempo que los expertos vienen llamando la atención sobre el notable incremento de problemas de salud mental en la sociedad en general y muy especialmente en la adolescencia. Y hace algo más, que se apunta a la estrecha relación entre tal incremento y el abuso delirante de los teléfonos móviles y las tabletas.

En 2017, el equipo de la prestigiosa psicóloga estadounidense Jean Marie Twenge, investigadora y profesora en San Diego State University, publicó un trabajo de referencia internacional en la revista Conversation en el que se evidenciaba que desde que el uso de estos dispositivos se generalizó entre los jóvenes, alrededor del 2012, su bienestar emocional ha caído en picado. Por el contrario, dice el estudio: “Descubrimos que los adolescentes que pasan más tiempo viendo a sus amigos en persona, haciendo ejercicio, practicando deportes, asistiendo a oficios religiosos, leyendo o incluso haciendo deberes en casa, son más felices (…) cada actividad relacionada con una pantalla está ligada a una menor felicidad”.

Con todo, el panorama en el mundo adulto no es ya muy distinto, y se calcula que prácticamente la mitad de los usuarios en ese amplio grupo de edad, dedica entre tres y siete horas diarias a escrutar la pantalla de su teléfono inteligente. Como señala Adam Alter, profesor en la New York University Leonard N. Stern of Bussines: “… cada mes gastamos unas cien horas consultando el correo electrónico, mensajeándonos, jugando a videojuegos, navegando por Internet, leyendo artículos virtuales, consultando nuestro saldo bancario en la red y haciendo otras cosas parecidas. Esto equivale a la asombrosa cantidad de once años de nuestra vida”.

Dicho en breve, vivimos esclavizados de las pantallas y lo que quizá sea aún más preocupante, estamos maleducando a las futuras generaciones en el incremento desmedido de esta brutal dependencia.

En España es extremadamente habitual contemplar el espectáculo de familias que llevan a sus hijos al bar o botillería y mientras ellos charlan y consumen (eso sí, sin dejar de consultar su móvil a cada instante), proporcionan a los pequeños algún dispositivo electrónico para tenerlos entretenidos. El celular o la tableta se han convertido en la cuidadora más económica y eficaz de la infancia. Mal vamos.

Claro que aún admitiendo que hemos caído en una peligrosa dependencia de impredecibles consecuencias (un apunte fugaz sobre ese joven de quince años que ha quitado la vida a su hermano de diez años y a sus padres, porque estos le habían prohibido el acceso a Internet como castigo a sus malas calificaciones escolares), salir de la adicción no es tarea ni mucho menos sencilla.

De entre las bastantes cosas interesantes que he consultado últimamente al respecto, recomendaría vivamente y de manera especial la lectura del libro La magia de leer en voz alta, de Meghan Cox Gurdon, crítica de literatura infantil del diario The Wall Street Journal, publicado en España por la editorial Urano.

Especialmente original me parece su reflexión respecto a una de las peripecias referidas en La Odisea de Homero, que para la autora recuerda y mucho el dilema en el que hoy nos encontramos. Cuando Ulises, “el de las muchas mañas”, y sus hombres se dirigen a su hogar en Ítaca, tras diez años de lucha en Troya y desviados por el viento norte y las corrientes, topan con una isla desconocida (quizá Yerba, en el actual Túnez) en la que presumen pueden residir pobladores hostiles. Para evitar sorpresas y contratiempos el líder de la expedición envía a tres emisarios a explorar en terreno y la situación. Estos no tardan en encontrar a unos aborígenes que, lejos de mostrarse adversos a los visitantes, les ofrecen un manjar de flores de loto. El aedo griego autor del relato dice que en cuanto las probaron: “… dejaron de desear volver a la patria”. Tal y como le ocurre, dice Meghan, al niño pequeño que se olvida de cualquier otro juguete cuando tiene en sus manos un iPad, al joven que se pasa las horas en casa navegando por Internet sin disfrutar del atardecer, o al adulto al que se le quema la comida mientras sigue un hilo de Twitter.

En la isla de los lotófagos, “el del multiforme ingenio” comprende de inmediato la dimensión del peligro y ordena a la tripulación que apresen a los tres de la batida y los lleven por las bravas al barco. Él mismo se implica diréctamente en la tarea: “… yo los conduje por la fuerza a las naves y, aunque lloraban, los arrastré e hice atar debajo de los bancos. Y conminé al resto a que embarcaran sin pérdida de tiempo en las raudas naves, no fuera que alguno comiese loto y no pensara en la vuelta a la patria”.

Considera Meghan que el singular e irresistible atractivo de las flores de loto de la epopeya odisíaca es perfectamente asimilable a la fascinación que hoy ejercen los dispositivos móviles entre sus actuales usuarios. Se trata por tanto de una droga que hay que combatir con similares métodos a los que miles de años atrás usó “el de los muchos senderos”.

Así, razona que: “Si somos sensatos, nos obligaremos a volver a la fuerza, a nosotros mismos y a los miembros de nuestra familia y círculo de amigos, por más que se quejen, a los barcos que nos esperan para zarpar hacia lo que María Tatar, historiadora y escritora, llama “el océano de los relatos”. Si dejamos de comer flores de loto, aunque sea por un breve tiempo, se nos despejará la cabeza y volveremos a una clase distinta de hogar”.

Prueben a leer esto en voz alta. Puede hacerles mucho bien y, en el peor de los casos, les prometo que no existe ni el más mínimo riesgo de que se les revienten las meninges.

Miguel Ángel Almodóvar

Sociólogo y comunicador. Investigador en el CSIC y el CIEMAT. Autor de 21 libros de historia, nutrición y gastronomía. Profesor de sociología en el Grado de Criminología.

¿Te ha parecido interesante esta noticia?    Si (2)    No(0)

+
0 comentarios