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Europa, esa vieja cobarde

sábado 26 de febrero de 2022, 16:24h

Rusia invade Ucrania y toda la parte occidental del planeta se encocora. Que la mayoría no sepa situar Ucrania en el mapa no es óbice para el cabreo generalizado y, así, vemos desde tiktokeros airados que prometen no volver a beber vodka (¡Es en serio!) hasta twiteras tías que se quejan porque el heteropatriarcado ucraniano deja salir a las mujeres del país mientras a los hombres les obliga a quedarse para defender la patria. (¡Es en serio!)

No obstante, las dos estupideces de más lustre en este día aciago son, indiscutiblemente, que Pablo Casado haya dejado pasar la oportunidad de dimitir sin que a nadie le importe una higa su historia llorona dada la magnitud de lo de Ucrania y, claro, la respuesta contundente de Europa: Rusia queda fuera de Eurovisión, de la Champions y de la F1. Estoy viendo a Putin llorando por los rincones, arrepentidísimo de su acto de guerra, voto a Rasputín. Solo falta que Zuckerberg prohíba la palabra Rusia en sus plataformas y que Instagram no publique selfies rusoskis. Seguro que con todo eso ganamos la guerra.

Para lo que parece que no ha habido redaños suficientes en esta Europa que desde el advenimiento de los milennials reblandecidos no pinta nada en occidente, es para expulsar a Rusia del SWIFT, la Sociedad para las Telecomunicaciones Financieras Interbancarias Mundiales que eso sí le haría daño a Putin. Será porque poderoso caballero es don dinero, así sea en rublos.

Como estas cosas se sabe cómo empiezan pero no cómo acaban, si a Putin le da por enviar un par de Migs a bombardear el gasoducto argelino (Medgaz) y marroquí que abastece Europa de gas por el sur, veremos en qué quedan las tan temibles acciones europeas: nos veo arrodillados mendigando gas a Rusia porque ya sabemos que esa medida alemana tan rimbombante de “congelar” el gasoducto Nord Stream 2 no significa nada y que se “descongelará” en cuanto no dé risa hacerlo.

Mientras tanto, Putin aprieta un poco más la soga báltica: hoy le ha tocado el turno a Ucrania, pero Bielorrusia, Letonia, Lituania, Estonia y Moldavia están en el disparadero y ya ha advertido seriamente a Suecia y Finlandia de que si entran en la OTAN se van a cagar porque él no lo va a permitir.

A este bravuconada hay que sumar un dato objetivo: sumadas todas las armas nucleares de la OTAN, incluyendo las yanquis, son menos que las 6.755 cabezas nucleares de que dispone Rusia y, encima, con la mejor y más avanzada tecnología disponible, cosa que no tienen ni las cabezas nucleares francesas o británicas y solo la mitad de las yanquis. Recordemos, además, que Rusia tiene el mayor número de misiles hipersónicos del mundo y que hace nada, en 2019, utilizó el misil Avangard capaz de trasladar ojivas nucleares a 6.000 kms de distancia. (De Moscú a Madrid hay 4.000 kms.)

Esta situación, parecida a la de los Sudetes en octubre del 38, no está siendo respondida con la contundencia y eficacia que se esperaría de Europa y la OTAN en 2021; al contrario, parece que el pusilánime de Nevil Chamberlain sigue haciendo de las suyas. Suerte que en lugar del impresionable Edouard Daladier hoy está al mando de Francia Emmanuel Macron, el único que parece saber lo que hace porque el fiestero de Downing street bastante tiene con su champán mal digerido.

Ayer, viendo en la TV ucraniana al presidente Zelenski, a algunos de sus ministros y a todos los presentadores de noticias enseñar a la gente a hacer cócteles Molotov para combatir a las tropas rusas, pensé que nos hemos vuelto más idiotas de lo que parece al ver las RRSS: puede que sea un intento a la desesperada de… ¿de qué, por el amor de Dios, de qué? De que se quemen los ucranianos como bonzos cuando les exploten en las manos, o de que sean masacrados por los francotiradores rusos que están deseando batir los récords de Lyudmila Pavlichenko, que ella solita se apioló a 309 soldados enemigos con su fusil semiautomático SVT-40 en el Frente Occidental durante la II Guerra Mundial.

No sé cómo evolucionará este desastre, pero mucho me temo que occidente reaccionará con la fuerza cuando ya sea tarde y miles, quién sabe si decenas de miles de muertos estén sobre el tapete, un tapete que, a lo que parece, importa menos que el dinerete de Rusia.

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