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Como si hubiera un mañana

lunes 21 de marzo de 2022, 08:46h

El pasado sábado día 19, anteayer como quien dice, el genial fotógrafo catalán Francesc Català-Roca hubiera cumplido cien años, y en día tan señalado se ha dado el banderazo de salida, en la ciudad tarragoní de Valls, al Año Francesc Català-Roca, en un acto que comenzó descubriendo una placa conmemorativa en su casa natal, seguido de una actuación de castellers y de la apertura oficial de una exposición de autorretratos en el museo local dedicado a su hijo predilecto, quien, por cierto, fue siempre muy renuente a figurar en sus propias instantáneas.

Repasando el voluminoso trabajo del maestro, que dejó testimonio personal y originalísimo de aquellos años en los que España empezaba a salir, aunque muy tímidamente, de la autarquía y sus colorarios de penales abarrotadas, hambre, racionamientos, silencio y miseria, me vino a la memoria el título de la novela de Nieves Herrero, Como si no hubiera un mañana, en el que la narra el apasionado romance entre el torero Luis Miguel Dominguín y la superestrella cinematográfica Ava Gardner. Porque justo donde Nieves pone fin a su relato, nace otro frenesí sentimental del diestro con la actriz italiana Lucía Bosé, que había recalado en nuestros lares, allá por el año 1954, para interpretar a María José, burguesita madrileña y amante clandestina de Juan/Alberto Closas, profesor universitario, en la memorable película de Juan Antonio Bardem Muerte de un ciclista.

Tratando de epatar a Lucía, Luis Miguel organizó una corrida benéfica en Carrascosa del Campo, municipio conquense aledaño a una finca de su propiedad. Acompañándole en el cartel, Domingo Ortega y Antonio Bienvenida.

Allí estaba Català-Roca. Y en la improvisada plaza levantada con tablones, traviesas, largueros y tirantes de manera barata, los poderes fácticos del Movimiento y el clero, señoritas bien con mantilla y peineta, y el pueblo llano tratando de colarse en el espectáculo por algún hueco del entramado leñoso. Las calles del pueblo, engalanadas con cordeles de esquina a esquina de los que pendían banderines con las enseñas niponas y nazis. La autoridad competente no había caído en la cuenta de que la firma, el año anterior, de los tres acuerdos ejecutivos del régimen de Franco con los Estados Unidos, junto con el refrendo del concordato con la Santa Sede, dejaban sin sentido aquellos símbolos.

Català-Roca fue y vino por el pueblo fotografiando lo que le salía al paso: los mozos en equilibro contrapicado, las tres madrinas del festejo con sendos ramos de flores para entregar a los diestros, la chiquillería lugareña arracimada en torno a un enhiesto mojón de yugos y flechas, y Dominguín entrando a matar en sentido estricto, que el figurado tendría lugar en lugar más íntimo: “El torero y yo nos amamos locamente en mi habitación, donde me alojaba para hacer la película. Durante tres días y tres noches nos amamos ininterrumpidamente”, nos dejó escrito Lucía.

Según Hans-Michael Koetzle, escritor, crítico y comisario de fotografía alemán, redactor jefe de la revista Leica World: “… las fotografías de Català- Roca no tienen equivalente en la fotografía mundial de su época: no admiten comparación con la fotografía humanista francesa, tan atenta a lo anecdótico; tampoco con las experimentaciones formalistas alemanas, ajenas a la realidad; ni con el neorrealismo comprometido italiano, ni con el dramatismo visual de la fotografía de calle neoyorkina”.

Como afirma Daniel Giralt-Miracle, historiador del arte, crítico y profesor barcelonés, Català- Roca fue un sociólogo de la fotografía; un artista único, genial y testigo atento de su tiempo: “Y si de elegir se trataba, abandonó el espectáculo que le brindaba Dalí para compartir el silencio de Miró; un silencio que da carácter a sus imágenes”.

Entretanto, para Lucía Bosé, al contrario de lo que el destino le había deparado a Ava Gardner, sí que hubo un mañana. Contrajo matrimonio civil con el torero en la ciudad de Las Vegas, Nevada, USA, el 1 de marzo de 1955 y poco tiempo después, el 10 de octubre del mismo año, se desposó por el rito católico, como mandaban los imperantes cánones, en la iglesia que Dominguín había levantado en su finca de Villa Paz, sita en Saelices, Cuenca, a unos diecisiete kilómetros de Carrascosa del Campo.

Pero también hubo un pasado mañana de engaños, desavenencias, soledades y un sinnúmero de infidelidades. “Era la más cornuda de España”, reconocería años más tarde la italiana. Más de una década de dolor, escarnio e indulgencias casi plenarias, con tres hijos, Miguel, Lucía y Paola, de por medio: “Entre las muchas razones por las que lo perdoné, estaba que yo conocía ese lado frágil de su personalidad que él nunca había manifestado. A pesar de todo, los que compartimos fueron años muy intensos, llenos de mil experiencias”.

Pero alguna gota debió colmar el vaso y la ruptura se hizo inevitable: “De la misma manera que tuve valentía para casarme con él, también la tuve para mandarle a la mierda”, acabó sentenciando la diva.

Francesc Català-Roca siguió fotografiando. A algunos famosos, como Joan Miró con sus pinceles, Josep Pla a la mesa gerundense, Salvador Dalí saltando a la comba o Ernest Hemingway apostado en los toros; otros, la inmensa mayoría, ciudadanos anónimos de aquella España en más negro que blanco. Fue dos veces galardonado con el premio Ciudad de Barcelona y en 1983 recibió el Nacional de Artes Plásticas del Ministerio de Cultura. Cinco años después diría adiós a la vida dejando un legado de más de doscientos mil negativos.

En el ínterin, Carrascosa del Campo, sigue avanzando en el tiempo, siempre bajo la protección celestial de su patrona Santa Ana, abuela materna del Niño Jesús. Como si hubiera un mañana.

Miguel Ángel Almodóvar

Sociólogo y comunicador. Investigador en el CSIC y el CIEMAT. Autor de 21 libros de historia, nutrición y gastronomía. Profesor de sociología en el Grado de Criminología.

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