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Ucrania y la ética de la responsabilidad

domingo 24 de abril de 2022, 11:33h

Al mejor mono se le cae el zapote. Perdonen por usar este modismo mesoamericano, que es una metáfora acerca de que hasta al mono más hábil puede caérsele la sabrosa fruta que está comiendo, para aludir a la posibilidad de que hasta la persona más sabia puede equivocarse. Pero, desde San José, es la primera idea que se me vino a la mente cuando leí el artículo de Adela Cortina titulado, con polémica intención “¿Negociación bajo tortura” (El País, 20/04/22), que ha generado no poca controversia.

La respetada catedrática emérita, comienza su argumentación aceptando que “cuando la maquinaria de la destrucción se ha puesto en marcha llega un punto en que el afán de no sufrir más daño aconseja buscar diálogos diplomáticos que se traduzcan en negociaciones y pongan fin a los ataques inmisericordes. Éste es el momento en que nos encontramos en la guerra de Ucrania”. Pero según avanza en su discurso, esta afirmación se disuelve progresivamente hasta ser sustituida por el deseo ferviente de sancionar a Rusia como se merece.

Antes, Cortina hace una reflexión sobre la relación que debe existir entre paz y justicia. Recurre a Kant, el filósofo que muchos consideran como el pilar del pacifismo, para señalar que incluso Kant nunca separó la paz de la justicia. Lo que no hace Cortina es mostrar que opinaba el filósofo alemán cuando ambos valores colisionaban en la vida real. Porque, la cuestión medular, también en la guerra de Ucrania, es cómo armonizar los distintos valores que suelen coexistir en la realidad social (uno de los elementos fundamentales de la ética de la responsabilidad).

Después, Cortina se adentra en lo injusto que resultaría hacer una negociación a gusto del agresor (que nadie duda que se trata de la Rusia de Putin). Algo completamente entendible. El problema es que pareciera que, según su propia lógica, no existiría otra salida posible. Así, si es cierto que la única negociación posible es injusta, no hay que plantearse ningún tipo negociación para parar la agresión. La conclusión es obvia, la única alternativa es continuar la guerra.

No obstante, el conocimiento teórico de Cortina la traiciona. Es consciente de que esa argumentación es demasiado simple y acude acertadamente a Max Weber y su clásica distinción entre la ética de la convicción y la ética de la responsabilidad, que el sociólogo alemán asocia al responsable político (en su conferencia sobre “La política como vocación” de 1919). La distinción clásica de Weber refiere -y Cortina lo reconoce- a que la ética de la convicción exige atenerse a principios morales sin tener en cuenta las consecuencias que podrían seguir, mientras que la ética de la responsabilidad valora esas consecuencias a la hora de decidir. Al aplicar esta distinción a la guerra de Ucrania, Cortina reconoce que conseguir el fin de la guerra, aunque no fuera justa, “podría parecer a primera vista lo propio de una ética responsable, consciente de las terribles consecuencias que podrían seguirse de no aceptar sus condiciones”.

Sin embargo, le repugna tanto esa posibilidad, que inmediatamente se revuelve contra su propia lógica. Es la condena de la Rusia agresora lo que verdaderamente importa. Y sin explicarlo demasiado afirma: “Y, sin embargo, no es así: es justamente una ética de la responsabilidad la que exige no dar al poderoso lo que quiere arrebatar por la fuerza”.

Este brusco giro lógico se acompaña luego con una serie de recomendaciones más políticas, entre las que destacan: “Mantener la solidaridad de la Unión Europea en las sanciones”, “pertrechar de armas a los ucranios para que puedan defenderse” o “fortalecer la OTAN de la que formamos parte”. Coherencia práctica sin duda.

Pero sucede que la ética de la responsabilidad tiene hoy una perspectiva más amplia. Además de valorar las consecuencias de seguir un determinado enfoque ético, es necesario considerar un esfuerzo de armonización, de ponderación, respecto de los valores en presencia, porque ya sabemos que los bienes valóricos coexisten, cuando no compiten, pero nunca se presentan en medio de la nada en la realidad social.

Completemos entonces la tarea inacabada de Cortina: apliquemos a fondo esos dos criterios (posibles consecuencias y armonización de valores) al caso de la guerra de Ucrania. En primer lugar, hay que preguntarse cuál es la consecuencia de no negociar y, como vimos, la respuesta está clara: la continuación de la guerra. Sea más o menos injusta esa es la consecuencia directa.

Veamos ahora la cuestión de la armonización de valores. En el corto plazo, cabe la pregunta: ¿es el valor más importante el mantenimiento de la vida humana, o, por el contrario, el sacrificio de vidas humanas que conlleva la guerra es menos importante que la derrota militar de Rusia; única forma, siguiendo la lógica de Cortina, de obtener una solución acabadamente justa de la guerra?

Resulta evidente que la veterana catedrática hace un esfuerzo por cambiar los términos, con el resultado lógico de que es imposible distinguir una ética de la otra. Si la ética de la responsabilidad consiste en castigar a Rusia ¿en que consiste entonces la ética de la convicción? ¿O es que no habría ninguna diferencia? Pero entonces no tiene sentido el acoger la distinción de Weber entre una ética y otra.

En realidad, parece claro que el planteamiento de Cortina corresponde mucho más a la ética de la convicción que a la de responsabilidad. El problema es que, en la realidad actual, su aplicación tiene menor consistencia moral. Ya ha empezado a mostrarse en los noticieros, junto al discurso heroico de la resistencia (con demasiada frecuencia protagonizado por el batallón Azov), la petición desesperada de la población civil: ¡¡ Paren la guerra!!

Creo que el problema de fondo de la posición de Cortina es que sólo contempla un escenario binario. Guerra descarnada o negociación injusta. De nuevo, la ética de la responsabilidad obliga a armonizar, ponderar, el cuadro general de opciones para encontrar posibles salidas. No es obligado descartar la posibilidad de parar la guerra con una solución menos injusta que la procedente de un aplastamiento total. Por eso la defensa militar de Ucrania es necesaria, para evitar una rendición completa, mientras se logra un alto el fuego. Ello convoca a acciones políticas complejas, pero más acertadas. Varios expertos en seguridad la han denominado estrategia de doble carril: hay que condenar a Putin, aplicarle sanciones, apoyar la defensa de Ucrania, pero insistiendo en el esfuerzo por lograr un acuerdo que detenga el sacrificio humano.

En realidad, esa fue la estrategia impulsada por la UE durante el primer mes de la contienda: sanciones a Rusia, apoyo a Ucrania, pero impulsando iniciativas para detener el conflicto. Una estrategia dual que siguen planteando Naciones Unidas, varios premios Nobel y centros de pensamiento europeos sobre paz y seguridad. Pero en las últimas semanas, ese objetivo principal en la UE (detener la guerra) se ha visto desplazado por el propósito de derrotar militarmente a Rusia, más allá del tiempo y las vidas humanas que ello cueste.

Tal cambio responde a dos motivos de distinta índole, que, desafortunadamente, se realimentan. Por un lado, la indignación que provoca el descubrimiento de las masacres ocasionadas por las tropas rusas (aunque hay necesidad de que la ONU estudie las barbaridades cometidas en ambos lados). Algo comprensible. Es difícil no sentir indignación al respecto. Pero ese sentimiento no debería conducirnos irremediablemente hacia una ética de la convicción, sin importarnos las consecuencias.

El otro motivo es de naturaleza diferente. Se trata de una estrategia geopolítica, impulsada por los halcones del belicismo occidental: hay que establecer las condiciones para una derrota militar de Rusia, cueste lo que cueste, porque ello podría suponer también la caída de Putin. El modelo regularmente mencionado al respecto alude a las derrotas en Afganistán, después de una guerra prolongada, primero de Rusia y luego de Estados Unidos. A juicio de muchos, entre los que me encuentro, esa perspectiva de una guerra por años en Ucrania, resulta inmoral. Es difícil calcular por cuanto se multiplicaría la actual carnicería humana.

Un problema adicional que encuentro en el artículo de Cortina es que su título da cuenta de una situación que se produce regularmente en situaciones privadas. No comparto la utilidad de esos ejemplos tan frecuentes que aparecen en las redes sociales (¿Qué haría usted si un ladrón invadiera su casa? ¿Y si alguien le diera una bofetada? etc.). Es necesario distinguir las situaciones y los conflictos en el ámbito privado de un fenómeno sociopolítico como es una guerra. Las comparaciones impropias pueden usarse como metáforas, pero no ayudan a leer el cuadro valórico, sobre todo cuando hay que esforzarse para buscar la opción menos mala, que es condición básica para aplicar la ética de la responsabilidad.

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