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La nostalgia del Castrato

lunes 09 de mayo de 2022, 09:05h

No serán pocos a quienes les resulte muy difícil creer que Madrid fuera alguna vez la capital mundial de la ópera, pero así se ha encargado de recordarlo y subrayarlo el grupo Nereydas, que, el pasado sábado 7 de mayo y bajo la dirección del gran maestro Javier Ulises Illán, puso sobre la escena del Auditorio Nacional de Música La Nitteti, una composición operística en tres actos que originalmente fue estrenada el 23 de septiembre de 1756, con motivo del cumpleaños del rey Fernando VI.

El acontecimiento tuvo lugar en el Real Teatro del Buen Retiro (cuyos restos conocemos hoy como Casón del Buen Retiro), un espacio artístico de primer orden en toda Europa que mandó levantar Felipe IV, y que Fernando VI y su melómana esposa, Bárbara de Braganza, ordenaron reconstruir para convertirlo en el teatro de ópera más importante del mundo en el siglo XVIII. Al frente de la dirección de tan magno proyecto pusieron a Carlo Broschi, conocido como Farinelli, el castrato más famoso de todos los tiempos, quien al concluir su gestión inicial, en 1758, describió el local en estos términos: “Sin exageración alguna se puede muy bien asegurar que en Europa no hay teatro que iguale al de la Corte de España por su riqueza, y abundancia del escenario y vestuario”.

Y Farinelli sabía muy bien de lo que hablaba y lo hacía con autoridad incontestable.

Castrado a los nueve años, en 1714, tras su recuperación, fue enviado a formarse en el conservatorio de los castrati en Nápoles, donde su mentor, el famosísimo compositor y profesor Nicola Porpora, descubrió sus inauditas dotes interpretativas. En 1720 fue formalmente presentado a la nobleza napolitana interpretando la ópera Angelica y Medoro, del mismo Porpora, y dos años más tarde debutó con extraordinario éxito en Roma interpretando el personaje de Adelaida en Eumene, compuesta por Niccolò Jommelli, otra de las grandes celebridades de su época.

Su popularidad empezó a extenderse por las cortes europeas y, de éxito en éxito, fue recorriendo los salones operísticos de Viena, Milán, Venecia y Munich, hasta que en 1734 fue llamado a Londres por el Príncipe de Gales para que prestigiara la gran compañía operística del teatro Lincoln’s Inn Fields, que había fundado una parte de la nobleza opuesta a Jorge II de Inglaterra, para rivalizar con la Royal Academy of Music, patrocinada y protegida muy estrechamente por el rey y la reina Carolina de Brandeburgo-Ansbach; un equipo que dirigía nada menos que Georg Friedrich Häendel, una de las cumbres de la historia de la música.

Los éxitos empezaron a llegar en cascada hasta que el público hizo suyo el lema de: “¡One god, One Farinelli!” para evidenciar la derrota de Häendel, lo que constituye parte del trasunto morboso de la película Farinelli dirigida por Gérard Corbiau en 1994; una cinta que en buena medida ha pasado a la historia del cine por el prodigio técnico pionero de mezclar digitalmente las voces de la soprano polaca Ewa Malas-Godlewska y el contratenor estadounidense Derek Lee Ragin.

En la apoteosis de triunfo londinense, Farinelli se trasladó a Francia para cantar ante Luis XV, y de allí a España, para hacer lo propio con Felipe V, cuya segunda esposa, Isabel de Farnesio, hondamente preocupada por la salud mental de su cónyuge, inmerso en una psicosis maníaco-depresiva y al borde de la extenuación, según sus médicos por: “… el uso demasiado frecuente que hacía de la reina”, consideró la posibilidad de que el castrato le devolviera algo de tino mediante una suerte de musicoterapia.

En agosto de 1737 Farinelli llegó al Palacio Real de la Granja de San Ildefonso, un pequeño Versalles a trece kilómetros de Segovia y a unos ochenta de Madrid, y cantó para el monarca desde una estancia contigua a la del rey. El efecto fue inmediato. El monarca gritó y salió presuroso para preguntarle a su esposa: “¿De donde salió esa voz que me llegó al alma?”.

A los pocos días, un Real Decreto le nombraba: “… criado mío, con solo dependencia de mi y de la Reina, mi muy cara y amada esposa, por su singular habilidad y destreza en el cantar, concediéndole 1.500 guineas, moneda de Inglaterra, reguladas en 135.000 reales de vellón cada año, sin descuento alguno (…) y un tiro de mulas para ejecutar los viajes de mis jornadas, así como alojamiento decente y competente para su persona y familia”.

El castrato, que había llegado a la península para pasar unos meses, terminaría quedándose casi un cuarto de siglo. No volvió a cantar sobre un escenario, sino ante sus majestades y lo más selecto de la Corte.

A la muerte de Felipe V, le sucedió en el trono su hijo, Fernando VI, quien, firmemente apoyado por su esposa, la portuguesa Bárbara de Braganza, que dominaba seis idiomas y estaba sólidamente formada musicalmente por una de las grandes figuras del barroco en transición hacia el preclásico, Doménico Escarlati, no sólo confirmaron a Farinelli en sus puestos, sino que incrementaron notablemente sus competencias y le nombraron caballero de la Orden de Calatrava. A todo ello se sumó el decidido apoyo del todopoderoso Consejero Marqués de la Ensenada, quien refiriéndose a él en una carta fechada en 1750 decía: “… yo estimo particularmente a este sujeto, y me intereso en sus satisfacciones como si fueran propias”.

Juntos, Ensenada y Farinelli, crearon una flota de falúas para representar espectáculos sobre el Tajo a su paso por el Real Palacio de la ciudad de Aranjuez, a menos de cincuenta kilómetros de Madrid, donde Farinelli se hizo construir un hermoso palacio de estilo neoclásico que posteriormente fue adquirido por los Duques de Osuna, del que solo queda la fachada tras un pavoroso incendio ocurrido en mayo de 2018. Sobre ese tiempo nos cuenta José Antonio Rosell Antón, Farinelli se convirtió: “… en un auténtico empresario de la cultura, organizando desde conciertos de ópera a la llamada “Escuadra del Tajo”, miniaturas de fragatas y jabeques con las que se organizaban simulacros de batallas y navegaciones por el río”.

Sobre ese tiempo nos ha llegado a este la ópera La Nitteti, de cuyo montaje se encargó personalmente Farinelli, encargando el libreto a su gran amigo Pietro Metastasio (tras recibir autorización expresa de la emperatriz María Teresa de Austria, para quien trabajaba en exclusiva), y la música al celebérrimo Nicola Conforto, quien viajó expresamente desde Nápoles para presentar la obra. Además, contrató al afamado pintor Francesco Battaglioli para que pintara seis cuadros como decorado de las escenas principales, y al popularísimo castrato Tommaso Guarducci para dar vida a uno de los personajes centrales de la obra.

La Nitteti, con Javier Ulises Illán (un prodigio musical sólidamente formado en España, Austria, Francia y Suiza), a las aladas almas de sus manos frente al potentísimo conjunto orquestal Nereydas, trajo de nuevo a Madrid la nostalgia del “divino castrato” y “emasculado seráfico”. Loados sean.

Miguel Ángel Almodóvar

Sociólogo y comunicador. Investigador en el CSIC y el CIEMAT. Autor de 21 libros de historia, nutrición y gastronomía. Profesor de sociología en el Grado de Criminología.

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