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Al futuro verdugo
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Al futuro verdugo

lunes 30 de mayo de 2022, 08:13h

En estos días, he vuelto a firmar en la Feria del Libro de Madrid y no puedo, ni supongo que quiero, recordar en cuantas y tantas ediciones he repetido ese ritual sagrado e inextricable en el que algunos autores más reflexivos se han sentido como vendedores de frutas y hortalizas, caballos en sus boxes o prostitutas de Ámsterdam, pero sin cristal de por medio. Experiencia agotadora y sin embargo gratísima en la que el escribidor pone visajes al lector y reencuentra conocidos y amigos que ya daba por perdidos.

Sí que puedo y quiero, sin embargo, rememorar en detalle y vívidamente dos ocasiones: una personal y otra vicaria, grabadas a fuego en la babélica memoria que deambula por las trochas y andurriales del arrabal de senectud en el que desde hace algún tiempo habito.

De la primera, hace ahora veintidós años, los dos patitos en la numerología coloquial, recuerdo, claro, el título de mi libro, Cómo curan los alimentos, publicado por RBA; la presentación, en la carpa central y a cargo de mi amigo-hermano Francisco Valladares, y de Rosa Díez, por entonces candidata a la Secretaría General del PSOE y aún en su relativo sano juicio; a mi otro amigo-hermano José Antonio Alcácer, catalán exiliado desde hacía décadas en Madrid, charlando en la caseta de la Librería Gaztambide y en su lengua vernácula, como niño con zapatos nuevos, con mi recién estrenada editora y más tarde entrañable amiga Marta Sevilla; y, cómo no, la presencia encantadoramente perturbadora de mi primer y único hijo, Fran, con unos pocos días de vida y ajenamente embutido en su Maxi-Cosi.

Firmé muchísimos libros, aunque ni de muy lejos el número de los que respectivamente rubricaron Alfonso Ussía, Antonio Gala, Noah Gordon, Ignacio Padilla, Jaime Capmany, Alfredo di Stéfano, Terenci Moix, Lorena Berdún, José Ignacio Arana o Alfredo Gómez Cerdá, los reyes del mambo editorial en aquel año pretérito del nuevo milenio.

De la segunda; vicaria ya dije, también me queda memoria, muchas veces refrescada, del momento en que Amadeo/Pepe Isbert busca la recomendación del ilustre académico Corcuera para que su yerno, José Luis/Nino Manfredi, pueda acceder al cargo de verdugo que él deja vacante por jubilación.

El aspirante, muy a su pesar y con el solo objeto de conservar el piso de protección oficial que le han concedido al suegro, se mantiene alejado de la caseta 25 en la que Corcuera presenta su obra El garrote vil, para cuya redacción contó en su día con la dilatada experiencia en el manejo de la máquina con la que se ejecutaba la pena capital, desde que así lo dispuso el felón Fernando VII y que Francisco Franco había recuperado para bochorno y oprobio del pueblo hispano.

Mientras José Luis racanea, el jurista le pregunta a Amadeo: “¿Ha habido mucho trabajo este año?”, y este le responde con el escepticismo del personaje convencido de que la raza degenera: “No, regular, aquel que se cargó a la mujer, a los hijos y a un guarda jurado. Era un simple”.

Finalmente, José Luis se acerca e inmediatamente expone sus dudas y escrúpulos morales para ejercer de verdugo. Corcuera intenta disipar sus vacilaciones: “¿Por qué se niega a seguir la tradición si es cuestión de dinastías? En Francia, en Inglaterra, el puesto ha pasado de padres a hijos y de hijos a nietos”. El presunto aspirante rebate con un hilo de voz: “Es que yo soy el yerno. No soy de la dinastía”.

El autor continúa su alegato: “Usted puede hacer lo que quiera, pero la sociedad siempre necesitará de un ejecutor de la justicia, bien sea usted u otro”.

Dicen que dijo Mark Twain que: “… la historia no se repite, pero rima”, y en este tiempo en la que la sociedad se aproxima en tantos versos al absurdo esperpéntico de aquellos tan aparentemente lejanos años sesenta, y en el que una imponente legión se postula para el cargo de verdugo y ejecutor impío de la justicia/injusticia en redes sociales, el almario se me llena de evocaciones quevedianas (“… pues que de nieve están la cumbres llenas, la boca, de los años saqueada,/ la vista, enferma, en noche sepultada,/ y las potencias, de ejercicio ajenas”) y siento la Feria como aquella aledaña a la Casa de Fieras con José Luis escurriendo el bulto en la consulta de una voluminosa enciclopedia sobre la Historia de la civilización americana.

Y ya sumido en las brumas del fatalismo y la desesperanza, revivo las conversaciones con Antonio López Sierra, ejecutor del último garrote en la persona de Salvador Puig Antich, en varias tabernas de las calles Manuela Malasaña, Ruiz y Monteleón. Si la palabra verdugo se asomaba, aunque fuera de lejos, a la charla, Antonio reaccionaba furibundo y reivindicaba su papel de ejecutor de la justicia. Talmente como Corcuera.

(De izquierda a derecha, Vicente López Copete, Bernardo Sánchez Bascuñana y Antonio López Sierra, los tres ultimos verdugos españoles)

Parece que Luis García Berlanga también mantuvo con él largos paliques e indagatorias chácharas para dar forma al personaje de su película El verdugo. También lo hizo, de manera más formal, mi buena amiga Natalia Figueroa para la confección de uno de los capítulos de su magnífico libro Tipos de ahora mismo. Yo me acerqué al personaje mucho más tarde y tras el impacto brutal que me produjo Queridísimos verdugos, película documental de Basilio Martín Patino que, aunque rodada en 1970, solo pudo estrenarse en 1977, dos años después de la muerte del dictador, y en la que Antonio compartía reparto con sus entonces colegas y compañeros de profesión Vicente López Copete y Bernardo Sánchez Bascuñana.

En fin, creo que en este punto procede dejar a un lado y orillar a mi alter ego de abuelito Cebolleta, para volver al principio. Pues lo dicho, que he vuelto a firmar en la Feria del Libro del Paseo de Coches del Retiro con el título Eso no estaba en mi libro de la cocina española (discúlpeseme el atrevimiento, en razón de la edad, derivado del síndrome de Umbral) publicado por editorial Almuzara y que, aquí viene el meollo psicoanalítico de la cuestión, en cada caso tengo que hacer grandes esfuerzos para no dedicar los ejemplares como lo hacía el conspicuo Corcuera: “Al futuro verdugo, continuador de una tradición familiar”.

Finalmente reacciono y escribo lo de que “con mucho cariño y la esperanza de que encuentre en sus páginas goces, disfrutes y deleites”. Y luego, in continente, me calo el chapeo, requiero el boli, miro al soslayo y ya no hay más nada, pero vamos, que me quedo con las ganas.

Miguel Ángel Almodóvar

Sociólogo y comunicador. Investigador en el CSIC y el CIEMAT. Autor de 21 libros de historia, nutrición y gastronomía. Profesor de sociología en el Grado de Criminología.

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