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De plan en plan, y tiro porque me toca

jueves 04 de agosto de 2022, 08:31h

Nunca nadie mandó más en España con menor representación. A Pedro Sánchez había quién no le daba más de un año en Moncloa y ya ven, vamos para el tercero y, si dios o las circunstancias políticas no lo remedian, tenemos Sánchez hasta el final de la legislatura como mínimo. El secreto para la permanencia no es tal: nada de remilgos ni problemas de conciencia; si hay que pactar con el diablo, se pacta; si hay que desdecirse, se hace -el ciudadano español tiene una memoria muy corta, y eso cuando la tiene-; no abandonar ni por equivocación la perenne vocación de poder y, por último, y como método adictivo para no perder el tiempo y que nada de todo lo anterior falle, recurrir preferentemente al real decreto–ley, que provoca menos dolores de cabeza y así la oposición se aburre o se adormila.

No, no hablamos metafóricamente, sino con los números en la mano. El gobierno Sánchez ha recurrido al decreto-ley en casi 150 ocasiones desde que tomó posesión a finales de 2019. Y no hablamos de temas menores porque esa fórmula, legal, aunque teóricamente extraordinaria, evita al gobierno la tramitación normal de la norma en el parlamento (ponencia, comisión, pleno…), y le basta con el espaldarazo o convalidación del mismo a través de una sola votación en el pleno.

Solo en lo que llevamos de año son ya 14 los publicados. El último, el plan de «medidas de ahorro, eficiencia energética y de reducción de la dependencia energética del gas natural». Dos días antes, Teresa Ribera, vicepresidenta 3ª, montaba en cólera y se negaba a adoptar medida alguna en este sentido por mucho que lo aconsejara Bruselas. Pero, contradicciones aparte que ese es un cuento que ya nos sabemos, lo peor del real-decreto es su previsible ineficacia e ineficiencia. Aborda la limitación de la temperatura en verano y en invierno, de dependencias públicas, cines, grandes almacenes, restaurantes y bares, etc.; el apagón de escaparates e iluminación de monumentos desde las 10 de la noche, y parches de esta naturaleza…

Vamos, que, de no rectificar pronto, de mantenerla y no enmendarla –como ya le han pedido varias comunidades autónomas, entre otras las de Madrid y el País Vasco-, este será el puntillazo que le faltaba a la economía española, fuertemente dependiente de los servicios turísticos y del comercio. Incluso, una hipotética traslación del real decreto al Tribunal Constitucional, como parece que va a hacer la Comunidad de Madrid, no solucionaría absolutamente nada, ni siquiera declarando su posible inconstitucionalidad, porque para entonces ya serán miles las empresas que se verán abocadas a cerrar sus puertas, y docenas o cientos de miles los trabajadores que se quedarán sin trabajo.

Lo mismo que sucedió con la declaración del Estado de Alarma, meses después calificada como inconstitucional por el TC, cuya resolución de nada valió a la sociedad ni al ciudadano español porque tuvieron que sufrir las duras restricciones de las libertades públicas y privadas durante meses, con las consecuencias políticas (allí comenzó a gestarse la muerte de Montesquieu en nuestro ordenamiento jurídico, ya a punto de consumarse), y de orden personal con el florecimiento de depresiones y ansiedades que aún no hemos acabado de quitarnos de encima.

Aquí se impone siempre la ley del ordeno y mando –eso sí, sin dejar de citar y recurrir siempre a la democracia, porque la nuestra es la verdadera democracia….-, al tiempo que el gobierno se muestra remiso a abordar el que, sin duda alguna, es el problema de fondo: si el gas y la electricidad que tenemos que adquirir en el mercado internacional cada vez van a ser más caros, ¿cuál es el camino a recorrer para reducir y hasta evitar esa dependencia externa?, ¿el de reactivar y promover nuevas centrales nucleares?, ¿volver otra vez a las minas de carbón? Lo evidente es que las energías renovables, que es la apuesta mantra de este gobierno, no va a ser suficiente durante decenios porque aún no es posible almacenar el exceso de energía generada. Pero, estando, así las cosas, de eso no se habla porque parece que el sambenito del cambio climático y la transición ecológica nos van a venir a salvar en cualquier momento de la malvada Rusia, de los bancos y de las eléctricas que, como todo el mundo sabe, tienen siempre la culpa de todo.

Y, entretanto, por un lado, vamos a seguir subiendo los impuestos, y por otro a tener al pueblo anestesiado y contento, así es que démosle gratis la posibilidad de viajar en tren de cercanías y de media distancia durante unos meses para que puedan aprovechar sus fines de semana y viajar al chalet o a visitar a los amigos. Después ya se nos ocurrirán otras ideas tan brillantes y adormecedoras como estas. O como esa de dar a los más jóvenes 400 € adicionales para que consuman nuestra ‘cultura’, de la que por supuesto está excluida la bárbara fiesta de los toros.

No sé si es que el gobierno nos toma por imbéciles o es que demostramos que lo somos, aunque todavía no sea legalmente, por supuesto a través de un nuevo real decreto-ley.

José-Miguel Vila

Columnista y crítico teatral

Periodista desde hace más de 4 décadas, ensayista y crítico de Artes Escénicas, José-Miguel Vila ha trabajado en todas las áreas de la comunicación (prensa, agencias, radio, TV y direcciones de comunicación). Es autor de Con otra mirada (2003), Mujeres del mundo (2005), Prostitución: Vidas quebradas (2008), Dios, ahora (2010), Modas infames (2013), Ucrania frente a Putin (2015), Teatro a ciegas (2017), Cuarenta años de cultura en la España democrática 1977/2017 (2017), Del Rey abajo, cualquiera (2018), En primera fila (2020), Antología de soledades (2022), Putin contra Ucrania y Occidente (2022), Sanchismo, mentiras e ingeniería social (2022), y Territorios escénicos (2023)

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