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Wagner y anti Wagner

Wagner y anti Wagner

jueves 17 de enero de 2008, 00:07h
La designación de Allan Wagner como agente peruano ante la Corte Internacional de Justicia (CIJ), fue una movida óptima de Alan García. Algún nacionalista limeño lo objetó por ser demasiado “prochileno”, pero rápido llegó nuestro antídoto. Aquí lo mentaron como modelo de antichilenidad.

El real mérito de la designación de Wagner está en la simbiosis de su currículo con la estrategia político-diplomática-jurídica de Torre Tagle. Entre 1978 y 1979 fue un caballeroso y baleado diplomático en nuestro país. De vuelta a Lima conoció las inquietudes de la Marina peruana y los estudios del embajador Juan Miguel Bákula sobre la frontera marítima con Chile.

En 1986 vino como canciller de García, con Bákula como asesor, para plantear una negociación “equitativa” sobre esa frontera. Retomó el tema como canciller de Alejandro Toledo, a comienzos del milenio y lo mismo hizo, hasta hace un mes, como Ministro de Defensa y colega del canciller José A. García Belaúnde.

Tal currículo muestra, de refilón, que la estrategia peruana tiene varias décadas de pulimiento. Su objetivo fue revisar los compromisos de todos los gobiernos y comisiones técnicas que, desde 1952, aprobaron tratados sobre frontera marítima con Chile, omitiendo la superposición de proyecciones y levantando faros de enfilamiento en la línea del paralelo del Hito 1.

Presunto detonante fue “el abrazo de Charaña”, en 1975. De ahí pudo surgir la percepción de que, reivindicando parte del océano, el Perú zafaría de un aspecto incómodo del Tratado de 1929: dar o negar la aprobación a Chile, para que Bolivia salga al Pacífico por territorio ex peruano.

Tal estrategia partió orientada hacia la negociación y, en su defecto, la demanda ante la CIJ. Su puesta en marcha implicó negar la existencia de tratados específicos de frontera marítima, asumir los principios de la Convención del Mar (aunque el Perú no sea parte) y contratar a los mejores especialistas internacionales en controversias limítrofes. Todo esto con un gran manejo de los tiempos, hasta con retrocesos tácticos, para que la CIJ se identificara con la solución y no con la creación de un conflicto.

De paso, esa estrategia se benefició con la alta inversión chilena en el Perú (los conflictos desmadrados espantan a los empresarios) y las enseñanzas del Beagle. Sobre este caso, los estudiosos observaron dos cosas: la vinculación que hizo Argentina entre CIJ y casus belli y la flexibilidad que exhibió Pinochet en materia de delimitaciones marítimas, incluso asumiendo la tesis de la equidistancia.

Queda claro, entonces, lo inútil de levantar un “antiWagner”. El agente peruano está donde está porque fue actor relevante de una estrategia compleja y de plazo largo. Aquí no tenemos un actor equivalente, pues ni siquiera conocemos la importante obra gruesa de Bákula y, en vez de contraestrategia, tuvimos tácticas defensivas y una sobrerreacción episódica en 2005.

Por eso, el Perú ganó el primer tiempo al implantar la “solución CIJ” sin crear un casus belli. Entenderlo significa que, para empatar en el segundo tiempo, necesitamos una estrategia integral de emergencia. De no hacerlo, volveremos a enfrentar el riesgo de hacer de la carencia virtud. Es decir, querer creer que bastará con soltar bravatas y sintonizar a nuestros abogados, para convencer a la CIJ.

Cumpliendo nuestro antipático rol de siempre, los aguafiestas advertimos contra esa autocomplacencia. En este momento los chilenos debemos asumir el mundo real y las tres cosas que en él no existen: el Derecho Internacional Absoluto, el Tratado Invulnerable y los jueces obligados a darnos toda la razón.

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José Rodríguez Elizondo
Diplomático, periodista y profesor

(Este artículo se publicó en La Tercera)
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