El mundo actual, y todos los que habitamos en él, estamos conscientes, ahora más que nunca, de que estamos rodeados de incertidumbres, que no solamente se encuentran fuera de nosotros, sino que las sentimos reflejadas en nuestro interior y que se manifiestan a la hora de tomar decisiones, hacer uso de alternativas, definirnos por una u otra opción que aparece en nuestro panorama.
Y es precisamente en este mundo, que se viene hablando en forma repetitiva de la globalización, término que en ciertos sectores es rechazado. Por ello a veces se prefiere hablar de mundialización, sobre todo en el ámbito europeo.
Pero, frente al avance de los conceptos de globalización que parecerían querer uniformizarlo todo, que no dejarían opción para las diferencias, para los reconocimientos locales, para la pervivencia de las identidades, que se manifiestan a través de múltiples haceres como la gastronomía, la forma de vestir, los hábitos y las costumbres, surge un nuevo concepto, que va ganando adeptos.
Tanto como frente a las fast food o comidas rápidas, se abren camino los lugares y los conceptos de la slow food o comida lenta, tanto de cocción como de velocidad de consumo, este nuevo concepto al que quiero hacer referencia es el de lo "glocal".
Entendemos como “glocal”, aquello que frente a la uniformización, a lo extenso en cuanto a fronteras, privilegia lo local, los hábitos, las formas de ser, las concepciones del mundo y del entorno, que se tienen desde lo propio, desde el pueblo en el que se vive, desde el barrio en el que se desarrollan las actividades, desde las perspectivas que nos han sido inculcadas en el ámbito familiar, escolar, etc.
Claro que debemos tener en cuenta que hablar de “glocal” significa mucho más que esa visión que podría calificarse como de limitada, porque nos anima a compartir desde lo propio, y preservando nuestras identidades, lo que ocurre en el mundo, en esa aldea global de la que nos hablaba MacLuhan, y que de alguna forma aparece como el signo de nuestros tiempos.
Lo “glocal” marca entonces una especie de simbiosis entre lo local y lo global. No son criterios contrapuestos, ya que la óptica global persiste en esa mirada glocal. Más bien tendríamos que pensar en el respeto de lo propio, sin dejar de ver lo macro.
Hay que tomar las singularidades como válidas, sin despreciar lo que en otros lugares se hace, de lo contrario, podríamos caer en una especie de chauvinismos exagerados, que podrían dar lugar a discriminaciones y pugnas.
Nos quedamos con el término y el concepto de glocal, es un enriquecimiento que hará que el mundo pueda vivir más en paz, que nos proporcione las certezas y los asideros de nuestro entorno, teniendo también la amplia visión que el planeta en su conjunto nos ofrece.
* Artículo tomado del Diario La Hora de Quito
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