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De nuevo Lincoln

De nuevo Lincoln

viernes 15 de febrero de 2008, 01:45h

Estamos a un año del bicentenario de Abraham Lincoln, nacido en febrero de 1809. Tal vez esa haya sido la razón de consagrar el mes de febrero como el mes de la dignidad negra, porque fue Lincoln el libertador de los esclavos y el que unificó a esta nación “sin odios para nadie y con caridad para todos”.

Lincoln renace cada febrero. Lo hace revivir la lectura de sus discursos magníficos, llenos de bíblica sabiduría. Lo hacen revivir sus cartas ejemplares, modelos de dicción y de gracia. Lincoln renace al conjuro del recuerdo que provocan sus nobles acciones, como de gigante bondadoso de cuentos infantiles.

Los pensamientos de Lincoln poseen fuerza irresistible. Son dechados de sagacidad y fineza, de chispa que ilumina y prende. Responden a una mentalidad aguzada por la dureza del mundo, con vigor suficiente para sobresalir y vencer.

El triunfo político de Lincoln en 1860 debe considerarse como un hecho providencial en la historia de los Estados Unidos. Vino a resolver como nadie lo habría hecho en aquellos años, el grave problema de la esclavitud. Procedió con esa mezcla de inteligencia y serenidad, de convicción y de paciencia, que permitieron, en medio del horror de una guerra exterminadora, la vuelta a la unión nacional y al progreso en paz.

Los días que corren son días difíciles y peligrosos. Porque hay nuevas corrientes de enemigos de la libertad que atentan contra la paz y la democracia, y quieren trastornar el orden establecido y conservado a lo largo y lo ancho de esta nación.

El panorama que ofrece la prensa en estos días es una mezcla de hechos aterradores en todo el planeta, que incluye masacres y secuestros por grupos organizados de terroristas de la peor calaña, además de catástrofes naturales que se llevan de encuentro miles y miles de seres humanos.

Los Estados Unidos, donde no faltan episodios trágicos aquí y allá, siguen siendo, pese a ello, el país de la esperanza, el refugio final para millones de gentes que huyen de la opresión y la miseria, y rehacen aquí sus vidas y logran superar su pasado e incorporarse a los que triunfan y vencen.

El ejemplo de Lincoln se hace más patente cada día, al observar el desarrollo de la sociedad civil y advertir las altas y bajas de esta gigantesca comunidad nacional.

“Nunca he tenido un pensamiento de orden político – expresó Lincoln en cierta ocasión – que no brote de los sentimientos consagrados en la Declaración de Independencia”.

Aquella raíz netamente jeffersoniana, afincada en el subsuelo del ideario nacional, le dio ancha base para su recio crecimiento y fecunda madurez. Asomó al gran mundo oficial lleno de modestia provinciana. Se burlaron de él los que no concebían en la Presidencia a un hombre de su tosca apariencia. Hasta su propio partido lo creyó, en determinado momento, incapaz para el cargo y menos para la reelección,

Pero el leñador de Kentucky era superior a todos sus adversarios y poseía el temple que sólo da la vida esforzada, en contacto con los humildes. Venía de una región en la que tuvo que abrirse paso a zancadas – altísimo como era – y a golpes de hacha. No tenía el refinamiento cortesano que dan los ambientes diplomáticos, pero le sobrara señorío para conquistar a los más encumbrados personajes.

Pero aquel hombre que rompió la tradición, sin antecedentes de glorias militares ni apellidos patricios, sin caciques protectores y sin compromisos de fortuna, hizo desde el poder tanto o más que sus antecesores. Y lo hizo dentro de aquella modestia y discreción que le ganaron, tal vez como a nadie en la historia de los Estados Unidos, los laureles de la grandeza. ...

Guillermo Cabrera Leiva

 

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