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¿Cómo llegar a Papa, ganar un Oscar o alcanzar la presidencia?

¿Cómo llegar a Papa, ganar un Oscar o alcanzar la presidencia?

jueves 21 de febrero de 2008, 00:27h
Las primarias estadounidenses no están hechas para seleccionar al mejor candidato, o al potencialmente mejor presidente, sino al que tiene o colecta más recursos económicos

 

El New York Times propone que Hillary y McCain sean los candidatos que lleguen vivos a la meta. Pudiera surgir una sorpresa, pero si son ellos no es una mala alternativa. Ambos son inteligentes, moderados y tienen experiencia. Los dos, además, son prudentes y ésa es la virtud esencial de un buen estadista. Los aventureros y los ingenieros sociales son demasiado peligrosos. Acaban destruyéndolo todo mientras desprecian a sus semejantes por no haber sido capaces de ejecutar sus planes maravillosos. Lo que parece un poco disparatada es la forma norteamericana de elegir a sus líderes.

Las primarias estadounidenses no están hechas para seleccionar al mejor candidato, o al potencialmente mejor presidente, sino al que tiene o colecta más recursos económicos, al que cuenta con mejor organización electoral, estrategas más astutos, o quien golpea con mayor contundencia al compañero de partido. Los debates tampoco resultan muy persuasivos. Son demasiado rígidos y no dejan tiempo para la argumentación. Se tiene la sensación de que estamos ante un show que ''gana'' el que mejor actúa. En todo caso, la tarea fundamental de un jefe de Estado o de gobierno no suele ser la exposición brillante, sino la selección de la opción mejor o menos mala ante los diversos conflictos o causas de acción que se presentan. Una habilidad que es muy difícil descubrir en medio de una montaña de lemas, consignas y palabras huecas.

No hay, naturalmente, un modo perfecto de seleccionar a los candidatos idóneos, pero algunos especialistas se inclinan por una especie de híbrido entre el colegio cardenalicio que elige al Papa y la Academia de Hollywood que selecciona a las mejores películas o actores para otorgarles los Oscar. En ambos casos, quienes escogen son especialistas, y el proceso de selección consiste en ir descartando progresivamente a los que menos sufragios alcanzan en votaciones sucesivas.

Veámoslo en la práctica. El partido VERDE, que tiene un millón de afiliados, contempla en sus estatutos la creación de dos extensos comités electorales. Uno de ellos va a seleccionar a quiénes serán los candidatos que competirán por las nominaciones, mientras el otro decidirá quién es el que, finalmente, deberá representar al partido. ¿Por qué dos comités diferentes? Obvio: para limitar la capacidad de manipulación de los líderes. La defensa de los derechos individuales, que debe ser el objetivo de la organización de la sociedad, consiste en eso: fragmentar la autoridad de quienes detentan el poder.

¿Quiénes forman esos comités? Literalmente, miles de personas escogidas por votación dentro del partido. Pongámosles números. El partido elige al Comité de Selección, compuesto por 300 personas, que recibe 100 nominaciones. El Comité establece 9 votaciones consecutivas y en cada una de ellas va eliminando al 10% menos favorecido. Al final, quedan diez candidatos. En ese punto entra en juego el otro comité, que volverá a repartir el proceso, pero ahora con sólo diez finalistas que se irán eliminando uno a uno en las nueve votaciones secretas y consecutivas, hasta elegir al candidato oficial. ¿Quién será? Sin dudas, el que menos rechazo provoca en el grupo. El que mayor grado de consenso genera. Sus compañeros de partido lo han elegido porque conocen sus credenciales, no porque es el más rico ni porque tiene más habilidad para recaudar fondos o porque es más ingenioso en los debates.

Un procedimiento de esta naturaleza, aunque en modo alguno garantiza la selección del mejor candidato, limita (nunca impide) tres males muy peligrosos:

Los compromisos malsanos entre los intereses económicos y los políticos.
Los agravios entre los distintos aspirantes, que tanto afectan la convivencia dentro del partido. 

La sensación de haber sido víctima de una injusticia a quienes no son favorecidos.
La democracia es, en esencia, un método para tomar decisiones colectivas racionalmente legitimadas, pero la forma es tan importante como el contenido. Cuando la forma es deficiente, los partidos se rompen y desacreditan. Y eso, como se sabe, no es bueno para nadie.

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