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Ridículo y anarquía

Ridículo y anarquía

viernes 07 de marzo de 2008, 04:59h
Para representar el papel del gran líder iracundo, que amenaza al enemigo con terribles acciones, hay que tener capacidad para respaldar las palabras con hechos. Si la actuación teatral no tiene asidero en la realidad, el colectivo se percatará de ello: los simpatizantes perderán la confianza en el líder y los detractores verán confirmadas sus apreciaciones

 

La política tiene mucho de teatro. Los políticos tratan de producir resultados, y como actores teatrales. Por ello, puede decirse que un buen político es una persona de acción y representación.

Si el político actúa correctamente dirigiendo su equipo de trabajo, asignando recursos, supervisando y controlando su gestión, será recordado como un buen gerente público. No más. Si se embarca en grandes gestas, con un eficaz equipo de colaboradores, y, al mismo tiempo, mediante una inteligente actuación teatral, logra entusiasmar a un inmenso colectivo humano, probablemente obtendrá notables resultados y será recordado como un político extraordinario. Pero si, sin tener nada en la bola (colaboradores efectivos, genio, y capacidad de inspirar) se lanza a realizar grandiosas gestas, con poses, gestos o palabras, a la Julio César o a la Napoleón, probablemente fracasará y el ridículo será su corona.

Para representar el papel del gran líder iracundo, que amenaza al enemigo con terribles acciones, hay que tener capacidad para respaldar las palabras con hechos. Si la actuación teatral no tiene asidero en la realidad, el colectivo se percatará de ello: los simpatizantes perderán la confianza en el líder y los detractores verán confirmadas sus apreciaciones. Cuando ello le ocurre a un político se le hace tremendamente difícil gobernar, porque para gobernar hay que contar con un mínimo de credibilidad, en la cual se fundamenta el respeto de los ciudadanos.

El fenómeno de la ridiculez política podría constituir la piedra angular de una gran crisis política en nuestro país. Desde hace meses se observan señales de anarquía en los movimientos y grupos que han respaldado al régimen. Atentados contra líderes de esos grupos, enfrentamientos en el partido de gobierno cuando éste todavía no existe, separación de Podemos del gobierno, graves acusaciones de corrupción y otros actos delictivos entre la misma gente que nos gobierna, rebeldía de gobernadores contra Miraflores, insubordinación contra lineamientos dictados por el propio Presidente. A todo ello se suma algo más grave: la actuación autónoma por parte de sectores radicales que hasta hace poco apoyaban incondicionalmente al Gobierno, convencidos de que éste ha traicionado los ideales de la revolución, ha perdido el rumbo y también el apoyo popular.

Hechos como el acto terrorista contra Fedecámaras, la toma del Palacio Arzobispal, constituyen evidencias visibles de que la anarquía está cundiendo en quienes han apoyado la revolución bolivariana. Si a ello sumamos los rumores sobre la renuencia –por usar un término prudente– de amplios sectores militares a seguir órdenes de guerra contra Colombia, el panorama político institucional luce muy preocupante.

Si se observa una creciente anarquía es porque el vacío de poder es cada vez mayor. La anarquía se caracteriza, entre otras cosas, por la fragmentación del poder y la ineficacia de las normas antes compartidas por todos. Ambas cosas están ocurriendo; en parte por diseño, como en el caso de los innumerables consejos comunales que minan las viejas estructuras sin reemplazarlas por algo medianamente eficaz y controlable; en parte, por desgaste del liderazgo incapaz de cumplir sus promesas.

Unas cuantas personas de la oposición o de la disidencia chavista se alegrarán por la profundización de la anarquía y el vacío de poder, potenciados con el ridículo espectáculo político que estamos presenciando. Sin embargo, no podemos reírnos de lo que está pasando. Ese espectáculo constituye un drama del cual no podemos escapar.

No somos meros espectadores.

No hay escape, todos viviremos el drama de la anarquía y el vacío de poder. Y todos tendremos que actuar para ser efectivos y transformar el espectáculo.

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