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El país dividido… ¿por quién?

lunes 15 de enero de 2007, 09:06h

Hay un momento sublime en “Tempestad sobre Washington” –aquella gran película sobre la corrupción política–, cuando el espectador llega a temer que, por una suma de presiones, coacciones, ambiciones y miedos personales, un hombre desleal y mentiroso pueda ser ratificado como Secretario de Estado. Es el momento en que toma la palabra un hombre inteligente y honrado, el muy conservador senador por Carolina del Sur –una de las más brillantes interpretaciones de Charles Laughton–, decidido a evitar esa indignidad a América. Su demoledor alegato contra la candidatura concluye con esa capacidad, tan americana, de decir con sencillez las cosas de verdad importantes. Explica el senador por Carolina del Sur que no se opone al candidato por sus diferencias de opinión, ni siquiera por sus ideas políticas de las que discrepa, sino porque “es un hombre malo, que divide al país”.

No podían tener más éxito los terroristas. España está de nuevo partida en dos, sin duda. Pero la cuestión no es el hecho mismo, terrible y proclamado por todos, sino dar respuesta a la pregunta de fondo: ¿quién ha dividido el país y resucitado los modos más inclementes de nuestra peor historia? Por supuesto, el catalizador es ETA, pero ETA lleva medio siglo haciendo su trabajo de odio y crimen y sin embargo, España, que había encontrado la unidad democrática en 1978, mediante la reconciliación nacional y la transición, fue hasta 2004 un país democráticamente plural y unido, sin que la legítima contienda política se hiciera división incivil como en los malos tiempos del pasado.

Ni siquiera fue posible el acuerdo de las fuerzas políticas democráticas para la manifestación del sábado en Madrid. Lo de menos es la reiterada, impresentable y hueca polémica sobre el número de asistentes, o su comparación con otras anteriores y con las que sin duda seguirán. ¿Qué más da cuántos estuvieran, si faltaba media España? Lo importante es que el Gobierno del Estado antepuso la obsesiva decisión de expulsar al PP del concierto de fuerzas democráticas a la necesaria unidad contra el terrorismo. Es posible que falte astucia política en la actual dirección del centroderecha o que, como editorializaba EL MUNDO, “la falta de cintura del PP” sea un balón de oxígeno para Zapatero. Pero hay ocasiones en que la astucia política puede chocar con la dignidad, y ésta era probablemente una de ellas.

¿Rompía el PP la unidad democrática contra el terrorismo al no asistir a las manifestaciones? ¿O lo hacía el Gobierno levantando niebla para ocultar la realidad de que ETA se ha burlado del sueño de la razón de Zapatero? Niebla, para negarse a asumir que el “proceso” nunca existió fuera de la propaganda, porque el diálogo político con ETA, además de inmoral, es imposible en el marco de la Constitución, como los propios terroristas, más sinceros esta vez que Zapatero, no han tenido pudor en proclamar de manera expresa.

Es indecente jugar con disfraces semánticos para eludir la verdad de lo sucedido en la ya tristemente famosa T4 de Barajas. El primer lema de la manifestación en Madrid era toda una apología de la obviedad: “Por la paz y contra el terrorismo”. ¿Pero y ETA? ¿Es que fueron unos terroristas abstractos? ¿Es que a los promotores les da miedo la verdad? Ante la evidencia de una bajada de pantalones tan ostensible, hubo modificación del lema: “Por la paz, la vida, la libertad y contra el terrorismo”. ¡Qué menos!Pero de citar por su nombre a los asesinos, ni soñarlo, no vaya a ser que se molesten.

La polisemia alcanzaba niveles de máxima indignidad y burla a las víctimas de ETA en la pancarta de la manifestación de Bilbao: “Por la paz y el diálogo”. Después, ante la evidencia de que era un lema a favor de seguir negociando con ETA, se añadió una coletilla asombrosa: “Exigimos a ETA el fin de la violencia”. Obsérvese el fino detalle de que Ibarretxe no pide el fin de ETA, sino que ETA ponga fin a la violencia, quizá para evitarse la incomodidad estética de que la mesa de diálogo esté manchada de sangre y cubierta de pistolas. Algo es algo…Excesivo por cierto para la izquierda abertzale vasca, que se apresuró a desmarcarse de la manifestación, no vaya a ser que la exigencia sea una excusa para excluirles, contra lo prometido, de las elecciones de mayo.

¿Esto es lo que debiera aceptar el PP, representante político de más del cuarenta por ciento de los españoles, para no quedar fuera de tan peculiar acuerdo de fuerzas políticas? No. Es más probablemente una manera de expulsar al PP, y por tanto, a más del cuarenta por ciento de los españoles, del terreno de juego. ¿Quién ha dividido el país? ¿Quién ha vuelto a partir España en dos?

Los hechos y la verdad son extraordinariamente tercos. Es un hecho que ETA estaba contra las cuerdas, prácticamente desarticulada por la eficaz acción judicial y policial y por el bloque político democrático del Pacto por las Libertades y contra el Terrorismo, hace menos de tres años. Es un hecho que ETA vuelve a tener oxígeno político, que se está rearmando, que ha recompuesto comandos operativos, que ha vuelto a matar y que ha vuelto a proclamarse interlocutor político imprescindible.

Es un hecho político relevante que ETA ha definido pública y expresamente el llamado “proceso” como un camino hacia “la resolución del conflicto nacional entre Euskal Herría y el Estado español”, y ha definido también los mínimos para esa resolución. Y que esos mínimos –el derecho a la autodeterminación y el derecho a la “unidad territorial”, esto es, a la anexión de Navarra– son incompatibles con la Constitución, con la Historia y con la decencia política. Son nazismo puro y duro, nacionalsocialismo racista y expansionista.

No es un hecho, sino una valoración que probablemente comparten millones de españoles, que mantener abierto un diálogo político con ETA –que no otra cosa significa eludir la condena nominal y específica a ETA en los lemas de las manifestaciones– tiene feos perfiles para la dignidad del Estado. ¿Podían los dirigentes del PP, en aras de una “cintura política” oportunista, de una mera y seguramente astuta estrategia electoral, asumir el triste papel de convidados de piedra que se les ofrecía?

Pero importa subrayar que no es el PSOE, esto es, los socialistas democráticos, sino Rodríguez Zapatero. El gesto y la expresión corporal no son impunes. Los de la vicepresidenta Fernández de la Vega y el ministro Pérez Rubalcaba eran, el viernes, de una expresividad que hubiera hecho las delicias del Actor’s Studio. Políticos de calidad y nivel, como ambos lo son, no pueden hacer otra cosa que lo que hacen, en función de la lealtad política debida, pero trasmiten la impresión, al espectador atento, de que son conscientes del terrible horizonte de la deriva.

Llegados a este punto, y para evitar confusiones, conviene decir que en esta historia de ETA el PSOE tiene poco de que avergonzarse. Durante toda la larga etapa de gobierno de Felipe González –un hombre de Estado–, se combatió a ETA con la misma firmeza que se puso en defender la unidad y cohesión del país. Personas concretas cometieron errores graves e incluso actos deshonestos y delictivos, es cierto. En aquel tiempo, determinadas personas estuvieron o no en su lugar, pero el presidente del Gobierno sin duda estuvo en su sitio. Jamás buscó la comodidad de ceder ante el terrorismo ni a la desvertebración territorial del Estado a cambio de indignos apoyos para mantenerse en el poder. Con toda evidencia, Zapatero no es González. Lo que ahora sucede, esto es, la resurrección de ETA con mayor fuerza política que hace más de una década– tiene responsables con nombres y apellidos. Desviar culpas hacia Patxi López, es una broma.

El país está dividido. Nunca antes desde la transición, incluso en medio de terribles batallas políticas, estuvo dividido el país. No estamos en mal camino, sino en el peor de los caminos posibles. Es probable que estemos ante una de esas situaciones en las que no es posible el ejercicio de cintura para el entendimiento porque faltan al otro lado dos condiciones inexcusables, que son la lealtad y la veracidad.

Y sin embargo, precisamente porque la división del país es el éxito de ETA, algo habrá de hacerse para salir de esta espiral de desencuentro democrático. Si Zapatero sigue encastillado en su voluntad de expulsar al PP de cualquier consenso, como vía para asfixiar el centrismo y enterrar la transición que al parecer tanto detesta, no cabe duda que el retorno de ETA al centro del escenario político le ayudará mucho para emprender ese camino. Cosa distinta, es a dónde –a qué infierno– nos conducirá a todos.

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