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El sueño de la gran coalición

El sueño de la gran coalición

lunes 31 de marzo de 2008, 23:55h
El resultado de las pasadas elecciones generales podría hacer soñar a los electores que una gran coalición fuese posible, a la manera que lee fue posible a la señora Merkel, a pesar de la estructura federal de Alemania. No creo que la recién designada portavoz señora Soraya Sáenz de Santamaría pueda favorecer  un estilo de concordia como el de la señora Merkel. ¿Por qué aquí no es posible, con un 93 por cien de los escaños del Congreso concentrados en torno a dos partidos de proyección nacional o si se quiere, en el lenguaje al uso, estatal y constitucional?. No es por falta de voluntad de los electores que, probablemente, se sentirían mucho más tranquilos con un gobierno fuerte, capaz de dar una respuesta conjunta a los desafíos que anuncia la naciente legislatura.

El problema es esencialmente personal y no proviene de las grandes distancias ideológicas entre el PSOE y el PP, ni de la dureza de la confrontación parlamentaria o la crispación del lenguaje. La incapacidad de la cúspide política para interpretar el mensaje de los electores proviene de algo tan inaudito, como es la discutiblidad del principio básico de nación por parte del presidente Rodríguez Zapatero, lo que le hace dar primacía a nivel de contactos a una minoría separatista antes que a una gran oposición constitucionalista. De ahí la dificultad por poner el interés nacional por encima en los asuntos de estado sobre los intereses partidistas. El interés general estaba sin duda en la intuición de esa gran mayoría de votantes del esquema bipartidista con mensaje inconfundible pero a la vez estaba la envenenada tentación de lograr una precaria mayoría apoyándose en el voto residual de los partidos locales, cuya tendencia a la baja es evidente, así como en la catástrofe de aquellas minorías de signo anticonstitucional que buscaron acomodo en la estética republicana. Da la impresión de que se preferiría ir a pactos puntuales para resolver cuestiones concretas antes que asumir una clara conciencia del interés común de los españoles. Por eso la gran coalición es, hoy, una utopía.

El problema está en que, demostrada una cierta inercia o lealtad irracional de parte considerable del electorado se hace difícil que la sensibilidad popular comprenda la relación de causa-efecto que pueda hacer cambiar notablemente la situación. Por ello las circunstancias pueden prolongarse indefinidamente, con oscilaciones suficientes para modificar las mayorías relativas pero insuficientes para definir un gobierno central sin hipotecas. O se llega a un acuerdo conjunto para fortalecer las instituciones nacionales o estamos condenados a que siga una falsa apariencia de poder con personas capaces de comprar adhesiones minoritarias a golpe de concesiones políticas y económicas. Pero, como no hay mal que cien años dure, yo me permito creer que, algún día, la gran coalición dejará de ser solo un sueño de los votantes y se convertirá en una demanda del instinto de supervivencia del pueblo español para seguir insistiendo como tal.
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