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Agua(s)

jueves 03 de abril de 2008, 07:52h

José Montilla, presidente de la Generalitat de Catalunya y Artur Mas, el líder de CiU, se entrevistan mañana para hablar de la sequía, tras el cerrojazo que el Gobierno central en funciones le ha dado al minitrasvase entre el Segre y el Llobregat. Y convendría que ambos, sensatamente, se olvidaran de los reproches mutuos y del intento de pasarse los tantos de culpa correspondientes.

Cataluña, y en concreto el área metropolitana de Barcelona (cinco de los siete millones de habitantes del Principado), tiene sus reservas hídricas bajo mínimos. Es un hecho empírico. Hace tres años que no llueve en cantidad suficiente como para mantener los embalses por encima del 38% de su capacidad. Nunca, desde 1948, se había vivido una situación semejante. Nunca, desde 1948, y hasta este otoño pasado, se había despilfarrado tanta agua no sólo en el consumo doméstico (un 2% del total), sino en usos turísticos, industriales y, en especial, en la agricultura. Y todo ello cuando, desde hace años, todas las alarmas señalaban que el agua empieza a ser un bien escaso, si es que alguna vez, partir del Jurásico, por lo que a la cuenca mediterránea española se refiere, llegó a ser abundante.   

Cinco millones de catalanes, en apenas doce meses, han tenido que apechugar con sistemáticos fallos en el suministro de electricidad y con el caos ferroviario de cercanías y su incidencia en las carreteras. Ahora, además, viene la sequía. ¿Quién dice, aparte de Rodríguez Zapatero, que España es ya la octava potencia económica del mundo? Si el botón de muestra es el área metropolitana de Barcelona resulta mejor y más sensato mantener el silencio de una losa sepulcral.

La Generalitat de Cataluña debe hacer frente a esta crisis, de la misma forma que la oposición de CiU (y, en esta materia, de Esquerra Republicana e Iniciativa per Catalunya). Y, en este caso, afrontar la crisis del agua representa tenérselas tiesas con el Gobierno central. Y, también, claro está, con la oposición del Partido Popular. El Plan Hidrológico Nacional que sacó el último gobierno de Aznar no es que fuera manifiestamente mejorable, sino que era un auténtico engendro. Pero, en esta legislatura pasada, el Gobierno de Rodríguez Zapatero no mereció ni un simple aprobado en infraestructuras, tanto de transportes y viarias, como de gestión del agua.

[Estrambote hídrico: Dejando de lado el ecofundamentalismo de boquilla, hay que empezar a pensar en la interconexión de las cuencas hidrológicas de España. Técnicamente es viable y presupuestariamente también. En cambio, el recurso a las plantas desaladoras de agua de mar, solución aceptable para comunidades humanas reducidas, carece de sentido en el caso de grandes áreas metropolitanas. No solamente resultan extraordinariamente caras (la del Llobregat, próxima a Barcelona, que debe entrar en funcionamiento a primeros de 2009, con 60 hectómetros cúbicos, casi cuadriplica el coste del trasvase del Segre), sino que además, crean problemas ecológicos añadidos por la eliminación de la salmuera resultante de la desalación. Esta salmuera se vierte directamente al mar, con el consiguiente aumento del índice de salinidad en aguas locales. Eso por no hablar de la baja calidad de las aguas del Mediterráneo, especialmente en las costas, donde se registran elevadas concentraciones de metales pesados que, en el mejor de los casos del proceso desalador, acaban volviendo al mar].
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