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Dos excelentes discursos

Dos excelentes discursos

miércoles 16 de abril de 2008, 12:12h
Ni siquiera ha concluido formalmente el acto de apertura de la IX Legislatura de las Cortes Generales, cuando el columnista no puede obviar, en un comentario de urgencia,  la excelente impresión de los discursos tanto del presidente del Congreso, José Bono Martínez (el primero en intervenir), como de Don Juan Carlos I, Rey constitucional de España.

Vayamos cronológicamente. Bono Martínez, contra todo pronóstico,  ha sabido construir, tanto en los contenidos como en las formas, una pieza oratoria de gran altura institucional. El presidente del Congreso, de forma medida y perceptiblemente culta (citas de André Gide, Fernando Pessoa y Constantinos Kavafis), ha ido al núcleo de los fundamentos de la democracia parlamentaria. Un viaje por la España de los últimos treinta años. Y ha sabido hacerlo sin artificios populistas, con claridad cartesiana, sabiendo transmitir su entusiasmo personal. No es momento de glosar todos y cada uno de los conceptos vertidos por Bono Martínez, pero aquí, el columnista se queda con uno que viene justo al pelo de la legislatura inaugurada: el contraponer a los profetas del dogma frente a los ingenieros del día a día. Los primeros de ellos no son de fiar. Los segundos, en cambio, son los más necesarios. Todos los ciudadanos haríamos bien en tomar nota de ello, siquiera para una mínima reflexión frente al guirigay político-mediático con el que, frecuentemente, nos desayunamos.

Curiosamente, el discurso de Don Juan Carlos descendió al terreno de lo concreto, de todo aquello que afecta –cuando no preocupa—a la vida de los ciudadanos: crecimiento económico, terrorismo, cohesión social y territorial, relaciones con la Unión Europea, política exterior, inmigración, etcétera. Como viene siendo la tónica en los últimos quince años, nada de lo que afecta a los ciudadanos le resulta ajeno al Rey. Y así lo ha manifestado en sus intervenciones públicas. Por su conocimiento del oficio, Don Juan Carlos ha conseguido que la vox Regis sea la misma que la vox pópuli. Su Majestad no andará muy sobrado de recursos oratorios, pero su olfato social es finísimo.

Hemos tenido, al modo de Baltasar Gracián (lo bueno, si breve, dos veces bueno), la oportunidad muy poco habitual de escuchar dos discursos excelentes, por el tono y por la forma. Pero tanto más excelentes por su contenido y porque ambos, además, son complementarios. 
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