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¡Ay de los 'principios'!, en política

miércoles 14 de mayo de 2008, 14:46h
El llamado “giro hacia el centro” de Rajoy y la tormenta que está generando dentro del principal partido de la oposición, invita a reflexionar. Exagerando un poco, podría decirse que es un enfrentamiento entre ‘fundamentalistas’ y ‘moderados’.

Si la política es el arte de lo posible, invocar demasiado los ‘principios’ puede ser lo más antipolítico. Porque los llamados ‘principios’ pueden no dejarnos ver la realidad, que es lo que trata de gestionar y transformar la política. La buena política.

En política hay ideales; es decir, objetivos hacia los que dirigirse. No hay dogmas. No es que todo sea relativo, pero no todo es posible, y menos de golpe y a cualquier precio. Los ideales son metas que se considera que hay que alcanzar para el bien de los ciudadanos en general. Llamarles ‘principios’  corre el riesgo de sacralizarlos, como si se tratara de una religión.

Un partido y sus líderes, si quieren moverse, como es lógico, en el campo de la política, más que ‘principios’ sacralizados, lo que necesitan son ideales -objetivos a largo y a corto plazo-  a alcanzar con las reglas propias del juego político y siempre dentro de un marco ético. Otra cosa, son utopías, deseos o planteamientos cerrados u obsesivos, que, por nobles y bien intencionados que puedan ser, les llevan al ostracismo o a no gobernar nunca. Y si llegan a gobernar, fácilmente derivan en sectarios y autoritarios, más servidores de sus ‘principios’ que del bien común.

Parece que el “giro hacia el centro” de Rajoy es necesario al Partido Popular, si no quiere seguir perdiendo elecciones. Esto no es convertir el partido en simple instrumento electoralista, sino instalarlo en la compleja realidad de las cosas. No es oportunismo, porque no renuncia a sus ideales, simplemente los desacraliza y adapta sus estrategias al juego político razonable.

No se trata de defender a Rajoy, ni de criticar a María San Gil  o Mayor Oreja, a los que se coloca en el ala dura del partido. No se trata de criticar a estas posturas, entre otras cosas, porque son legítimas y defendidas por personajes de acreditada categoría política y moral, que han liberados su batallas en la durísima experiencia de una situación vasca en que han peligrado sus vidas. Se trata, simplemente, de advertir que, con frecuencia, la Política en mayúsculas debe tomar alguna distancia del ardor de la primera línea del combate, en que la radicalización es fácil.

Probablemente Rajoy no esté acertando en el ritmo y los modos de su renovación. Y esto le está costando un precio alto; entre otras cosas, la pérdida de personajes que seguramente debió retener. Maria san Gil, que es todo un símbolo, constituye  hasta ahora el último episodio. Rajoy es un buen luchador parlamentario, pero le falta la habilidad -maneras y tono- que, como gallego, se le suponía.
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