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Y ahora, ¿quién podrá ayudarla?

jueves 15 de mayo de 2008, 04:34h

A finales de los años 70 y principios de los 80, quienes éramos niños en esos años y vivíamos en América Latina, veíamos un programa de televisión llamado “El Chapulín Colorado”. El Chapulín, personaje encarnado por el actor mexicano Roberto Gómez Bolaños, era un héroe cómico, que aparecía en escena cuando la damisela en peligro o el personaje en apuros decía: “Oh, y ahora, ¿quién podrá ayudarme?” Entonces el súper héroe, vestido de rojo y amarillo, con sus antenas de vinil y portando su chipote chillón, llegaba a rescatar a las víctimas de los malvados.

 

Hillary Clinton ha dicho hasta la saciedad que ella no es de las personas que se rinden y que seguirá en la carrera por la nominación demócrata hasta el próximo 3 de junio, cuando Puerto Rico, Montana y Dakota del Sur pongan punto final al proceso de primarias para elegir al nominado por el partido a la presidencia de Estados Unidos. Sin embargo, con todos los números en su contra –menos delegados ganados en las primarias, superdelegados que la abandonan día a día, una campaña en números rojos y llena de deudas-, y, para acabar de rematar, el significativo apoyo que John Edwards, el paladín de los pobres y probablemente el refuerzo más buscado por los dos contrincantes demócratas, le dio este miércoles a Barack Obama, Hillary debe estar preguntándose con un profundo suspiro, “Y ahora, ¿quién podrá ayudarme?”.

 

Un primer Chapulín apareció este martes en Virginia Occidental, dándole a Hillary una victoria contundente sobre Barack Obama, un triunfo que, por otra parte, era tan evidente que Obama ni siquiera se apareció por el estado en los últimos días. Los más de cuarenta puntos de diferencia con los que la senadora venció a su contrincante en este estado de mayoría blanca, trabajadores de clase media-baja y con una población importante de jubilados, ha animado a Hillary a reforzar su argumento de que ningún demócrata ha llegado a la Casa Blanca sin haber ganado Virginia Occidental. Un argumento emotivo e histórico, pero débil. Si Hillary quiere seguir con su campaña y utilizar la carta de Virginia Occidental, casi sería más realista profundizar en las dudas sobre la capacidad de su contrincante de llegar con sus perfectos discursos a la clase media blanca y trabajadora del país, una parte de la población que cualquiera debería tener de su lado con miras a las elecciones generales de noviembre. Pero Hillary sabe que, por el bien del partido, ya no puede atacar a Obama de forma agresiva. 

 

Por muy emotivos y sólidas que puedan parecen las razones de Hillary para convertirse en la próxima presidenta de Estados Unidos –experiencia en la Casa Blanca, la confianza depositada en ella por los estados más grandes del país-, la realidad es que el único Chapulín realista que puede ayudarla en estos momentos es el comité reglamentario del Partido Demócrata, que se reunirá el próximo 30 de mayo en Washington. Este grupo de demócratas que trabajó durante varios años para elaborar las reglas que regirían el proceso de primarias en estas elecciones, dará a Clinton, o a cualquiera que la represente, la oportunidad de exponer las razones por las que los delegados de Florida y Michigan deben ser incluidos en el conteo final para elegir al nominado, a pesar de que ambos estados fueron penalizados después de que adelantaron sus primarias contradiciendo el calendario aprobado previamente.

 

Hillary ganó en ambos estados y si bien desestimó la importancia que podían tener cuando el proceso de primarias no había empezado, ahora necesita esos delegados desesperadamente. Pero para exponer su caso ante los jueces del partido, tendrá que rearmar su estrategia y enviar a alguien que la represente con razones contundentes. Porque lo que los miembros de su campaña y ella misma han estado diciendo hasta el momento, no convencen. Argumentos como “la gente de Florida y Michigan merecen ser incluidos en este democrático proceso” u “Obama no incluyó sus papeletas en Michigan porque sabía que no tenía posibilidades de ganar”, son débiles y, en el caso de Obama sintiéndose subestimado en Michigan, faltan a la verdad.

 

Cuando a finales de mayo Hillary juegue su última carta, lo más probable es que el comité reglamentario del Partido Demócrata determine que las reglas son las reglas, saque su chipote chillón, de un golpe definitivo sobre la mesa, y en vez de salvarla, decida que los argumentos de la ex primera dama no son suficientes. Entonces Hillary tendrá que cumplir con lo que ha estado prometiendo cándidamente cuando se le enseña la foto de Barack Obama convertido en el nominado demócrata: ayudarlo a unificar el partido, primero, y luego a ganar las elecciones generales frente a John McCain. Ya habrá tiempo para llorar después.

 

 

 

 

 

 

 

 

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