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La hora de África

lunes 22 de enero de 2007, 12:55h
Esta semana ha echado a andar en Nairobi, Kenya, el VII Foro Social Mundial, contracumbre del Foro Económico Mundial que tiene lugar en Davos, Suiza, y que pretende hacer del continente africano el protagonista de la edición. Este acontecimiento nos brinda la ocasión de recordar y de aprender.

Recordar que África es el continente olvidado en cuanto a los procesos de desarrollo económico y social, y que comprender esto es imposible sin tener presentes sus raíces coloniales, su explotación humana y material y, a partir de los años 60 del siglo XX, su inserción marginal en la periferia del sistema económico mundial y su asimilación como proveedora de materias primas para mundo desarrollado. En este sentido resulta revelador que pese a sus 830 millones de habitantes, casi el 14 % de los 6.000 millones de habitantes globales, sólo corresponda a África el 2 % de las transacciones comerciales a nivel mundial.

No puede olvidarse, sin embargo, que parte importante de la responsabilidad de la pobreza extrema africana – alrededor de un 40 % de los africanos vive con menos de un dólar al día – corresponde a factores como el mal gobierno, la corrupción o el déficit democrático – según el economista George Ayittey menos de 16 de los 54 países africanos eran democracias en 2005 – y los recurrentes conflictos armados, pero con demasiada frecuencia estos argumentos han servido de cortina de humo para desterrar del imaginario occidental la responsabilidad estructural que se tiene hacia África.

Por esa razón ante el VII Foro Social Mundial tenemos la oportunidad de aprender, aunque para ello debamos antes olvidar los fáciles clichés que envuelven a África. El análisis de la pobreza debe ser multifactorial, y aunque sería erróneo negar la responsabilidad de los propios africanos en su situación, se debe mirar más allá de la cuestión de la corrupción. La prestigiosa ONG Freedom House calificaba en 2003 a países como Ghana o Malawi como Estados ‘libres’ según sus estándares de democracia y buen gobierno, sin embargo ambos países continúan estancados en la trampa de la pobreza. El resultado de los Programas de Ajuste Estructural del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional puestos en marcha en la década de 1980 y que supusieron la imposición de un dramático recorte en las funciones sanitarias y educativas de los Estados africanos, así como la condena de la deuda externa, son  factores de mucho peso en la pobreza subsahariana. Tomemos el ejemplo de Mozambique. En 1990, tras una década de Programas de Ajuste Estructural, el valor de la deuda externa de este país era del 384’5 % de su PIB. La situación en 2002 no había mejorado en exceso. Entonces más del 40 % del presupuesto del Estado se dedicaba a satisfacer las exigencias de la deuda. Al tiempo, el 70 % de los mozambiqueños vivía por debajo del umbral de la pobreza absoluta, es decir, con menos de un dólar al día. En total, Mozambique consagró en 2002 3’5 veces más presupuesto al pago de la deuda que a parcelas como sanidad y educación.

El actual modelo de globalización no puede permitir que África despegue. Culpar exclusivamente a los africanos de su situación es síntoma de ignorancia histórica, cuando no de consciente indiferencia. El Foro Social Mundial de Nairobi debe dar a todos la oportunidad de aproximarse a África desde la comprensión y no desde el prejuicio. Es hora de dejar de lado el afrocatastrofismo y hacer un ejercicio de afrorrealismo.
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