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Afronta en Madrid su examen más difícil tras su reaparición

José Tomás: el 5-J cada vez más cerca y cada vez más caro... en la reventa ilegal

José Tomás: el 5-J cada vez más cerca y cada vez más caro... en la reventa ilegal

· Críticas a los compañeros que ha elegido y que no pueden hacerle sombra
· Cortó tres orejas y rabo en Granada, en su reaparición tras la cornada en el cuello

viernes 23 de mayo de 2008, 11:49h
José Tomás se pone donde el resto ponemos la muleta”. La frase, rotunda como una buena estocada en todo lo alto, pertenece a un compañero, Esplá, y es definitoria y definitiva de la la tauromaquia del mítico coletudo madrileño, del sumo sacerdote de la religión compulsiva y laica que es la Fiesta. Su reaparición en 2007 fue un bombazo informativo, como lo fue la expectación  en todos los cosos donde actuó. Pero le faltaba –le falta- la prueba de fuego: superar el duro examen de la más exigente de las aficiones, la de Las Ventas, plaza que le encumbró en su momento.
Pero, como los buenos alumnos, este maestro de la tauromaquia va a dar la cara el próximo 5-J, fecha que puede pasar a la historia como la del 17-J del año pasado, cuando volvió a los ruedos en Barcelona. Más todavía si como se supone, el coletudo de Galapagar actúa con la mejor arma que posee, la que le ha llevado a ser un torero legendario, catadura que debe refrendar ahora: el valor sin límites. La verdad. La autenticidad sin trampa ni cartón de la liturgia olorosa y flamígera básica de la Fiesta: un hombre de corazón y agallas burlando armoniosamente con capote y muleta las embestidas de un toro de amenazantes pitones.

Con estos arcanos, no inventados por él, sí eternos, provenientes del fondo de los siglos de experiencias ante los bicornes, aunque en desuso, José Tomás revolucionó el estado de la profesión taurina desde su irrupción a mediados de la década de los 90. Una grisácea y plúmbea época en la que en el furgón de cabeza viajaban tranquilamente, acomodados y  sin competencia un puñado de figuras ocupando casi en exclusiva los mejores puestos en la cartelería de todas las ferias. Ojo, grandes toreros, sí, pero que con su adormecimiento, con la anuencia de sus apoderados y la complicidad de las decimonónicas estructuras que manejan -¿manipulan?- la Fiesta, empezaban a echar al público de los cosos.

Y en esto llegó un jovencísimo José Tomás, y con su rebeldía a base de su particular derroche de testosterona, de pisarle a los toros terrenos inverosímiles, puso a todos a cavilar. Los Joselito, Espartaco, Litri, Ponce, Finito, Ortega Cano, Rivera Ordóñez, César Rincón etc., que no vieron con buenos ojos esta revolucionaria irrupción, tuvieron que adaptarse… o iniciar una lenta y programada retirada, en el caso de los tres primeros. 

Figuras acomodadas

Si al acomodado estamento de las figuras no gustó nada el fenómeno José Tomás, sí lo hizo en cambio a la afición, que por fin sentía el elemento esencial de la tauromaquia, la emoción; la admiración de miles de cobardes –los espectadores- ante el valiente héroe que de verdad de verdad de la buena se jugaba la vida en el ruedo Muchos aficionados dabuten, que habían huido del espectáculo plano y monocorde que soportaban en los cosos, volvieron a pasar por taquilla, pero también otros que no querían perderse el fenómeno José Tomás.

Éste se constituyó así en torero de referencia, obligando a los demás –con la ayuda pocos años después de ‘El Juli’, aunque su tauromaquia apueste más por el dominio y la técnica no exenta de clasicismo- a intentar colocar el cuerpo donde antes ponían la muleta. O sea, a la guisa de un José Tomás que, como todos los artistas, estará bien –casi siempre- o mal –pocas veces-, pero que jamás se arría de aplicar su valor infinito. Con él, la emoción está asegurada; con él, la angustia oprime como un dogal los disparados latidos de los corazones de los espectadores. Con él, la Fiesta recupera sus esencias, las mismas que inventaron los padres de la tauromaquia, a los que hemos de conformar con ver en postales sepia de las viejas revistas.

Porque si José Tomás, al que sus detractores califican como torero torpe, ha sentido decenas de veces el solivianto de sus carnes por el hierro candente de las astas penetrando en sus entrañas, es porque se arrima como nadie. No es cuestión de torpeza, quia; sino de verdad, de responsabilidad ante sí mismo y ante la afición. Por eso ha declarado en muchas ocasiones que prefiere “una cornada a un fracaso por no dar la talla”. Lo cual no significa, como otra corriente detractora –a veces programada desde círculos próximos a sus competidores- indica que sea torpe. Es honesto.

Múltiples cornadas y extremaunción

Porque, él también lo ha dicho, “las grandes figuras de todos los tiempos, los que han mandado en esto, están llenos de cornadas”. Como los múltiples costurones que tiene de medallas al honor táurico en su anatomía, tres de ellas gravísimas –extremaunción incluida en una-. La última en el cuello, a milímetros de la yugular, hace dos semanas en Jerez y de la que reapareció el pasado viernes en Granada cortando tres orejas y rabo. Esta cuestión de la relación percances/máximas figuras no es nada baladí, y los números le dan la razón. Otros de los escasos matadores que quedan como referencia después de retirarse, de esa mínima gavilla de tres o cuatro por siglo que están inscritos con letras de oro y ‘per omnia saecula saeculroum’ en la historia de la Fiesta, también han sufrido muchos y gravísimos percances.

Por ejemplo, su ídolo Manolete –con cerca de dos decenas hasta la definitiva y mortal de Linares-, Antonio Ordóñez -37- y Curro Romero -24-. En sentido contrario, y para dar la razón a José Tomás, varios de los que fueron mandamases y figuras en las dos últimas décadas, como José María Manzanares y Espartaco, apenas sufrieron cogidas a pesar de haber participado en más de un millar de festejos. Y, todavía más paradigmático es el caso de Enrique Ponce, prototipo del torero y el toreo “a la defensiva”, cual lo calificó recientemente José Tomás. El valenciano -suspendido este año en su examen en San Isidro-, que desde que José Tomás le pegó varios repasos cuando se anunciaban juntos a finales de los 90 ya no quiere compartir cartel con él, lleva tres lustros en la cumbre con tan sólo tres percances.

Por tanto ni a Manzanares, ni a Espartaco ni a Ponce –figuras indiscutibles, por supuesto- se les podrá poner el sello de torero de época, de revolucionario, de referente, de maestro de maestros. Sí a José Tomás, quien por cierto no se queda tan sólo en el valor, con ser la más importante de sus cualidades. Porque también ha demostrado ser un excelso torero en las dos suertes fundamentales de la tauromaquia, la verónica -con el capote- y el natural –con la muleta-, a las que añadir de su cosecha sus escalofriantes chicuelinas y gaoneras con el percal y con la flámula sus resucitadas manoletinas, en homenaje a su ídolo.

Ganaderías comerciales

Unos pases que seguro forman parte de repertorio que José Tomás tiene previsto festonear en su examen de los próximos 5 y 15 de junio, con dos carteles, eso sí, en los que ha elegido, como todas las figuras, dos ganaderías comerciales, y sobre todo unos compañeros de terna que no pueden hacerle sombra por su escaso valor -Javier Conde-, trayectoria –Daniel Luque-, pocos triunfos grandes -Juan Bautista, vulgar en sus dos últimas tardes en este San Isidro- y diferente concepción de la lidia –El Fundi-

Sea como sea, gustará o no su particular personalidad fuera de los ruedos, ese misterio, esa mística, ese anacoretismo, ese distanciamiento del mundo, esa manía de no conceder entrevistas. Gustará o no su decisión de no dejarse televisar, salvo que se negocie con él y no con los empresarios que siempre dan unas migajas a los toreros, incluso el resto de figuras, que son los que se juegan la vida. Gustará o no que ejerza a tope para que se desconozcan todos los detalles de su vida privada. Pero aquí de lo que se trata es de juzgarle como torero.
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